La difusa ideología de los partidos





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DE LA SOTA SE AUTODEFINE COMO DE CENTRO IZQUIERDA, RESULTA QUE EL PRO TAMBIÉN SE CONSIDERA PERONISTA Y DE IZQUIERDAS, LA IZQUIERDA RADICALIZADA AFIRMA QUE EL KIRCHNERISMO ES DE DERECHAS, EL SOCIALISMO APUESTA POR LA MANO INVISIBLE DEL MERCADO. tODO ESTO MIENTRAS MASSA SE ASUME COMO UN PROGRESISTA DE CENTRO CON PROFUNDAS RAICES KEYNESIANAS Y EL TROSTKISMO ES INVITADO POR LAS CORPORACIONES A HARVARD PARA DISERTAR; LO MÁS CURISOSO QUE EL TROSTKISMO VA, Y ALLÍ AFIRMÓ: Lo más importante de lo expresado por Altamira a los estudiantes de Harvard es una confesión, de las que confirman lo que hace mucho se viene denunciando en este espacio: el trotskismo no es de izquierda, sino de derecha; es la expresión política del neoliberalismo, pero con retórica socialista y envase de color rojo”.

Pero que va.. somos hombres de a píe y seguramente no entendemos nada....


RAÍCES DE LA AMBIGÜEDAD DE LA POLÍTICA ARGENTINA

La difusa ideología de los partidos

Por Marcelo Leiras para Le Monde Diplomatique


La división entre izquierda y derecha no es nítida en los partidos políticos argentinos, pero eso no quiere decir que no exista. La ideología a menudo borrosa que muestran obedece, entre otras causas, a la peculiaridad del peronismo y de la estructura económica argentina.

Roberto Aizenberg, Humeante, 1967 (Gentileza Galería Jorge Mara La Ruche)

Una segunda vuelta con final de bandera verde entre un candidato cristinista de paladar negro y Mauricio Macri en una fórmula sin socios extra-partidarios. Muchos pronósticos recientes auguran un desenlace como este a la carrera presidencial de 2015. Detrás de esos pronósticos hay deseos. La competencia polarizada es el sueño tanto del oficialismo militante como de los hastiados de las décadas de presidencias peronistas. La nitidez ideológica es ese claro objeto de deseo para quienes queremos una comunidad partidaria organizada.

En esos pronósticos hay algo de verdad. Cristina Fernández sostuvo un discurso de centroizquierda durante sus dos presidencias con tanta firmeza como Carlos Menem durante las suyas uno de centro-derecha. Puede dudarse de la autenticidad de esas posiciones o cuestionarse la consistencia entre sus políticas y ese modo de hablar, pero es difícil negar que el cristinismo sea un izquierdismo. Macri ha conseguido evitar los exabruptos despectivos que hace unos años le salían seguido y las posiciones de los dirigentes del Pro se parecen más al pluralismo urbano del grueso del electorado porteño que al conservadurismo predominante en algunos barrios de la ciudad y en otras derechas latinoamericanas. Pero un candidato presidencial del Pro sólo puede ganar la elección distinguiéndose del Frente para la Victoria, y si el cristinismo es un izquierdismo, una oposición eficaz no puede dejar de ubicarse a la derecha. Un ballottage entre el FPV y Pro, las cosas por su nombre: el partido al que siempre votan los pobres defendiendo la distribución progresiva del ingreso y la intervención estatal en la economía, el partido al que los pobres no votarían nunca defendiendo la asignación eficiente de recursos y el estímulo a las iniciativas individuales.


Los pronósticos de polarización despiertan entusiasmo porque son verosímiles. Pero también son parciales, no solo porque subestiman otras posibilidades que es sencillo imaginar sino porque omiten algunas de sus condiciones de posibilidad. 


Una: Si hay segunda vuelta será porque habrá más de un candidato peronista en la primera. Una candidatura peronista unificada estaría cerca de reunir los cuarenta puntos con diez de diferencia que requiere la exótica regla electoral argentina. Los ballottages fabrican polaridad a partir de la fragmentación pero no pueden inventar uniformidad donde no la hay. Una segunda vuelta entre candidatos con posiciones ideológicas nítidas reuniría los votos de otros con posiciones quizás menos categóricas. Pero la homogeneidad de los discursos que puedan adoptar los competidores principales no diluirá las diferencias entre las porciones del electorado que los respalden. 


Dos: Un candidato apoyado solamente sobre su identificación con la Presidenta tendría muchos problemas para unificar a los votantes tradicionales del justicialismo, aun cuando jugara la final contra un candidato no peronista. El motivo principal de esta dificultad es que la actual mandataria eligió transitar su segundo período alejada de algunos de los apoyos sindicales y partidarios justicialistas. Sería mucho más probable unificar el voto peronista tradicional si el candidato del Frente para la Victoria fuera Daniel Scioli. Pero en ese caso la distinción entre izquierda y derecha perdería relevancia electoral, a menos que ocurra un milagro retórico de aquí a octubre. Un final entre dos candidaturas ideológicamente fuertes es improbable porque el electorado argentino está dividido en más que dos bloques y porque el cristinismo no puede ser simultáneamente un izquierdismo y un peronismo.


