Declárase Personalidad Destacada de la Cultura de la Provincia de Buenos Aires, al periodista, locutor y escritor Víctor Hugo Morales.
EL SENADO Y CÁMARA DE DIPUTADOS DE LA
PROVINCIA DE BUENOS AIRES, SANCIONAN CON FUERZA DE LEY
ARTÍCULO 1°: Declárase
Personalidad Destacada de la Cultura de la Provincia de Buenos Aires, al periodista,
locutor y escritor Víctor Hugo Morales.
ARTÍCULO 2°: Comuníquese al
Poder Ejecutivo.
FUNDAMENTOS
Víctor
Hugo Morales es un excepcional relator de fútbol y un prestigioso periodista
uruguayo que desde hace 35 años reside en Argentina. Casi toda su carrera, y lo
mejor de ella, se desarrolló en la vecina orilla a la que llegó en 1976 con un
contrato por un año para trabajar en Radio Mitre. Hasta ese momento, Morales
era un muchacho de Cardona de algo más de veinte años que hablaba muy rápido,
tenía una maravillosa voz y una curiosa capacidad para hilar frases con
inteligente creatividad y con un sorprendente lenguaje poético. A poco de
llegar a Montevideo, por circunstancias relativamente fortuitas, ascendió a la
titularidad en la transmisión de fútbol de una de las radios más importantes
del país. Como consecuencia de ello alcanzó rápidamente la fama de un personaje
mediático en el ambiente medio aldeano de la capital.
Un
pibe venido del interior a una pensión de un Montevideo convulsionado, entre
gases lacrimógenos, algunos amigos de la Juventud Comunista o de los tupas con
los que compartían mates, peñas, noches e ideales libertarios, algún laburito
en algún diario para complementar las encomiendas de la familia, y de pronto el
silencio de la dictadura, cuando hasta el uniforme del heladero nos provocaba
terror.
Después,
vivir en solitario en un país aterrorizado, dedicarse a ‘hacer la tuya’, a
veces con buen éxito, jugar al fútbol los domingos en la Liga Universitaria y
los sábados trasnochar sin seleccionar mucho a los amigos.
Morales
agregaba una decena de amistades que hoy resultan indeseables y alguna visita
al cuartel del Batallón Florida que sin conocer los motivos nos resultan
incomprensibles.
Pero
muchas veces son indescifrables las conductas humanas. Al fin y al cabo,
aparentemente, y todo según sus acusadores, iba, solo a jugar al fútbol.
Un
día esa paz hedonista se derrumba porque notamos algo raro, se llevan en cana a
un compañero o un conocido, nos parece que nos siguen, alguien avisa que
estamos en alguna lista negra, nos encanan por una riña en un picado de domingo
y sin preguntarnos mucho nos vamos del país a laburar si es posible en Buenos
Aires, Cruzando el charco como dicen los uruguayos-
Esto
es lo que parece haberle pasado a Víctor Hugo. Podía haber sido una historia
sin mucho brillo, casi intrascendente, si no fuera un relator fantástico y
carismático, un flaco pintón, vanidoso, con ganas de llevarse el mundo por
delante, con exquisito paladar cultural. Mezcla de tango. opera. música clásica
y mate amargo-
Cuarenta
años después y luego de una larga historia, Víctor Hugo es un periodista en al
que media Argentina cree y respeta Se enfrenta al tremendo poder de los medios
mopòlicos y particularmente al multimedio Clarín con sus acólitos periodistas
de comedia.
Apoya
a un gobierno al que él considera progresista, y lo hace con inteligencia y
valentía. Ha sido el relator de fútbol más importante de las últimas décadas,
ha innovado en el relato y en el periodismo deportivo, se ha convertido en uno
de los periodistas más escuchados e influyentes en la comunicación radial y
televisiva argentina,; un referente intelectual, cultural y político cuya
opinión es insoslayable. Su voz expresa desde el micrófono. al subsuelo de la patria sin voz .Víctor Hugo es
un gigante. Su vida ha sido exitosísima en un país en donde el éxito es
esquivo. Un comunicador gigante y popular, un trabajador por la descolonización
cultural
Pero
además es uruguayo y uno sabe que son pocos los uruguayos que han triunfado en
Argentina. Así, al pasar, Gardel, Leguizamo, Julio Sosa, Thelma Biral, Juan Carlos Mareco “Pinocho”, el Chino
Pavoni, Cubillas, Matosas, China Zorrilla, Francescoli, Jaime Roos, Villanueva
Cosse, Tenuta, el negro Rada, Zitarrosa y algunos pocos más. Entre ellos Víctor
Hugo Morales. Casi todos estrellas con
luz propia en la sociedad del espectáculo y del fútbol.
