“La resistencia política no tiene sentido hoy”.. Reportaje a Roberto Tito Cossa



Roberto "Tito" Cossa estrena a los 80. Final del juicio, su nueva obra, es una humorada sobre el fin de la vida en la que aparecen la Corte Suprema y el papa Francisco. Sus creencias y cómo analiza la actualidad del teatro y del país.


A pocos días de su cumpleaños número 80, Roberto “Tito” Cossa, dramaturgo clave de la literatura argentina, llena la pipa con tabaco argentino. Dice que nunca aprendió la técnica, que una tirada le dura minutos nomás. Viene de dar una charla en el Teatro Cervantes, junto a Pepe Soriano y Carlos Rottemberg, sobre La nona, de su autoría, que en diciembre se repondrá en Mar del Plata. Autor de obras como Yepeto y Tute Cabrero –entre muchas otras–, está a punto de estrenar en el Teatro del Pueblo Final del juicio, que define ante Veintitrés como una humorada, “una especie de broma entre el juicio final, la Suprema Corte de Justicia y un poquito de Bergoglio, me divierto con los tres”.


–¿Cómo aparecen Bergoglio y la Corte Suprema?


–Este tribunal supremo, que dictamina la eternidad, está cambiando mucho: abandonan los zapatos rojos, no usan corbata, son más cordiales, esas cosas que el papa Francisco impuso al Vaticano, una mirada menos rígida. Es un tribunal de siete miembros, como el nuestro, todavía está juzgando a Johann Sebastian Bach porque un juez dice que plagió a Vivaldi. El acusado es un hombre común, buen tipo… Con el abogado hacen un repaso del debe y el haber de su vida, en base a los siete pecados capitales y los diez mandamientos. Está hecho para divertir, no pretende otra cosa.

–Es que el teatro no siempre debe ser tan tangible, ¿no?


–Al contrario, el teatro debe ser siempre divertido, lo digo como espectador porque a veces me aburro mucho. Pero en general hoy la tendencia es el humor, e incluso ponerle música, no la incidental que siempre tuvo el teatro, sino dentro de la acción. Creo que es esa necesidad de entretener y me parece justa. Yo me he conmocionado con dramas, pero exige un piso dramático, valga la redundancia, que no es fácil. A mí me resulta más fácil escribir con humor, pero cuando pensé que ya no iba a escribir drama de pronto me salió Cuestión de principios y la última, Daños colaterales, más todavía, un drama completo para cerrar una promesa que me había hecho de escribir sobre nuestra tragedia. Nunca le encontraba la vuelta, hasta que cambié el punto de vista de las víctimas a los victimarios. Es un tema muy difícil, no es una cuestión de censura sino de piso poético, es fácil poner una Madre de Plaza de Mayo, pero para poner una obra de tono convencional, dije no. No es lo mío.

–¿Cómo se relaciona Final del Juicio con el momento que usted está viviendo?


–No se relaciona, para nada. Soy un ateo irrecuperable, no creo en el juicio final, creo que un día todo se termina y se termina… lamentablemente, porque a mi edad es bueno tener la sensación de que puede haber una continuidad. China Zorrilla decía que quien no le tiene miedo a la muerte es un boludo, pero que ella más que miedo tenía curiosidad. Estoy llegando a los 80 y ya pagué el último peaje, pero no tengo ninguna curiosidad.

–Barletta fundó Teatro del Pueblo como un espacio de resistencia, ¿hay otros espacios hoy que se planteen así?


–De la misma manera no, las condiciones sociales y políticas son totalmente diferentes. Barletta fundó el teatro dos o tres meses después de la revolución de Uriburu, sentía que desde ese sótano podía provocar y lo hizo durante años. Teatro Abierto también nació durante una dictadura. Pero hoy una resistencia de ese tipo es imposible, hay una total libertad, una presencia notable del teatro independiente. Esa es la resistencia, seguir haciendo un teatro no comercial, que no ponga el dinero en un plano primordial. Es una forma de resistencia a una sociedad llena de facilismo, de protagonismos superficiales. Pero la resistencia política no tiene sentido hoy.

–¿Con Teatro Abierto respiró un nuevo aire?


–Absolutamente. Fue una reacción de los autores prohibidos, no sólo en el teatro sino en el conservatorio y la enseñanza. Salió como salen estas cosas: Osvaldo Dragún, el más delirante de todos, dijo ¿por qué no salimos 21 autores con obras breves, tres por día en un teatro periférico? Era eso, nada más, pero la repercusión fue grande y luego la quema del teatro nos potenció y nos llevó al plano de héroes, de víctimas. Y se produjo una reacción fantástica, muy solidaria. Fue un fenómeno que tomó una dimensión impensada, lo investigan argentinos, europeos, norteamericanos, ¡gente que no había nacido! Los militares lo convirtieron en un fenómeno, porque no hubiera pasado mucho, che, cuánta gente va al teatro, y se terminaba, pero claro, quemaron el teatro y lo potenciaron, les salió el tiro por la culata pese a que son expertos en armas. Cometieron varios errores, por suerte… las Malvinas, por ejemplo. ¡Qué épocas vivimos, qué suerte tienen los que nacieron después del ’83! Fue el infierno. Por suerte hay muchos que están siendo juzgados, van presos... nunca hubiera esperado que Videla muriera preso.

–Escribe en base a imágenes y fantasmas, ¿cuáles se le acercan?


–Son tan fantasmas que no sé cómo aparecen. Cada obra viene con ganas distintas, algunas nacen de un hecho que empieza a madurar. Esta última no me acuerdo cómo empecé, pero tiene algo de las películas de juicios, que me gustan mucho. Todas nacen de una imagen, algunas se apoyan más en hechos concretos… Daños colaterales es un rollo que viene de años, aunque ya algo había hecho con De pies y manos. Es una obra sobre la culpa de haber sobrevivido.

–Sus obras recogen el tiempo y el lugar en que vive, ¿qué haría de este tiempo y lugar, cómo lo define?


–Desde lo artístico no sé, tienen que venir los fantasmas. Desde lo político creo que es un buen momento, también inesperado para mí. Creo que la Argentina en 2004 dio un paso adelante, importante, contradictorio, complicado… nosotros creíamos en la revolución socialista pero hay muchas cosas que pasaron y están pasando que apoyo y adhiero. Es la primera vez que soy oficialista. Cuando debí ser oficialista era muy chico, en el primer peronismo, y era un contrera absoluto. Cuando Perón terminó su mandato tenía 20 años, ya era un pensador, pero era gorila. Así que, bueno, es la primera vez que soy algo oficialista, con dudas por supuesto. Y ahora no sabemos quién vendrá. Los que pintan aparentemente no quieren conservar este paso que hemos dado. Creo que habrá un corrimiento a la derecha pero no creo que tiren abajo muchas de las cosas que hizo este gobierno. Cuando quiero pensar en el futuro lo pienso así. Este modelo es lo mejor que pudimos tener, la inclusión, la tolerancia, pensar que en este país iba a haber matrimonio igualitario… yo decía este es un país fascista, y lo es, pero aceptó esto porque hubo voluntad política y sectores que lo pelearon.



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