Las posibles razones



Competencia entre candidatos sin diferencias ideológicas claras: nada nuevo bajo el sol argentino. La inadecuación de la topografía política clásica para entender las diferencias entre los partidos es una de las tesis más frecuentes y más ampliamente aceptadas acerca del sistema político argentino. Reconoce muchas variantes. Analizaré cuatro de ellas, con la esperanza de que la revisión de este lugar común permita destacar aspectos importantes tanto de la distinción entre la izquierda y la derecha como de los partidos argentinos.


La primera variante sostiene que las divisiones ideológicas son secundarias o, en el mejor de los casos, anacrónicas. Si alguna vez fueron relevantes, seguramente no lo son en nuestra época. Los motivos de la acción política están determinados por percepciones y sentimientos antes que por cálculos y argumentos. El habla y el razonamiento llegan cuando la decisión ya está formada. Así, la ideología, es decir, la combinación de explicaciones y juicios en sistemas coherentes, tiene mucho menos fuerza para guiar nuestras opciones que la significación prediscursiva de lo que vemos y oímos. Para quienes defienden esta concepción, la baja probabilidad de una competencia entre candidatos presidenciales de izquierda y de derecha no es una anomalía del sistema político argentino sino otra prueba de la pobreza de nuestros conceptos. Desde este punto de vista, los partidos no expresan doctrinas sino sensibilidades y las campañas no promueven acuerdos, motivan identificaciones.


Los argumentos de este tipo pasan por alto que las relaciones de representación además de identificación necesitan inteligibilidad. No basta con reconocer en qué medida nuestros gobernantes sienten como nosotros, también es necesario entender qué hacen y por qué. Dada la enorme cantidad de decisiones que toman los gobiernos entre elección y elección, sería imposible reunir toda la información necesaria para producir tales entendimientos.
Las ideologías nos asisten en la tarea de formar juicios a partir de información muy escasa. Sin esa guía, la interpretación de la información política es más costosa y sus conclusiones más inciertas. Los partidos ideológicamente heterogéneos son más difíciles de entender y, por tanto, vehículos de representación menos aptos. El desajuste entre los contrastes ideológicos y las divisiones partidarias no es una debilidad de la teoría sino un problema de la práctica política argentina.


Una segunda variante del argumento de inadecuación reconoce que las ideologías políticas son importantes pero sostiene que la distinción entre la izquierda y la derecha no es un retrato fiel de la organización del espacio ideológico nacional. Hay un desacuerdo fundamental pero la distinción entre la izquierda y la derecha no lo denota. Los diferendos son otros y autóctonos: civilización o barbarie, modernidad o tradición, patria o colonia, más recientemente, populismo o república y, desde ya, el compendio: peronismo o antiperonismo.

El politólogo canadiense Pierre Ostiguy elaboró una versión interesante de esta posición. Sostiene que el eje izquierda-derecha es solo una de las dos dimensiones que estructuran el espacio político argentino. La otra distingue las formas altas de las formas bajas de la cultura. La alta cultura es racionalidad, refinamiento, civilización, institucionalización, universalismo y legalidad. La baja cultura es pasión, espontaneidad, convicción, decisión, voluntad y personalismo. Hay cuatro posiciones en el espacio ideológico y la distinción entre lo alto y lo bajo predomina; por eso es difícil organizar partidos homogéneos de derecha o de izquierda.


Categorías enfrentadas


La importancia política de los contrastes entre la modernidad y la tradición, entre lo propio y lo foráneo, entre el universalismo y el personalismo, expresada muchas veces en disputas entre peronistas y antiperonistas, no es un capricho historiográfico. Es la cristalización cultural de conflictos que les dieron tanto a la sociedad como al Estado argentinos su configuración. Pero no es evidente que esos contrastes agoten las diferencias políticas importantes o que la confrontación entre izquierda y derecha pueda reducirse a alguno de ellos. Por el contrario, algunos trabajos especializados demuestran que la distinción entre izquierda y derecha es relevante tanto para los electorados como para los candidatos, solo que no predice con exactitud sus preferencias partidarias.


Argentina es uno de los doce casos que integran el examen de Herbert Kitschelt y sus coautores sobre los sistemas de partidos latinoamericanos. El análisis sugiere que las diferencias entre los legisladores argentinos en términos del rol del Estado en la economía y la protección frente a los riesgos sociales son casi tan pronunciadas como entre los legisladores chilenos o los uruguayos, quienes se desempeñan en sistemas en los que la estructuración programática de los partidos es muy fuerte. Las encuestas de opinión pública relevadas en el mismo estudio indican que las posiciones de izquierda y de derecha también son importantes para los votantes. Lo que distingue el caso argentino es que los partidos reclutan candidatos y consiguen adhesiones de personas con inclinaciones ideológicas disímiles. 