Víctor
Hugo es tal vez el único uruguayo cuya opinión política es valorada en
Argentina, recuperando el compromiso político cultural de Vigietti. Los Olimareños .Zitarrosa….al
que los argentinos escuchan y respetan aunque nadie ignora que es uruguayo.
Hoy, además, es el más importante periodista
nacional.popular.latimoamericanista y democrático de ese país. que no disfraza
de independiente su compromiso político ciudadano
Pero
si en Argentina es tan famoso, en Uruguay es relativamente insignificante, al
menos en el sentido de lo que significa
poco. El noventa por ciento de los uruguayos nunca lo oyó relatar un partido de
fútbol, son pocos los que saben en Uruguay de sus simpatías políticas, nadie lo
vio o escuchó haciendo periodismo político, nadie se ha interesado por su
pasado y apenas algunos miles le han visto la cara salvo en algún reportaje en
las pantallas de la televisión cable.
¿Por
qué entonces dos periodistas uruguayos que siempre han escrito en medios de la
derecha se han lanzado a demoler el prestigio de Víctor Hugo Morales?
Luciano
Álvarez y Leonardo Haberkorn han hecho un libro patético, porque con el rótulo
de periodismo de investigación su lectura desnuda solamente el propósito de
hacer caer el prestigio de un hombre de bien cuya características personales
podrán o no gustarnos, pero cuya trayectoria ha sido transparente en un país en
que las vidas de los hombres públicos se convierten impúdicamente en espectáculo.
En
sus páginas estos dos fanáticos defensores de la Ley de Caducidad despliegan
con la precisión de un sicario una sucesión de descomunales tonterías y
pequeñas anécdotas que mezclan las opiniones futbolísticas de Morales, algunas
incongruencias menores de su biografía, su presunta amistad con tres o cuatro
militares con los cuales jugaba al fútbol y comía algún asado, una docena de
peleas a las trompadas que lo presentan como un paranoico irascible, unas
cuantas visitas al Batallón Florida y un discurso protocolar de un personaje
sobre hablado en un asado de despedida .
Con
estos pincelazos se pretende convertir a un talentoso y prestigioso hombre
común en un farsante. ¿Por qué lo hacen? Por plata. ¿Por qué se puede hacer una
cosa tan miserable? ¿Cuál es el interés de demostrar que un demócrata es un
impostor? ¿Cómo se resumen en una sola las infinitas posibles motivaciones de
un sicario?
¿De
qué se acusa a Víctor Hugo Morales? ¿Acaso andaba cazando gente en una
Chevrolet Veraneio? ¿Denunció a algún compañero de trabajo? ¿Se aprovechó de
los beneficios de la dictadura o de su presunta amistad con los milicos?
¿Participó en las sesiones de tortura? ¿En alguna ocasión fue traidor o un
despreciable delator?
Nada
de eso surge de la trayectoria del periodista Víctor H..Morales. Apenas sí el
testimonio de algunos milicos, aparentemente despechados, que coinciden en
ensuciar a Víctor Hugo.
Víctor
Hugo Morales se ha transformado en un referente en la lucha por la respecto a
la ética periodística. Él mismo ha adoptado el rol de quien decide qué
periodista es ético y cuál no lo es. En cambio, le falta sinceridad para
recordar su propia historia.
Hay muchos puntos interesantes en lsu libro
“Audiencia con el diablo”. Víctor Hugo va mezclando la historia de su propia
vida con reflexiones sobre los más diversos tópicos, desde el fútbol a la
política, pasando por la música, la historia, internet y los teléfonos
celulares (aparatos que no tiene ni quiere tener). Sin embargo, como periodista uruguayo ha decidido polemizar en
los últimos días en Argentina respecto a la ética periodística, y ha aludido a
la actitud que deben tener los periodistas ante un gobierno dictatorial,
interesan en especial las páginas que narran sus años de periodista en Uruguay
durante la dictadura militar que comenzó en 1973.
