“No hay empresarios sin Estado, ni desarrollo económico sin empresarios” El futuro del empresario argentino por Aldo Ferrer para Le Monde diplomatique
A lo largo de la historia, hasta el presente, no
existieron ni existen los empresarios sin Estado, ni desarrollo económico sin
empresarios. Y cada país muestra su peculiar “densidad nacional”. En su nuevo
libro, Aldo Ferrer analiza los futuros desafíos a los que se enfrentarán tanto
el Estado como el empresariado argentinos.
El desarrollo económico ocurre, en
todo tiempo y lugar, en economías de mercado. Vale decir, en aquellas en que el
empresario juega un papel protagónico en la inversión, el cambio técnico y la
inserción en la globalización. El empresario, como grupo social, consiste en el
conjunto de actores que cuentan con recursos y los organizan, para realizar una
ganancia, en el marco de la economía de mercado. No es una categoría homogénea.
Abarca multiplicidad de actores, desde las grandes corporaciones hasta las
pequeñas, medianas y micro empresas, en los diversos sectores económicos.
No hay ejemplo alguno de desarrollo fuera de la economía de mercado, es
decir, sin empresarios. El último intento en gran escala fue la Unión
Soviética. En América Latina, Cuba, pese al progreso de sus indicadores
sociales y el ejercicio de su soberanía, no ha logrado instalar un modelo de
desarrollo sustentable de largo plazo. El extraordinario desarrollo de China comenzó
cuando el régimen comunista incluyó un espacio sustancial de economía de
mercado. En diversos contextos institucionales estables, el desarrollo siempre
se registra en economías de mercado con protagonismo empresario.
Asimismo, el desarrollo invariablemente ocurre abierto al mundo, dentro
de un espacio nacional organizado por un Estado capaz de ejercer la soberanía,
arbitrar los conflictos sociales, promover la inclusión social, facilitar el
despliegue del papel protagónico de los empresarios y ofrecer los bienes
públicos esenciales al desarrollo económico y social.
En el capitalismo temprano, en la Europa del Renacimiento, el desarrollo
dependía de la habilidad de los herreros y la iniciativa de los comerciantes.
Estos fueron los embriones del empresario como grupo social, frecuentemente
denominado “burguesía nacional”. Desde el siglo XVI, cuando la actividad
comercial trascendió a la esfera transnacional e intercontinental, se instaló
el mercantilismo y la alianza entre el Estado y el empresariado. Este último
apeló al Estado para proteger su predominio en el mercado interno y respaldar
su proyección mundial. La alianza se profundizó con la explosión tecnológica de
la Primera Revolución Industrial.
Desde entonces, la motivación de la ganancia se desplegó en el contexto
del avance tecnológico, la transformación de la estructura productiva y la
expansión al mercado mundial. Las actividades que lideraron el avance
tecnológico fueron el caldo de cultivo del empresario innovador.
El apoyo del Estado fue siempre esencial. A lo largo de la historia,
hasta el presente, no hay empresarios sin Estado, ni desarrollo económico sin
empresarios.
El rol del Estado
La división internacional del trabajo entre países exportadores de manufacturas (el “centro”) y de materias primas (la “periferia”) configuró el protagonismo del empresario en unos y otros. Dada la ausencia de industrialización en la periferia, el empresario se anquilosó en actividades rentísticas, el abuso de posiciones dominantes y en la marginalidad de las actividades de baja productividad. En el mismo escenario, las filiales de empresas extranjeras prevalecieron en las actividades económicas más importantes, incluyendo la explotación de los recursos naturales destinados al mercado mundial. En tales condiciones, no fue posible la existencia de empresarios capaces de incorporar los conocimientos de frontera, transformar la estructura productiva y proyectarse al resto del mundo. Es la situación que prevaleció en Argentina y el resto de América Latina.
Dos factores son esenciales en la construcción de un empresario impulsor
de desarrollo. Por una parte, la existencia de un Estado nacional con
suficiente autonomía decisoria y, por lo tanto, capacidad de remover los
obstáculos planteados por los poderes fácticos, internos y externos, asociados
a la estructura preindustrial y al ejercicio de las posiciones dominantes. El
Estado tiene que contar con suficiente capacidad regulatoria para defender el
interés público, el desarrollo nacional y la soberanía. En Argentina, el Estado
neoliberal, que prevaleció entre 1976 y 2001, estuvo sometido a los poderes
fácticos y, en particular, a la especulación financiera. Era incompatible con
el desarrollo del empresario argentino y con el sostenimiento de los
equilibrios macroeconómicos.
Por la otra, la velocidad del desarrollo de las actividades en la
frontera del conocimiento y de la consecuente transformación de la estructura
productiva. Es, en tales actividades, donde prevalecen los empresarios
innovadores, promotores de la inversión, el cambio tecnológico, la creación de
empleo a niveles crecientes de productividad, la generación de ventajas
competitivas dinámicas y la proyección de la producción doméstica al mercado
mundial.
En ese contexto, antiguos protagonistas de la actividad privada pueden
ser atraídos a las nuevas actividades, por las perspectivas de rentabilidad.
Cada país tiene el empresario que se merece en virtud de su capacidad de
constituir un Estado nacional desarrollista e impulsar la transformación de la
estructura productiva.
El análisis
histórico revela que la existencia de tal Estado descansa en la fortaleza de la
densidad nacional de los países. Vale decir, la cohesión social, la
impronta nacional de los liderazgos, la estabilidad institucional y el
predominio de un pensamiento crítico, defensor de los propios intereses. En
nuestro país, la carencia o insuficiencia de estas condiciones fue extremadamente
crítica en el período de la hegemonía neoliberal. Esto provocó la inestabilidad
del sistema y la creación de condiciones hostiles al empresario argentino.
