Siete horas estuvo tirado el cuerpo del
hombre saturando con su sangre las estrías y meandros de los canteros linderos
a la plaza dorreguense. Su doliente y mortecina traza era demasiado necesaria
como mensaje y testimonio de victoria. Al igual que en la antigua Micenas,
exhibir el cadáver del líder oponente daba por terminada la contienda,
sometiendo de modo taxativo cualquier porfía del adversario.
Luego de su caída, los sonoros impactos
fueron menguando su intensidad hasta perderse definitivamente por los suburbios
de la aldea. Nadie, alejado de la explanada, daba por sentado que el hombre
había sufrido una emboscada. Entenderlo muerto era percibirse derrotado y ese
concepto no encajaba dentro de la mística revolucionaria del grupo de
combatientes que había decidido levantarse en armas ante el grosero fraude
electoral y la ausencia de libertades cívicas. Las autoridades locales cercaron
el lugar de forma tal impedir cualquier tipo de asistencia médica bajo la
excusa de tener que aguardar por la llegada del juez. El matador, luego que la
partida de insurrectos se dispersara confusamente, descendió del campanario de la Parroquia para acercarse al occiso corroborando
de ese modo su alto grado de eficacia, retirándose luego en dirección al
edificio comunal en busca de su paga. Mientras se dirigía a destino varias
palmadas en la espalda exaltaron sus talentos. El ceño fruncido y cierto
disgusto lo acompañaron durante su estadía en la ciudad. Sabía que un valiente
no debía morir de ese modo, pero él no estaba para juzgar sino para operar.
Aquellos servicios de excelencia lo instalaban como profesional en la materia,
de modo que fallar significaba el fin de su garantía. Necesitó de dos certeros
impactos para aplacar la revuelta. Sabedor que lo esperaban, el caudillo
republicano consideraba haber cubierto prudentemente sus posibles flancos sin
pensar que los altos de la Iglesia brindaban extrema perspectiva y una visión integral de la plaza central.
Luego de persignarse, el matador se instaló rodilla en tierra delante de la
claraboya que orientaba hacia el este dejando que sólo el caño de la carabina
asomase por la ventila. La sensación de una mirada extraviada, portando su
Winchester, las bombachas blancas, las botas coloradas, el pañuelo negro
anudado al cuello fue lo último que logró reconocer del hombre. Lo imaginó
asumiendo el error cometido, entendiendo que cuando Dios se calla el ser humano
puede obligarle a decir cualquier cosa, inclusive otorgar cobijo en su domo a
un eximio y rentado francotirador.
“Juan Maciel avanzaba por la plaza, solo, con su par de
pelotas, mientras desde la torre de la iglesia lo hervían a balazos”
Es allí cuando Juan Bautista Maciel,
Winchester en mano y ajeno de protección, decidió encarar como instancia
suprema hacia el edificio del club Social recibiendo dos certeros impactos
provenientes del experto tirador amparado en la torre de la Parroquia.
Su grito silencioso, póstumo y
doloroso, sentenció el final de la aventura cívica.
La exposición de su cuerpo, huérfano e
inerme en uno de los canteros de la plaza determinó el fin de la revuelta; la
mayoría de los combatientes se dispersaron hacia los aledaños de la aldea
perseguidos por las fuerzas policiales, el resto fueron detenidos in situ,
inclusive los moradores del club Social que no dejaban de llorar frente a los
despojos de su líder. La batalla de Coronel Dorrego en pos de defender
los derechos civiles y la libre determinación popular se llevó a cabo durante
la muy británica hora del té y duró solamente treinta minutos. Además de Juan
Bautista Maciel cayeron en combate sus más fieles y cercanos compañeros, los
que lo amaban, los que respetaron sus silencios y fueron dolientes habitantes
de sus más hondas tristezas: Carlos Costa, Severo Vera y Emilio Navarro.
Historia:
http://juanbmaciel.blogspot.com.ar/2011/12/cuando-el-descuido-nos-omite-novela.html
Tengo una información muy acotada de esa matanza
ResponderEliminarLamento informarle Sala que su historia sobre el 5 de septiembre de 1937 no es oficial ni radical, porque es real, nacional y popular, de modo que no ingresa dentro del ámbito cultural de Coronel Dorrego. Ni siquiera se lo merece por bien escrita. No busque ser leído, es inútil. No quiero compararlo con nadie, pero en nuestro Pago chico Discépolo sería invisibilizado Acá todos leemos el Billiken de Fabián Barda.
EliminarEl Turco
MAÑANA 6 EN PUNTA ALTA ENCUENTRO DEL PJ PROVINCIAL
ResponderEliminarhttp://pjdorreguense.wordpress.com/2014/09/04/iv-encuentro-provincial-punta-alta-septiembre-de-2014/
Sala
ResponderEliminarUsted no está invitado ya que no es Sciolista y dijo que al represor Berni hay que rajarlo