En una reciente entrevista en la revista
Noticias, Víctor Hugo comparó el comportamiento que deberían tener los
periodistas de Clarín con la situación de los comunicadores cuando falta la
democracia: “Siempre el periodista tiene formas de decoro. En los tiempos de la
dictadura ninguno decía todo lo que pensaba, porque no quería ir preso, porque
no estabas dispuesto a dar tu vida, razones lógicas. Lo que no podes es
convertirte en un alcahuete, en un promotor de la dictadura”.
LA POLÍTICA DEL FÚTBOL
Víctor Hugo irrumpió con fuerza en los medios
uruguayos entre 1974 y 1975, cuando murió Carlos Solé. Su ascenso desplazó a un
segundo plano a Héber Pinto, el otro gran relator de entonces.
Uruguay
vivía bajo una dictadura militar desde 1973. La libertad de prensa había sido
sustituida por un duro régimen de censura. No se podía escribir nada que
hiciera sombra al gobierno. Por supuesto: estaba prohibido hacer cualquier
mención al golpe de Estado, la falta de libertades, los presos políticos, la
tortura en cárceles y cuarteles, la proscripción de partidos y dirigentes. Pero
también estaban vedados cientos de otros tópicos: cualquier noticia
internacional que pudiera asociarse a lo que aquí ocurría, todo aquello
sospechoso de izquierdismo, manifestaciones artísticas “foráneas”, toda mención
a una larga lista de personalidades proscriptas...
Con ese panorama, los medios de comunicación
se tornaron fríos y aburridos. En los noticieros de televisión se leían los
comunicados oficiales del gobierno o de las Fuerzas Armadas. La opinión
prácticamente desapareció del mapa. ¿Quién iba a opinar si no se permitía
hablar de nada? No se podía criticar al gobierno, claro, pero tampoco a las
intendencias, los entes, los servicios públicos, la educación, los hospitales,
la programación de Canal 5…
Ése era el panorama cuando Víctor Hugo
revolucionó el periodismo deportivo. Aunque Héber Pinto (“el relator que
televisa con la palabra”) era excelente y muchas de sus imágenes todavía son
recordadas por los que pasamos los 40 (“voló como un Caravelle”), Víctor Hugo
lo desplazó rápido. Tenía una voz clara y potente, velocidad, inteligencia,
imaginación. Sus trasmisiones y su programa nocturno Hora 25 eran dinámicos en
extremo gracias a un equipo de producción muy numeroso, una novedad en la radio
deportiva uruguaya. “Tenían toda la trasmisión del fútbol del fin de semana
guionada y libretada, como nunca antes se había hecho. Se buscaba una
sincronización y una prolijidad que no eran características de las emisiones
deportivas”, recuerda el periodista Joel Rosenberg en el libro Un grito de gol,
la historia de relato de fútbol en la radio uruguaya.
Pero, más importante aún, Víctor Hugo
encontró una mina de oro: en un país donde informar era leer comunicados militares,
descubrió que no había nada que impidiera informar y opinar sobre los avatares
internos de la Asociación Uruguaya de Fútbol, sobre lo que hacían, decían y
votaban los dirigentes de sus clubes. A ellos se los podía criticar, incluso
con la mayor dureza: nadie lo había prohibido.
Esa apuesta le deparó un éxito demoledor. Se
miraba Telenoche 4 yendo de bostezo en bostezo, escuchando como se leían los
comunicados oficiales (“adelante Asadur desde Casa de Gobierno”), hasta que
aparecía Víctor Hugo: con su rico lenguaje y su voz potente denunciaba el
horroroso manejo de la AUF, acusaba a dirigentes por ineptos y corruptos,
exigía responsabilidades. Aquello no era político, claro. Pero, en aquel país
anestesiado, se parecía. La gente lo escuchaba porque era el único ámbito en
todo Uruguay donde había información, opiniones tajantes, graves acusaciones y
un aire de libertad.
“En
poco tiempo Víctor Hugo Morales cambió el estilo del periodismo deportivo,
confiriéndole un tono editorialista, asertivo, más gritón que razonable, que
ganaría no pocos adeptos desde entonces”, dice Luciano Álvarez en su Historia
de Peñarol. Y continúa: “Creyéndose más periodista que relator, intuitivamente
descubrió que, en aquellos años de dictadura y silencios, la opinión era una mercadería
escasa y necesaria. Si se manejaba bien y se aplicaba solo al fútbol, además
era inocua para el régimen, y hasta lo ayudaba”.
