Un Titanic de Pobres por David Torres para Diario Público
Leí la noticia de refilón, en
un recuadro de este mismo diario digital, Público. El titular rezaba “Al menos
cien niños mueren en el naufragio de un bote frente a las costas de Malta”. El
texto de la noticia, sacado de la agencia Europa Press, no aclaraba mucho las
cosas: hablaba de una embarcación naufragada en algún punto del Mediterráneo,
un incidente náutico donde habrían muerto alrededor de medio millar de
personas. Al parecer, los traficantes de ganado humano quisieron obligar al
pasaje a transbordar de barco en alta mar, una maniobra muy peligrosa a la que
los pobres emigrantes se negaron. Entonces los traficantes embistieron la
embarcación y la hundieron. De los quinientos pasajeros ilegales que
transportaban (la mayoría sirios, palestinos, egipcios y sudaneses), sólo hay
diez supervivientes.
La noticia había tenido la mala
suerte de coincidir en la salida con el toro de la Vega, el referendum escocés,
la enésima patochada del caso Pujol, el apoyo incondicional del PSOE al sistema
monárquico, Gallardón levántandose después de la paliza, la maquiavélica
elasticidad del PP al reemplazar el sacrosanto derecho a la vida por unos
cuantos votos, la asombrosa capacidad etílica de Gerard Depardieu y los cinco
goles del Madrid. Lo triste es que cualquiera de esos temas da más juego para
un artículo que la muerte por ahogamiento de quinientas personas; incluso se
podrían combinar varios, hacer un refrito ecológico entre el aborto como moneda
de cambio y un pobre animal alanceado por una manada de paletos en un pueblo
medieval. O bien comparar al funambulista Pedro Sánchez y sus diversas
ideologías malabares en la cuerda floja con el insaciable Depardieu y sus
catorce litros de alcohol diarios. Uno dice: “Soy socialista y monárquico”. Y
el otro: “Yo no soy alcohólico”.
Sí, una cualquiera de esas
mezclas habría derivado hacia un cóctel atractivo, irónico, chispeante, de ésos
que se beben con una sonrisa o hasta con una carcajada, y a otra cosa. Pasar de
pantalla, doblar la página. Pero escribir o leer sobre el tráfico de seres
humanos, sobre supervivientes de guerras atroces que intentan huir de los
infiernos de África y se ven embarcados en la balsa de la Medusa; embriones de
esclavos que mueren gratis, por docenas, por cientos, sin ocupar más que una
línea en los periódicos, es como beber un buche de agua de mar. Y hace mucho
que el periodismo reemplazó la denuncia social por la alta costura.
Una agencia de prensa italiana
eleva a setecientos el número de desaparecidos, pero esa simple adición de
carne humana no significa nada, no barniza de negritas la catástrofe. Ay,
si hubieran sido estadounidenses; si hubieran sido italianos, franceses o
españoles en un crucero: con sólo media docena de ahogados ya daban para varias
portadas, reportajes, editoriales y tertulias. Pero eran negros, eran
musulmanes, eran los ceros a la izquierda del mundo. Eran un Titanic de pobres.
Repito: sirios, palestinos, egipcios y sudaneses; hombres, mujeres y niños,
medio millar de gentes desesperadas, centrifugadas por el hambre o la guerra,
engañadas por la mafia, hundiéndose en la muerte de rodillas ante el empacho de
sangre del periodismo y nuestro bostezo somnoliento.
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