Lunghi y Zorzano, Intendentes radicales de Tandil y Coronel Dorrego, modelos a deconstruir, expertos jugadores de Tute: El cordero degollado y la victimización por el dolor que causa ejercer el poder…
Yendo
a menos también se gana, sobre todo si el rival es inocente, no se da cuenta y
cruza por esa puerta en cuyo frente hay un cartel luminoso que indica: Sólo ingreso para Boludos. La necesidad egocéntrica del clamor popular, simetrías y asimetrías, paralelismos sobre la continuidad. Maquiavelo, un aficionado de la manipulación...
El poder y el dolor
por Juan Perone
"El que centraliza
el poder y lo hace pasar por el ojo de un embudo no sufre el poder. Por el contrario,
disfruta de esa ubicuidad tan propia de las divinidades. No hay mandato de la
gente, ni del partido; no hay muertos ni vivos que sostengan en el poder a
quien no quiera ejercerlo y esté dispuesto a tomar las medidas necesarias para
conservarlo".
Hace
muchos años, Julio Elichiribehety iba seguido por Nueva Era. Se sentaba
en el escritorio del fondo, al lado de la expendedora de café, donde tenía su
desgastada IBM Guillermo Gentile. Habitualmente, le hacíamos notas sobre la
desatención de niños y jóvenes en riesgo, la falta de prevención, la falta de
profesionalismo en Desarrollo Social. Nos juntábamos en ese rincón y
analizábamos la gestión de Julio Zanatelli. “Atrasó la ciudad 50 años por lo
menos”, decía Julio. Coincidíamos. Al menos yo. En ese tiempo
pensaba que ser militar era cualidad suficiente para ser un autoritario. Y que
ser autoritario ya era, de por sí, “atrasar” más allá de las decisiones
puntuales. Reconozco que estaba equivocado. También se puede ser
autoritario sin traje verde.
Eran
épocas donde el Julio que no era Zanatelli andaba con el proyecto de
zonificación de la ciudad. Los comienzos de las “medialunas” ricas y
pobres. Las estadísticas y los coloridos powerpoint. La idea era de
una autonomía barrial, un presupuesto participativo y una comunidad más
involucrada en las decisiones diarias. Ese proyecto fue el que le
presentó a Miguel Lunghi, al candidato a Intendente que había combatido en la
interna, el proyecto que le valió el lugar indiscutido de secretario de Desarrollo
Social pese a venir del pugliesismo. Era un buen proyecto.
Ambicioso y modernizador: descentralizar, consultar, prevenir, apostar a los
jóvenes que estaban quedando al borde del camino, apostar a las ONG y a los
referentes sociales, armar un frentismo social para transformar desde el
territorio.
Por
ese entonces la idea era descentralizar todo lo posible. Es decir, todo
lo contrario de lo que sucede hoy en Tandil, donde todo pasa por un solo
despacho: desde los colores de los juegos de placita, los afiches, hasta las
proyecciones de la ciudad a 20 o 30 años. Todo pasa por ahí porque las
encuestas -otras muy distintas a esas de 2003- dicen que al votante medio de
Tandil, al mediotandilín o al tandilínmedio, le gusta que lo rigoreen, que le hagan
sentir la autoridad del jefe. “Paternalismo” dicen sin ruborizarse
quienes hacen del diagnóstico un axioma y lejos de combatirlo, lo profundizan.
Hoy
Lunghi es más Zanatelli que Zanatelli. Lejos de abrir el juego lo cierra.
Sigue los concejos de un padre fallecido, su propia percepción y la intuición
de que nadie mejor que él sabe lo que quiere la ciudadanía. Cerró las
sociedades de fomento para abrir centros comunitarios del Municipio, infiltró
todo lo que pudo las comisiones de los clubes y organizaciones civiles, le
marcó el terreno a Raúl Troncoso con una alianza con las iglesias evangélicas,
cambió las pequeñas fiestas de los barrios por los megaeventos, monopolizó la
agenda para que nada de lo que suceda deje de rendir examen, antes, en las
oficinas de calle Belgrano. Según los propios, “peronizó” la forma de
ejercer el Gobierno como una forma de exorcizar la imagen del helicóptero
tomando altura desde la Casa Rosada.
Pero
a diferencia del teniente coronel Zanetelli, que mandaba sin remordimientos, porque
en el Ejército el que no manda es mandado, o ambas cosas al mismo tiempo, a
Lunghi le “duele” el poder. Zanatelli asumía que estaba ahí porque era su
voluntad. Su voluntad era el poder. Sin embargo, Lunghi dice -para
que todos lo escuchen- que ejerce el poder pero le duele. Como si no le quedar
otra.
Lejos
de tratarse de un trastorno de “masoquismo”, como el mismo define en una
entrevista, lo que hace el Intendente es asumir el rol del sacrificado por el
bien de su pueblo. La posición es más vieja que “el ñaupa”. Si no
está en el poder por su propio deseo, si lo que está haciendo es un terrible
sacrificio, por eso mismo exige el doble del sometimiento.
El
que centraliza el poder, y lo hace pasar por el ojo de un embudo,
evidentemente, no sufre el poder. Por el contrario, disfruta de esa
ubicuidad tan propia de las divinidades. No hay mandato de la gente, ni
del partido, ni de la familia, ni de los muertos que cada uno carga que pueda
con eso. No hay muertos ni vivos que sostengan en el poder a quien no
quiera ejercerlo y esté dispuesto a tomar las medidas necesarias para
conservarlo. Maquiavelismo de primer grado. Esa versión del cordero
sacrificado la vienen esgrimiendo otros hace 2 mil años por lo menos y nada se
va a inventar al respecto.
El
que centraliza el poder, como hace Lunghi, disfruta de ese desequilibrio de las
oportunidades y la satisfacción de otorgar. Lejos está de ser el único en
su categoría. La Política está repleta de esas versiones de todopoderosos
que terminan confundiendo la felicidad del pueblo con su propia felicidad y colocando
su vida en un plano casi místico. El Peronismo tiene para hacer dulce en
ese sentido, pero el Radicalismo si no lo ha hecho es por inoperancia, no por
principios. Entre los jefes comunales radicales, los “Lunghi” no son
pocos. Eseverri o Gorosito desafiaron cinco veces la alternancia de
poder, hasta que la muerte o la enfermedad los sacaron de juego.
Si
el poder duele, pregúntele al que sufre el desamparo, el hambre o la
marginación por estar, justamente, en el lado opuesto del subibaja. No hay
masoquismo en la batuta. A su sumo se hace presente el pudor de asumir
esa ambición que lejos de apagarse, con los años, se acrecienta.
Sin
excepción, todos los que se negaron a dejar el poder tras cumplir dos, tres o
cuatro mandatos, incluso todos los que saltaron la tentadora cerca de la
tiranía, empezar por creer que no estaban allí por su propia felicidad sin por
la felicidad de los demás. Sin excepción, todos empezaron por creer que
estaban allí por un deber mayor que no era el inconfeso placer de dar agua y
alimento constante a su propio ego.
Fuente:
http://www.politicatandil.com/
Puente
de conocimiento y debate: Antonio Diez “El Mayolero”
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