LA GRAN “AUDIENCIA CON EL DIABLO”
El
8 de agosto de 2013, el CEO del Grupo Clarín Héctor Magnetto tenía cita cara a
cara con Víctor Hugo Morales, a quien había denunciado ante la Justicia. De ese
momento parte un libro imprescindible para conocer los mecanismos que los
medios hegemónicos utilizan para perpetuar su dominio. Una historia en la que
se cruza la información sobre el mundo de la política, el periodismo y el poder
con las vivencias personales de uno de los principales protagonistas de la
actualidad periodística.
Se
cita a continuación un fragmento ineludible del libro mencionado, donde se
vislumbra la capacidad analítica de Víctor Hugo Morales:
“Héctor
Magnetto permaneció solo en la oficina que le asignaron. Lo imaginé como una
sombra más, seca y mustia, en ese espacio impersonal y utilitario, en la
penumbra de una habitación en la que el poder se recorta como la belleza de un
cisne desplumado. “Davanti a lui tremava tutta Roma”, dice Tosca mirando al
inclemente Scarpia, apuñalado a sus pies. “Pensar que este tipo es el amo de la
Argentina”, digo, no sin gozarlo. “Y ahora lo tengo ahí”, me ufano, acaso para
alivianar la carga del fastidio. Lo imaginé impaciente y terco, desoídor de
todas las voces que le reprocharon que se rebajara de esa forma. Un Menelao
enloquecido lanzado a una guerra absurda, ganada de antemano pero con la
derrota en el vientre. Un capricho más de un poder insaciable y estúpido, como
es el poder cuando sólo sirve para acrecentarlo. Tenso, como el que se habitúa
a jugar con las cartas marcadas, pero ha descuidado el mazo y es otro el que
reparte. Y lo confirmó Fabiana, la coordinadora de mi programa de radio. Ella
había logrado pasar entre la multitud, con la mano apoyada en mi hombro como en
la formación antes de ir a clase. Lo que vería en un abrir y cerrar de puerta,
acomodada en un sillón del living, se parecía a una escena de El Padrino. La
voz que se oía era como la de Brando. “Mejor”, me dijo.
Desde
el recibidor, ubicado en el centro de la escena, se veía a un guardaespaldas
sentado en la entrada, a la salida del ascensor. Luego el sitio dispuesto para
Magnetto, quien por un instante, al entrar sus abogados, quedó al descubierto
mirando hacia la pared o a un interlocutor, también silencioso. Fue apenas,
cuando entornaron la puerta. Callado y duro, como enojado, lo vi.
En
la última sala, estábamos la mediadora, los abogados de Magnetto, uno rojo y
sobrador, el otro pálido y serio, el doctor Eduardo Barcesat y yo. Discutíamos
sobre la ausencia del demandante. La mediadora señaló que no era una obligación
la presencia de Magnetto. La insistencia de Barcesat, que yo apoyaba mirando a
la funcionaria con expresión de “¿qué sentido tiene, si no?”, provocó que ella
les pidiese a los letrados de Magnetto que fueran a buscarlo. “A lo mejor
viene”, asintió Barcesat. Se leía fácil en los rostros el escaso optimismo de
los enviados, cuando se alzaron con la pereza del alumno que debe pasar al
frente.
La
puerta de al lado fue superada con rapidez. Los abogados ingresaron como si
fueran siameses. Y retornaron a nuestra reunión unos diez minutos después.
“Dice el señor Magnetto que no. Que su representado ya anunció que no piensa
disculparse, por lo que no vale la pena el encuentro.”
Los cantos de la gente en la calle,
al oírse demasiado fuerte, provocaron una mirada de la mediadora que descifré
como: “¿Qué más quiere?”. Era una invitación a que firmáramos el acta, pero
antes Barcesat se expresó severamente sobre la ausencia de Magnetto. El abogado
de pelo rojo ladrillo oía llover. Se convertiría en una celebridad por su pobre
desempeño en una audiencia de la Corte Suprema sobre la ley de medios, semanas
después. Ahora escuchaba a Barcesat desparramado en su silla, con las piernas
estiradas, las manos en el bolsillo y ese aire sobrador que toman prestado de
sus jefes los que cuidan la puerta de un lugar.
