Editorial del Sábado 9 de Mayo en Testigos de Privilegio, por la AM 1470 La Dorrego
Una
alocada apología del hombre ordinario, sin duda extraordinaria, es la novela
más famosa de Chesterton: El hombre que fue Jueves. En ella Gabriel Syme, feroz
defensor de la cordura y agente de la Scotland Yard ―una especie peculiar de
policía: detective-filósofo― se filtra en el Consejo Central de Anarquistas
Europeos o, lo que es lo mismo, el terrible Consejo de los Días, que preside el
tremendo Domingo. Allí, siete personajes que representan diversas ramas de un
complejo escalafón de anarquistas (paradoja muy chestertoniana: el puntilloso
orden de la anarquía), conspiran para abolir todas las convenciones y derrocar
todos los gobiernos, para destruir hasta la idea misma de convención y
gobierno. En esta conspiración, nuestro héroe ocupa la silla del Jueves. Desde
dentro del círculo más cerrado de la Anarquía, Syme intenta desarticular una
conspiración de pesimismo y filosofía nihilista que, ya por aquel entonces,
pretendía destruir a la humanidad.
Conforme avanza la
novela los miembros del Consejo (los otros días de la semana) van
desenmascarándose y descubriéndose, lo mismo que Syme, policías-filósofos
filtrados en el Consejo para escamotear sus planes malsanos ―que consisten,
bajo la fachada de una anarquía casi humanitaria, en destruir a la humanidad―.
Pues bien: cada miembro del Consejo está escondido detrás de una característica
siniestra que, simbólicamente, representaba alguna corriente filosófica
destructiva ―por falsa, por mala antropología―, lo que vamos descubriendo
capítulo a capítulo. El final, a la vez hermoso y desconcertante, revela lo que
el subtítulo sugiere: todo fue una pesadilla.
Poco tiempo antes de las elecciones del 2011 nos atrevimos afirmar
desde este foro que la candidatura de Cristina Fernández de Kirchner nos
colocaba personalmente en una sombría dualidad político-humanista. Por un lado la
satisfacción de que el proyecto Nacional y Popular seguía contando con su más
brillante y destacado exponente político. Al mismo tiempo advertíamos sobre el
recurrente e histórico grado de canibalismo que nuestra sociedad ha desarrollado
históricamente deglutiéndose literalmente a nuestros mejores hombres y mujeres.
Yrigoyen, Perón, Frondizi, Illia, Alfonsín y hasta el mismo Kirchner. Hombres
que sembraron y siguen sembrando de citas y noblezas a nuestra contemporaneidad
pero que en su tiempo fueron destrozados por los intereses coyunturales,
democráticos gobernantes que fueron acusados de cuanta cosa nefasta sucedía,
mandatarios populares que fueron víctimas de las más siniestras operaciones
corporativas tanto internas, como externas. El Dr. Pedro Juan Testani ha sido
nuestro ejemplo doméstico en el Pago Chico.
De modo que dentro de este panorama la actualidad no nos puede
sorprender. En su momento sosteníamos que nuestra conductora inexorablemente
iba a ser sometida a ese determinismo histórico colectivo que tristemente nos
caracteriza y que en lo personal, desde el punto de vista humanista, no
estábamos ni estamos dispuestos a tolerar con la pasividad de simples
espectadores.
La presente reedición del armado corporativo denominado Grupo A,
en este caso a través de su ala sindical, de la mano de la misma cabeza
mediática que organizara en el año 2009 su ala legislativa, resulta un
correlato unívoco de intenciones que nunca arriaron sus banderas fundacionales
más allá de la contundente derrota sufrida en las urnas. En ambos casos la
cuestión impositiva constituye el centro de la excusa. En aquel momento fue el
sistema de retenciones agropecuarias, en la actualidad los gravámenes sobre los
salarios más elevados de nuestro colectivo laboral registrado.
El discurso hegemónico ha convencido a una buena parte de nuestros
compatriotas sobre lo nefasto que resulta tener un sistema impositivo que
tienda hacia la equidad. Desde luego que no se plantea de ese modo, se lo hace
desde el eufemismo y el embuste. Se habla de confiscación, de impuesto al
trabajo, y demás sofismas que hacen a la universalización de la engaño. Entre
ellos se observa como detalle substancial la necesidad de bajar el gasto
público so pretexto de que el dinero de los contribuyentes es utilizado de modo
malversado. Ante esta afirmación el ciudadano finaliza aceptando cómodamente y
desde su propio egoísmo que pagar impuestos resulta poco menos que un desfalco
por parte de un Estado corrupto e ineficiente. La receta se reitera, los
argumentos continúan vagando entre la desinformación y la ignorancia sobre el
entramado fino que encierra la administración pública. Por ejemplo se habla del
sistema de subsidios de los servicios como si tal política no afectara
positivamente en nuestros bolsillos cotidianos. ¿Pensarán algunos qué se trata
de un derecho adquirido? En ocasiones me encuentro con compatriotas que ni
siquiera lo toman en cuenta como ingresos indirectos.
De todas formas existe una superficie, una punta del iceberg, lo
visible para nosotros, el vulgo. Por debajo se encuentran los entramados más
complejos y que generalmente no figuran en la letra chica de las editoriales:
El marco ideológico en el que se encuadran las acciones políticas y su
correlato de alianzas para el logro de tales fines.
Luego del escandaloso 55% del 2011 la restauración conservadora ha
logrado rearmarse a partir de sus propios infiernos y desquicios. Posee un ala
política varias veces derrotada, mesa de enlace incluida, pero instalada
mediáticamente, y posee un ala sindical activa y omnipresente que no tiene
reparos en disimular los dislates de Sergio Massa con relación a los despidos
que tiene programados para la actividad pública en el caso de llegar a la
presidencia rememorando una suerte de caza de brujas, actitud típica de todo
buen inquisidor. Como en tiempos de la dictadura, no te echamos por ineficiente
ni por vago, te echamos por el olor a zurdo. Cuestión que la totalidad de sus
candidatos a cargos ejecutivos y legislativos que vienen del sindicalismo han
sabido callar a pesar de sus jactancias representativas.
Desde este humilde espacio humanista seguimos pensamos en
Cristina; en su dolor interno ante la traición, en su soledad ante la ausencia
del compañero de lucha, aquel mismo que estuvo a su lado cuando los arrebatos
destituyentes del 2008. Es probable que si estuviera entre nosotros muchos de
los que se animan en la actualidad estarían debajo de la cama o conduciendo un
camión, como simples laburantes y no como representantes de los que desean el
cadáver de nuestra conductora, hambrientos desquiciados que apetecen saciar su
natural e histórico canibalismo de clase.
En algún caso estamos seguros que nuestro sindicalismo nativo ha
tomado muy en cuenta la lectura de la novela de Chesterton. Poco a poco, sus
cargos representativos fueron ocupados por personas que en nada se relacionan
con la lucha obrera y que representan fielmente los intereses patronales
utilizando sofismas de toda clase y especie.
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