A propósito del debate que se dio en El Aguante Populista sobre la inversión privada durante la etapa neoliberal... El subdesarrollo no es una etapa previa al desarrollo sino la otra cara del desarrollo capitalista, y dos ciudadanos españoles que comentan...
El subdesarrollo:
La otra cara de la moneda
Fuente: Diario Público de España
Más allá
de las ocasiones en las que alguna empresa española va a realizar una inversión
fuera de las fronteras nacionales, es inusual escuchar a gobernantes referirse
a la situación de los países subdesarrollados; es una muestra más del
reduccionismo eurocentrista que predomina en los debates políticos. Al igual
que existen voces que se han levantado desde el estallido de la crisis, frente
a las relaciones asimétricas entre el norte y el sur de Europa, hay muchas
otras voces que identifican la situación de los países subdesarrollados como un
problema a abordar. Son voces que aspiran a una justicia global, no sólo
nacional o continental.
Tal
diagnóstico se fundamenta en la convicción de que el subdesarrollo no es
fortuito, que la situación de los países subdesarrollados no se sustenta ni en
la corrupción o insolvencia de sus gobiernos, ni en la falta de recursos
naturales, ni en la ineptitud o vaguería de sus poblaciones. Sino que dicha
situación se enmarca en el mismo proceso de desarrollo y crecimiento que los
países desarrollados han liderado hasta la fecha.
Todos
los países forman parte de un todo cada vez más integrado, la economía mundial,
que determina, en gran medida, la posición de los países como triunfadores o
perdedores. Como escribió Eduardo Galeano, en su obra Las venas abiertas de
América Latina: “La división internacional de trabajo consiste en que unos
países se especializan en ganar y otros en perder”.
No es
casual la evolución que ha experimentado la forma de nombrar a estos últimos.
Mientras hace unas décadas era común referirse a ellos como países
subdesarrollados, lo que exponía un mundo de contraposición y dicotomía,
actualmente se han instalado en el lenguaje común las expresiones países
en desarrollo o países en vías de desarrollo.
Dichos términos son muy elocuentes ya que dibujan un terreno de juego armonioso
y homogéneo para todos, el cual genera además la falsa ilusión de que todos
conseguirán, antes o después, el ansiado desarrollo.
Al poco
de pisar uno de estos países subdesarrollados es fácil observar que el
desarrollo de unos no es independiente del subdesarrollo de otros. En este
sentido, la presencia de las grandes multinacionales es muy representativa:
agua embotellada propiedad de Coca-cola, coches Toyota o furgonetas Nissan,
antenas de telefonía de Vodafone, frigoríficos o herramientas Bosch, etc. Así
se podría seguir completando una larga lista de las grandes empresas que,
apoyadas por los gobiernos de los países desarrollados, han conseguido acaparar
los mercados más básicos de dichos países subdesarrollados.
¿Se
podría confiar entonces en estas empresas para mejorar la calidad de vida de
estas poblaciones? ¿Se podría esperar que su objetivo fuera aumentar la
alfabetización o extender los sistemas de potabilización de agua corriente o de
recogida de basuras? No, la preocupación de esas empresas seguirá siendo
inundar más mercados con sus productos, reducir los costes salariales y, todo
ello, sin tener ningún reparo en la contaminación medioambiental derivada de su
actividad. Y no lo harán por maldad o despreocupación, sino por la exigencia de
las leyes económicas del sistema que padecemos, tanto en los países
desarrollados como, sobre todo, en los subdesarrollados.
Como dijo
el presidente norteamericano Woodrow Wilson “un país es poseído y dominado por
el capital que en él se haya invertido”. Por tanto, es la lógica de dichas
empresas y sus Estados guardaespaldas, cuyo principal objetivo es aumentar su
crecimiento y rentabilizar al máximo sus inversiones, la que condiciona
enormemente la evolución de los países subdesarrollados. Esto se materializa en
una serie de mecanismos que caracterizan la explotación y dominación sobre
estos países y que, en gran medida, potencian y amplifican la capacidad de
crecimiento de los países desarrollados.
Entre
ellos destacan la inversión extranjera directa (IED) y las exportaciones, que
provocan una gran vulnerabilidad ante la evolución del exterior. Por un lado,
la IED moldea la estructura productiva de los países subdesarrollados al antojo
de las necesidades de las grandes multinacionales y permite el acaparamiento de
recursos externos en pro de su beneficio privado. Por otro, las exportaciones
producidas, controladas por países desarrollados, generan todo un entramado de
obstáculos al desarrollo para los países importadores y una gran dependencia
frente al exterior.
Otros
instrumentos relevantes en el proceso de sometimiento de los países
subdesarrollados son los de carácter financiero y tecnológico. La deuda
externa, la especulación con productos básicos o todo el sistema de patentes y
royalties constituyen vías que permiten a los países desarrollados sustraer
ingentes flujos monetarios a los países subdesarrollados. Además, la dominación
no queda restringida a la esfera económica ya que existen numerosos mecanismos
políticos o ecológicos, como la desigual explotación de los recursos naturales
o los dispares niveles de contaminación, que caracterizan el status quo
aprovechado por los países desarrollados.
Por este
motivo cuando se fomenta la expansión de las empresas de un país es importante
tener presentes las contradicciones existentes y las consecuencias provocadas.