Magnetto
no tenía dudas de lo que yo sería capaz de decirle. No quiso darme ese placer.
A una distancia de tres metros pero con una pared en el medio, mis discursos,
los atropellados, los feroces argumentos de mi rabia, se desvanecían. Había
llegado con el propósito de controlar las ideas que giraban con la potencia de
un tornado, solo en el umbral de la delicadeza que merecían las personas que
oficiarían de testigos, aun los guardaespaldas del Padrino. No le diría “un
mafioso como usted”. Tenía decidido hablar de la mafia como algo que hubiese
soportado mejor en el cotejo con la muerte civil que quiso destinarme.
Mire,
Magnetto, era mejor que mandase a matarme que la muerte lenta a la que quiso
someterme con su ataque incesante, usted que tiene idea clara de lo que
significa para un hombre en contacto permanente con el público la mirada
desaprobatoria de cuanto imbécil juega a creer en las mentiras de sus diarios y
de sus canales, y me acusa de pertenecerle al gobierno, se solaza en el
invento, más atroz aún, de asignarle un interés económico a esa afiliación para
que la gente tenga un pretexto que le permita descargar su odio solo porque no
tolera al que piensa distinto, y no le alcanza con que a uno lo rechacen por
pensar equivocado, sino que debe haber según sus inventos un interés espurio,
es decir, tiene que haber dinero, pero sosteniendo la infamia sin pruebas que
sería imposible reunir, solo con insidias, mencionando la plata del Estado, la
entrega de la conciencia a cambio de lo que no solo no necesito, sino que lo he
ganado con creces, y lo logré, pese a confrontar públicamente con su diabólico
poder, sin resignar una sola bandera, sabiendo como sabemos que hubiera bastado
entregarme al mismo y beneficiarme con pertenecerle yo también como pudo haber
sucedido tantas veces, y no quise, en cada ocasión que quisieron cooptarme con
TyC, con Radio Mitre, en el Canal Metro, en el diario Olé, del que fui el
primer periodista entrevistado para escribir los comentarios del fútbol, y a
cambio fui castigado a la desaparición de sus medios, y así veinte años, lo
cual era entendible, hasta que apareció la discusión de la ley de medios y
entonces, porque mi palabra adquiría otro valor, porque tenía antecedentes de
haberlo denunciado en incontables ocasiones en mis espacios, en los reportajes,
en el Congreso de la Nación, entonces, para anularme como contendiente
procedieron a herir mi credibilidad y lo hicieron con una saña jamás vista
contra un periodista, salvo los asesinados por mafias, comprando redactores de
libros infames, arrojándome los perros de sus redacciones con títulos y
comentarios provenientes de lo que ustedes mismos preparaban.
¿De
qué se siente ofendido, usted, cuya infamia me perseguirá más allá de mi muerte?
Mire esta carpeta, ¿sabe cuántas páginas de falsedades hay aquí? Mil páginas,
Magnetto, en menos de cuatro años, esa es su campaña y la de quienes lo siguen
por complicidad o por temor a sus represalias, mil páginas sin contar las horas
de radio y televisión que me ha dedicado, o los correos electrónicos canallas
enviados, empezando por aquel que decía que el gobierno me dio diez millones de
dólares para torcerme el brazo, salido de la clandestinidad de su usina de la
calle Perú, probadamente falso, “firmado” por personas inexistentes, correos
que llegaron a millones de personas para que, como peces en una red lanzada al
mar, quedaran atrapados los ingenuos, los odiadores, los fachos, esos que, por
carecer de argumentos para la discusión de fondo, se sienten cómodos en la
injuria.