El contraste entre la izquierda y la derecha existe y no es secundario, pero no tiene una expresión clara en la competencia entre los partidos. Las variantes del argumento de inadecuación que resta examinar parten de reconocer este hecho. La tercera variante sostiene que los partidos no expresan el clivaje izquierda derecha porque no pueden. La cuarta, que no lo hacen porque no quieren.


La dificultad de los grandes partidos argentinos para ubicarse en el espectro de izquierda a derecha es especialmente desconcertante dada la muy fuerte correlación entre el estatus socio-económico y el comportamiento electoral. De acuerdo con el consenso de los estudios, los pobres votan por candidatos peronistas con una probabilidad muy alta y quienes no son pobres tienen muy baja probabilidad de votar por el peronismo. Si las políticas tienen consecuencias distributivas y los partidos defienden las que benefician al núcleo de sus electorados; si el peronismo surgió de un proceso de incorporación social drástico que desafió las jerarquías sociales heredadas y dejó una huella identitaria fortísima tanto en sus beneficiarios como en sus adversarios, ¿por qué no hay un peronismo inequívocamente de izquierdas y un gran partido no peronista claramente de derechas? 


La respuesta típica es que Argentina es un país federal y los partidos argentinos son confederaciones de partidos provinciales. Como las provincias son socialmente diversas, los pobres de, por ejemplo, San Juan, se parecen poco a los de Jujuy, y los sectores medios y altos de Salta tienen poco que ver con los de Entre Ríos, de modo que aunque los niveles de ingresos o educativos tengan una correlación muy fuerte con el voto, los partidos no pueden adoptar ideologías definidas porque sus electorados valoran cosas distintas.


Esta interpretación sobrestima las diferencias entre los residentes en distintas provincias. Las políticas que aplaudirían los pobres que residen en Misiones no pueden diferir tanto de las que aprobarían los residentes en el Conurbano. Y si son parecidas, ¿por qué no defenderlas con argumentos semejantes?


Queda por explorar la hipótesis de que los grandes partidos argentinos elijan la vaguedad ideológica. Puede formularse con base en una tesis clásica del análisis de la macroeconomía argentina. Guillermo O´Donnell la expuso en su ensayo sobre Estado y alianzas. Pablo Gerchunoff y Lucas Llach precisaron la descripción de los mecanismos subyacentes en un trabajo más reciente. Argentina se constituyó como economía moderna con una dotación peculiar de factores de producción: recursos naturales abundantes, poca gente y escaso capital. Esta dotación impone dos restricciones a las políticas económicas. Por un lado, aumenta el costo de la protección del mercado interno, porque desalentando la exportación de bienes agropecuarios se deja de explotar la ventaja derivada de la abundancia de recursos naturales. Por otro, la memoria de salarios altos resultante de la escasez de trabajadores compromete la supervivencia de las políticas con impactos regresivos. Las políticas de apertura comercial reducen el valor de los salarios porque aumentan el precio doméstico de los alimentos y porque acercan la remuneración interna de los factores de producción a su precio internacional, aumentando así la recompensa a los factores abundantes (los naturales) y reduciendo la de los factores escasos (el trabajo y el capital). De este modo, motivan la resistencia de los trabajadores. Pero el crecimiento del mercado interno que producen las políticas de estímulo de la demanda doméstica enfrenta tarde o temprano un problema de financiamiento que solamente puede resolverse tomando deuda o reabriendo la economía.


Como lo demuestra el trabajo de Gerchunoff y Llach, esta configuración amenazó siempre la consistencia de las políticas económicas adoptadas por los gobiernos argentinos y la economía osciló entre ciclos de redistribución progresiva seguidos de ajustes regresivos. Si los miembros de los grandes partidos argentinos conocen estos ciclos, tienen que saber que es improbable que puedan sostener una orientación respecto de la distribución del ingreso durante un período muy extenso. Así, la vaguedad ideológica funcionaría como una licencia para alterar la política económica si las circunstancias lo requieren. 


De modo interesante, enfrentadas con los límites de sus políticas, las dos presidencias peronistas largas desde 1983 rechazaron la licencia ideológica. Menem no dudó cuando tuvo que elegir entre la defensa de su legado de centro-derecha y la competitividad del candidato presidencial de su partido. Frente a la misma opción, Cristina Fernández elige el mismo camino. Pero el partido que los llevó a la Presidencia sigue siendo el mismo, y como lo hiciera en 1999, respaldará el programa de su líder hasta la mañana del 10 de diciembre de 2015 y ni un minuto más.



Fuente: Le Monde diplomatique Cono Sur


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