No hay nada genético, en el ADN del empresario argentino, cuando
privilegia la especulación sobre la producción o cede el protagonismo a las
filiales de empresas extranjeras, en vez de asumir el liderazgo de la
industrialización.
Si se transplantaran al país los empresarios más innovadores del mundo
en desarrollo –por ejemplo, los coreanos– al poco tiempo tendrían el mismo
comportamiento que los argentinos. Y, como me señaló el vicedecano de la
Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad del Litoral, si estos se
radicaran en Corea, se comportarían como los coreanos. El Estado tiene la
responsabilidad fundamental de crear los espacios de rentabilidad y el contexto
que oriente la iniciativa privada al proceso de transformación. El empresario
es, en definitiva, una construcción política. […]
Los desafíos del gobierno
Un país que se propone objetivos nacionales y populares enfrenta el desafío de incorporar al empresario argentino al proceso de crecimiento, con inclusión social. Las pequeñas y medianas empresas son protagonistas fundamentales, por su participación en las cadenas de valor, la generación de empleo, la incorporación de la ciencia y la tecnología y su amplitud territorial y raíces en la sociedad. En numerosas actividades, la revolución tecnológica contemporánea ha eliminado las economías de escala, habilitando a las Pymes a operar con los conocimientos de frontera. Es el caso, por ejemplo, del sector del software, que en los últimos años creció en términos de producción, exportaciones y empleo muy por encima de la media nacional. El indispensable control de las posiciones dominantes de los mayores grupos económicos, en diversos mercados, no excluye su convocatoria a participar en la transformación de la economía.
El Estado tiene una responsabilidad fundamental en la construcción del
empresario argentino. Las políticas públicas configuran los espacios de
rentabilidad que atraen la inversión, incentivan el cambio técnico y determinan
la asignación de los recursos. Si el Estado ejecuta una política neoliberal, se
acrecienta la especulación, consolida la estructura preindustrial y, por lo
tanto, esteriliza el potencial transformador de la empresa privada.
El Estado debe asegurar la solidez de la macroeconomía y afirmar el
convencimiento de que el lugar más rentable y seguro, para invertir el ahorro y
desplegar el talento disponible, es Argentina. Es también indispensable la
solidez del proyecto nacional de desarrollo, orientado a formar una economía
industrial, integrada y abierta, inclusiva de todo el territorio, asentada en
una amplia base de recursos naturales e inserta, en el orden mundial, como
titular de su propio destino. Sobre estas bases, es necesario mantener un
diálogo permanente entre el Estado y la sociedad civil, incluyendo a las
organizaciones representativas de los diversos componentes del empresariado. El
Congreso es el ámbito natural para el tratamiento político de estas cuestiones
fundamentales. No siempre cumple con esa función. Por ejemplo, una de las
comisiones principales de la Cámara de Diputados, la de Industria, se reunió
una sola vez en 2013.
Las tensiones que genera una política de inspiración nacional y popular
y, por lo tanto, transformadora de las relaciones económicas y sociales, genera
el riesgo que se malinterprete la naturaleza de los problemas a resolver.
Suponer, por ejemplo, que el aumento de precios es consecuencia de maniobras de
los especuladores, sin tomar en cuenta la influencia de los desequilibrios
macroeconómicos, generados por la propia política económica. Lo mismo sucede
con las turbulencias en el mercado de cambios, donde la especulación siempre
existe, pero es desestabilizadora sólo cuando la economía real genera
insuficiencia de divisas.
La estructura de los mercados y las posiciones dominantes existen con estabilidad,
inflación moderada o alta inflación, incluyendo la hiper. Lo que determina el
comportamiento de los mismos actores en distintos escenarios, es el contexto
macroeconómico determinado por la política económica. Golpes posibles de
mercado y pescadores en río revuelto siempre existen, lo importante es evitar
que el río esté revuelto. Es indispensable la precisión en el diagnóstico de la
causa de los problemas, para evitar confrontaciones innecesarias entre las
esferas pública y privada.
La transformación debe proponerse la redistribución progresiva de la
riqueza y el ingreso y, al mismo tiempo, atender a las condiciones del
desarrollo en una economía de mercado. Es inconcebible la justicia social en el
marco del subdesarrollo y la pobreza. Cuando prevalecen desequilibrios
macroeconómicos y ausencia de crecimiento, las tensiones distributivas agudizan
el conflicto social y pueden culminar en el retorno de las políticas
neoliberales.
El desorden es el peor enemigo de las políticas de transformación y los
propios errores, más que los obstáculos planteados por los beneficiarios de la
vieja estructura, la causa principal de las frustraciones. Cuando los sectores
retardatarios tienen capacidad de impedir la transformación, es por la
debilidad del campo nacional y/o porque ha fallado la estrategia política de la
transformación. […]
En un mundo multipolar, en el cual los mercados se multiplican y se
debilita la capacidad de los intereses “céntricos” de organizar las relaciones
internacionales, el futuro del empresario argentino descansa esencialmente en
la eficacia de la política económica del Estado nacional argentino y su
capacidad de generar las sinergias de las esferas privada y pública. Sinergias
en la gestión del conocimiento, la generación de empleo de calidad e inclusión
social, la movilización de los recursos disponibles, la transformación de la
estructura productiva, la integración del territorio y la proyección al mercado
internacional.
Fuente: Le Monde
diplomatique Edición Cono Sur
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