¿Sabe
usted que he ganado en mi vida bastante más que ese dinero, y que lo conseguí
sin venderle mi dignidad a nadie, empezando por usted mismo, que no pudo
comprarme? ¿Y que sin embargo no puedo manejar el auto de mi mujer porque es
importado, a riesgo del insulto de los que, por odio o por envidia, lo pondrían
en la cuenta de esos diez millones de dólares que sus criminales mediáticos
entintados pusieron en mi cuenta? ¿Y sabe dónde está la prueba de cada peso
facturado? En la AFIP, donde debo ser el periodista que más dinero pagó nunca
en impuestos a las ganancias, acusando un salario que, vergüenza debería darle
a usted, es un poco, nada más que un poco, inferior al que usted declara. Ahí
tiene mi verdad, ahí está pulverizada su mentira y la de sus sicarios, ¿sabe
cuánto dinero pude ganar decentemente en la TV Pública? Nada más el Mundial de
2010 pudo dejarme una fortuna y renuncié a ese privilegio la misma noche que se
votó la ley de medios. ¿Y sabe para qué? Para que no pudiera usted decir, o sus
esbirros, que el gobierno pagaba de esa manera mi adhesión a la causa de la
ley, que en realidad era mi propia causa mil años antes de que existiera el
gobierno en cuestión.
¿Imagina,
Magnetto, cuánto hubiera gozado profesionalmente del privilegio de conducir y
relatar un Mundial en la televisión? ¿Le parece que me lo merezco, que soy
alguien en esta profesión que podría hacerlo bastante bien y, quizás, era capaz
de cambiar los paradigmas de amarillismo, grosería, y obviedades con las que se
castigó a la audiencia mientras usted controló a la televisión, a la AFA, al
fútbol, a los competidores? ¿Puede calcular cuánto dinero dejé de percibir en
un solo mes del Mundial si, en la radio, que es nada comparada comercialmente
con la televisión, la cláusula extra por transmitir un Mundial es de cien mil
dólares aparte de los sueldos y los acuerdos publicitarios? ¿Sabe el
convencimiento y el desinterés que hay que tener para esa renuncia? ¿Le consta
que he declinado desde siempre trabajar en Fútbol para Todos, solo para que
usted no declame “con razón le molestaba el fútbol privado, lo que quería era
quedárselo”?
¿Tiene
idea del dinero que me he negado a ganar para no darles ese gusto a usted y a
su caterva de serviles? ¿Y cuánto me ha servido? Ustedes apuestan a que la
mentira llega a mucha más gente que la refutación y relativizan la verdad como
si la hubieran arrodillado en una cava para darle un tiro en la nuca, como
actúan las mafias con los que les son molestos, como hace usted conmigo.
¿Sabe,
Magnetto, cuándo escribí por vez primera sobre Clarín? En 1987, hace veintiséis
años. ¿Sabe desde qué fecha está documentado que hablo contra los multimedios
como el suyo y denuncio los perjuicios que provocaría al periodismo, a la
sociedad y a las relaciones del poder? Desde 1991. ¿Entiende lo que eso
significa de libertad en mi conciencia? La misma que me provoca saber lo que he
perdido económicamente en estos años, porque, mientras usted me ensucia, la
realidad es que de publicidad he dejado de percibir más del sesenta por ciento
de lo que está pautado, usted puede preguntarle al actual director de Radio
Continental, que trabajó para Clarín hasta no hace demasiado tiempo, cuánto
dinero dice perder porque los avisadores de la derecha se niegan a poner los
avisos en mis programas, acaso cumpliendo lo que por las redes sociales piden
desde su SIDE de la calle Perú, y ese mismo señor de la radio puede decirle que
acepté trabajar dos años, 2011 y 2012, sin un peso de aumentos porque, si no,
no podían mejorar los salarios del personal en la eterna crisis de las
emisoras.
¿Y
usted se dice ofendido, siendo que, de manera kafkiana, mientras denuncia que
lucro con mis opiniones, no he cesado de perder fortunas, por el abandono de
seguidores publicitarios que eran de fierro, y por lo que no pude aceptar para
que no mezclaran principios con intereses? Todo esto se lo quise demostrar a su
propia gente de la ONG Poder Ciudadano que, al ver que nada podrían demostrar
en mi contra, declinaron la auditoría que yo mismo les ofrecía hacerme. ¿Qué
más debo ofrendar para dejar en claro lo patético de la demanda de un
ensuciador profesional como usted? Y hace no mucho tiempo, Magnetto, cuando
usted y las consultoras liberales, los grandes entregadores del país, pugnaban
por la devaluación, para sostener mi manera de pensar, tomé el ahorro que tenía
en el banco y lo convertí en pesos, perdiendo quizás la mitad del capital.