El crecimiento de los países desarrollados y de sus empresas seguirá estando
sustentado por la miseria y el subdesarrollo de otros lugares del mundo. Tales
empresas seguirán logrando que las poblaciones de los países subdesarrollados
consuman muchos de sus productos, aún sin tener las necesidades más básicas
cubiertas.
En definitiva,
si el objetivo no es únicamente que se mejoren las condiciones de vida de las
personas que habitan el Estado español, es importante ser conscientes de que el
subdesarrollo no es una etapa previa al desarrollo sino –como decía tantas
veces José Luis Sampedro– la otra cara del desarrollo capitalista. Sólo así
podremos realmente afrontar el reto de una transformación global.
Todo
lo que dice es muy cierto, pero le falta apuntar algo que a medida que leía
esperaba que lo dijera, ya que lo expresado apuntaba a a ello, pero finalmente
no.
Sobre todo a partir de la mitad del texto expone usted las nefastas consecuencias de las actividades de las multinacionales en los países del Sur (que yo evite nombrarlos con términos como "subdesarrollado" o símiles no es gratuíto): expolio de recursos, economía dependiente, supresión de la soberanía transferida a las multinacionales, contaminación, miseria. Apunta usted también que esto es así inevitablemente por la lógica del sistema capitalista. Bien, pues lo que le falta decir, es que cualquier relación entre países ricos y pobres bajo el marco capitalista llevará inevitablemente a esta situación, que no hará sino empeorar (y de hecho ha empeorado exponencialmente desde el comienzo de la era colonial, pese a las políticas de "ayuda al desarrollo"), y que por tanto no hay mejora posible dentro del capitalismo. Y todavía más importante: es necesario abandonar el eurocentrismo (u occidente-centrismo) también en la consideración de lo que es ser rico y ser pobre, desarrollado o subdesarrollado. En mi opinión, y en esto me inspiro naturalmente en Serge Latouche y los decrecentistas, es necesario que los países del Sur apliquen sus propias recetas para mejorar sus sociedades, las que eran propias de su cultura antes de la colonización de su imaginario por Occidente. Es Occidente quien ha traído la miseria y el subdesarrollo a esos países, antes no existían como concepto, esas sociedades eran felices con sus vidas fuertemente ligadas a los ciclos de la Naturaleza. Los países del Sur no necesitan más desarrollo capitalista, necesitan liberarse de él y practicar su economía tradicional con las mejoras que la técnica pueda ofrecerles.
Sobre todo a partir de la mitad del texto expone usted las nefastas consecuencias de las actividades de las multinacionales en los países del Sur (que yo evite nombrarlos con términos como "subdesarrollado" o símiles no es gratuíto): expolio de recursos, economía dependiente, supresión de la soberanía transferida a las multinacionales, contaminación, miseria. Apunta usted también que esto es así inevitablemente por la lógica del sistema capitalista. Bien, pues lo que le falta decir, es que cualquier relación entre países ricos y pobres bajo el marco capitalista llevará inevitablemente a esta situación, que no hará sino empeorar (y de hecho ha empeorado exponencialmente desde el comienzo de la era colonial, pese a las políticas de "ayuda al desarrollo"), y que por tanto no hay mejora posible dentro del capitalismo. Y todavía más importante: es necesario abandonar el eurocentrismo (u occidente-centrismo) también en la consideración de lo que es ser rico y ser pobre, desarrollado o subdesarrollado. En mi opinión, y en esto me inspiro naturalmente en Serge Latouche y los decrecentistas, es necesario que los países del Sur apliquen sus propias recetas para mejorar sus sociedades, las que eran propias de su cultura antes de la colonización de su imaginario por Occidente. Es Occidente quien ha traído la miseria y el subdesarrollo a esos países, antes no existían como concepto, esas sociedades eran felices con sus vidas fuertemente ligadas a los ciclos de la Naturaleza. Los países del Sur no necesitan más desarrollo capitalista, necesitan liberarse de él y practicar su economía tradicional con las mejoras que la técnica pueda ofrecerles.
- Comunitario dice:
En América
Latina durante el final del siglo XX y principios del XXI se produjo la masiva
"privatización" (yo diría privación) de recursos naturales y
servicios públicos esenciales como el agua, la generación y distribución de
energía eléctrica, las telecomunicaciones, etc. que estaban controlados por los
estados y pasaron a manos de transnacionales españolas... todo bajo la
"recomendación" del FMI para hacer esos servicios públicos más
rentables, lo que se demostró una falacia y un empobrecimiento y empeoramiento
general... viene entonces al hilo de la frase que usted cita “un país es
poseído y dominado por el capital que en él se haya invertido”.
Me entra miedito cada vez que en el norte se empiezan "preocupar y acongojar" por nosotros. Que no nos "ayuden" mas por favor, es lo unico que pedimos.
ResponderEliminarLes iba a preguntar a qué costo ha sido en Argentina y es siempre, como bien refiere el artículo la inversión privada. Por ejemplo (y es solo uno) al costo de contar con contratos basura refrendados por el Estado en aquellos '90. Pero es una discusión ya tediosa donde sus defensores esgrimen que todo aquello dio pie a una segunda elección de Menem luego de seis años. Y sí, supongo que todos creen que fue casual o azarosa la caída luego con las consecuencias brutales que hemos sufrido.
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