ESTE SI QUE ES UN PATO COJO, Y BIEN COJO…





OBAMA, EL PATO COJO DE LAS DOS PATAS

Luis Matías López para Diario Público de España



Los últimos años de los presidentes norteamericanos de dos mandatos están marcados con frecuencia por el síndrome del pato cojo. Este era el caso de Barack Obama, y su expresión más directa era la pérdida por los demócratas en 2010 del control de la Cámara de Representantes. Por así decirlo, era cojo de una pata. Tras la debacle en las elecciones de mitad de mandato de ayer, en las que ese dominio se ha extendido al Senado, ya está cojo de las dos patas.
Aún puede moverse, tiene cierta capacidad de maniobra, puede hacer uso de sus poderes ejecutivos, de su capacidad de vetar las leyes que apruebe el Congreso y de rentabilizar la potente tribuna comunicadora que supone la Casa Blanca. Sin embargo, desprovisto de sus dos principales extremidades, sus movimientos no serán ya los de quien puede caminar o correr, sino los de quien no tiene capacidad para otra cosa que arrastrarse y depender de la buena voluntad ajena.
Como en España, en Estados Unidos se cae con frecuencia en la tentación de considerar que demócratas y republicanos son las dos caras, apenas distinguibles en lo esencial, de una misma moneda. Pero, también como en España, hay sobradas muestras en el pasado de que ésta es una verdad a medias, de que hay fronteras que cruza Rajoy que Zapatero jamás se habría atrevido a traspasar, y de que, por mucho que Obama haya provocado el desencanto en su país y en el extranjero, las cosas habrían podido ir aún mucho peor si la presidencia hubiese recaído en un republicano.
Con todo su arsenal de errores, ambigüedades, indecisión, sumisión a los poderes fácticos, falta de liderazgo y errática política exterior, el primer presidente mulato de Estados Unidos ha dado algunas muestras de que, si no hubiese tenido las manos atadas, el resultado de sus ocho años en el poder quizá no quedaría para la historia como una clamorosa oportunidad perdida, como la última decepción de quienes todavía piensan que hay margen de maniobra en el imperio para un cambio real.
Obama es ya para los demócratas una rémora antes que un activo. Conscientes de ellos, los candidatos de su propio partido le han evitado como a la peste, han rechazado su apoyo directo en los actos de campaña y han insistido en sus propias agendas más que en la defensa de la gestión del presidente. Los republicanos, por el contrario, han convertido los comicios en un referéndum sobre la gestión presidencial que les ha proporcionado inmejorables dividendos.
De aquí a dos años, cuando se vuelva a poner en juego la Casa Blanca, esta tendencia se acelerará, y es probable que las críticas a Obama no lleguen solo del banco republicano, sino incluso de los candidatos demócratas necesitados de marcar su propia agenda, lo que ya es visible en las recientes declaraciones sobre política exterior de Hillary Clinton.
Los caminos de Obama y del partido demócrata ya no corren paralelos, sino divergentes, y lo que le toca al presidente es aprovechar sus dos últimos años para frenar los intentos republicanos de desvirtuar sus logros más significativos (como la reforma sanitaria) e intentar la misión imposible de apuntarse aún algún tanto resonante, como una acción eficaz contra el cambio climático o una reforma migratoria que legalice a millones de inmigrantes indocumentados. Dos posibilidades éstas que, antes que de su acción de Gobierno, dependerán de los cálculos electorales de los republicanos, que no parecen ni mucho menos por la labor.
Resulta llamativo que el partido demócrata y el presidente estén en un punto tan bajo de popularidad cuando hay datos objetivos que, por ejemplo desde una perspectiva española, serían índices claros de que no se están haciendo tan mal las cosas. Así, desde 2010, se ha reducido el déficit a la mitad y el paro se ha desplomado desde el 9,5% al 5,9% de la población activa, la Bolsa ha subido a niveles récord y se ha mantenido un crecimiento económico sostenido, que el FMI cifra en el 2,7% para este año.
Estos datos han pesado menos en el ánimo de los votantes, mayoritariamente de clase media, que, por ejemplo, la pérdida de poder adquisitivo de este sector de la población, o la extendida sensación de inoperancia o torpeza del Gobierno, que se refleja tanto en la ambigua e insatisfactoria respuesta en conflictos exteriores como el enfrentamiento con Rusia por Ucrania, la guerra de Siria y la alarmante emergencia del Estado Islámico, como en escándalos entre los que destacan el espionaje global de las comunicaciones, la gestión de la crisis del Ébola, las enormes listas de espera para la atención sanitaria a los veteranos de guerra o los clamorosos fallos técnicos al comienzo de la aplicación de la reforma sanitaria.
Desde un punto de vista exterior, y pensando tan sólo en el corto plazo (en los dos años que le quedan a esta presidencia), la gran pregunta es si Obama logrará sellar el que sería un histórico acuerdo nuclear con Irán, cuál será la suerte que correrán los dos tratados de libre comercio cuya negociación está muy avanzada (uno con la Unión Europea y otro con 10 países de la cuenca del Pacífico), si podrá decantar a favor de EE UU el desafío económico y geoestratégico de China, y si la respuesta a la guerra de Siria e Irak revertirá la tendencia que, desde que llegó a la Casa Blanca, quiso imponer a su mandato: escapar de las dos guerras heredadas de George Bush (Irak y Afganistán) y desmilitarizar la solución de los conflictos externos.
Esas intenciones —que le valieron uno de los premios Nobel de la Paz más absurdos de la historia— ya fueron incumplidas. Ahí están también para demostrarlo el apoyo a Israel en el conflicto con los palestinos, la guerra de los drones en Afganistán y Pakistán y, como suprema muestra del fracaso de su política, la persistencia de la amenaza terrorista global y el regreso a la acción militar en un Irak que presumió de dejar en paz y en democracia cuando se completó la retirada de las tropas norteamericanas hace tres años. Por no hablar de la vergüenza de Guantánamo, que prometió cerrar hace seis años y que sigue en pie como ejemplo supremo del concepto que a la hora de la verdad se tiene en Estados Unidos de los derechos humanos.
Con todo, las cosas aún pueden ir a peor. Ayer se escribió la primera página de la campaña presidencial de 2016 que, salvo sorpresa descomunal, llevará a un republicano a la Casa Blanca. Quizás entonces se eche un poco de menos a este Obama del que a veces cuesta discernir si sus fallos son producto de sus intenciones, su capacidad o el margen de maniobra que le dejan los republicanos.
Como un mal presagio, otro Bush, George P. —sobrino de George W., nieto de George H. e hijo de Jeb, el gobernador de Florida que decantó a favor de su hermano la elección de 2000 y que ya sueña con la presidencia— fue elegido ayer de forma aplastante como comisionado estatal de tierras de Tejas, un cargo poco llamativo, pero de considerable poder real.

Fuente: Diario Público de España


Comentarios

  1. Dentro del sector republicano tuvo más éxito aún el Tea Party.
    Tantos años de adoctrinamiento en el más rancio individualismo no ha sido en vano.
    Están diciendo; -"Me importa un soto los compatriotas que se quedan en la calle. Que se las arreglen. Esto es la ley del más fuerte. A mi que no me saquen guita del bolsillo para proveerlos". Y como si fuera poco, se premia a los sectores que sustentan el anarco-capitalismo financiero que está entre otras cosas, emitiendo bonos sobre bonos para empujar una bicicleta financiera que está alarmando al mismísimo F.M.I. y que ha sumido en la debacle socio-económica a los mismos votantes que los apoyan.

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