Si ustedes consiguen doblegar al
gobierno, ¿quién es la víctima aquí?, ¿en cuántas cuotas debo pagar la osadía
de enfrentar su poder?
¿No
alcanzan el dinero perdido, las ofertas desechadas, los insultos padecidos, las
mil páginas de mentiras, el ataque de impertinentes agrandados por la
protección que usted les asegura? Ríase, pero a un privilegiado que lleva treinta
y ocho años de contratos millonarios usted lo ha expulsado de muchos lugares.
Mire cómo se mata a una persona sin llevarla a una cantera por la madrugada, le
da nomás la muerte civil acusándolo de venderse a un gobierno, y lo sube a un
caballo como en la Inquisición para que al hereje lo vean todos, ése es su
poder, celébrelo, que no todos pueden matar tan higiénicamente con un balde de
tinta.
Cada
vez que me lanzaba mentalmente a esta catarsis me preguntaba hasta dónde podría
avanzar. Sería interrumpido muchas veces, me advertía en los monólogos
imaginarios. Magnetto amagaría con irse, se iría nomás. Los abogados
protestarían como los que saben que no fue penal y lo piden. La negociadora del
juzgado procuraría calmarme. “Pero escúcheme, no se vaya”, me imaginaba
diciéndole a Magnetto. “Después argumentará cuanto quiera usted también.” Es
que tenía tanto más para decirle. Me veía en el espejo de sus ojos fríos,
impasibles como los de un francotirador que espera el paso de su presa. Gozaba
de antemano ese desprecio en la curva de su boca. Pero estaría todo el tiempo
temeroso de su partida. De ahí la sutileza con la que debía conducirme. Como se
ofrecen semillas a las palomas, sin gestos que las espanten. Ningún discurso
llegaba tan siquiera a la mitad del recorrido. Lo veo al pelirrojo, mientras me
lanzaba desde lo alto de la montaña, recto en la embestida, sin hacer slalom.
“Es escandaloso”, diría el que ahora veo con su pelo de polvo de ladrillo,
condenado a explicar en mil almuerzos de trabajo por qué se abatató el día más
importante de su vida al servicio de Magnetto.
Las
palabras iban en tropel, como el que llega y cuenta un crimen, en cada ensayo
de esos días, a veces hablando solo, como cuando era muchacho y decía avisos en
voz alta, o hablaba como Oscar Casco mientras cuidaba vacas a la vera de una
carretera en las afueras de mi pueblo. Eso me subleva. No era tan malo hacer
pastar unas vacas tontas si tenía la soledad necesaria para jugar a ser actor
de radioteatro y acaso me conformaba con eso. Pudo ser mi vida. Pero algo
sucedió en el trayecto. Dejé las vacas ajenas y me metí en la radio y me vi de
afuera del aparato con la curiosidad de un niño. Y construí una carrera sin
negociar nada, nunca (sic..)”
El conductor de radio Continental explicó que
el fragmento elegido para leer al aire, se trataba de una catarsis -en una
situación imaginaria- expresada cara a cara al jefe de Clarín, Héctor Magnetto.
En
poco más de tres minutos, Víctor Hugo Morales blanqueó situaciones personales
relacionadas a diferenciar "principios e intereses" frente al odio
que el dueño del multimedio -"ensuciador profesional"- lanzó a través
de todos sus caminos mediáticos.
"Audiencia
con el diablo" es el título del texto que califica a Magnetto como uno
"de los grandes entregadores del país".
El
pensamiento constante de un comunicador, que no cambió su mirada política a
través de los años, relata en sus páginas las variadas maneras que tuvo el
cómplice de las trasnacionales para atacar el trabajo que con pensamiento y
humildad forjó durante 38 años.
"No
todos pueden matar tan higiénicamente con un balde de tinta", leyó para
dejar en claro el trato que reciben los que estén dispuestos a enfrentarse con
el 'diablo'
Es
por todo lo anteriormente mencionado. Por su trayectoria y concreción. Por su
vehemencia y su capacidad de “decir” en tiempos democráticos pero sesgados por
las visiones partidarias de turno, donde trabajar por la verdad es menuda tarea
que se hace solo desde la honestidad y la ética intelectual que demuestra tener
este comunicador social de profundo hablar y situada razón; Por lo expuesto es
que solicito a todos mis colegas.,me acompañen con su voto-
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