NO LO SABÍAS... ES PERONISMO, IDIOTA....



Les pido mil disculpas y les doy la razón a todas aquellas personas con las cuales discutí buenamente en estos años sobre el devenir. Hasta último momento me resistí a pensar como probable una salida vía Scioli. Pero dadas las cosas de este modo no tengo más aceptar mis errores conceptuales, acaso mis percepciones se vieron influenciadas por mis deseos. Lo cierto es que Scioli será la única referencia concreta que tendremos para ponerle freno a la restauración conservadora que desean las corporaciones a través de Macri. Cada uno sabrá que hacer. Hoy no estoy muy seguro que el candidato es el proyecto, considero que puedo exponer dudas razonables, lo que estoy seguro es que desde mi lugar haré lo posible para que el conservadurismo que representan los poderes fácticos fracasen en su intento..  



MENEMISMO, KIRCHNERISMO Y DESPUES…?

Jorge Dossi, Página Popular


En 1989 Carlos Saúl Menem no era el ángel rubio que más tarde habría de confirmar la traición a sus promesas de campaña –salariazo, revolución productiva, etc- dando paso a la mutación más dramática padecida por el peronismo en democracia.

¿Acaso eso era peronismo también? El viejo decía que peronistas somos todos, sin embargo, aquella mutación inesperada resulto indigesta para quienes seguían considerando al peronismo como el movimiento transformador más importante de la Argentina.
Los indultos, por ejemplo, fueron una claudicación enorme para con las luchas históricas del movimiento, un menosprecio a la voluntad y entrega de tantos compañeros muertos, desaparecidos y exiliados por su férrea oposición a la dictadura militar.

Es cierto que se venía pifiando con aquello de interpretar al pueblo, y no es un devaneo intelectual, pero a resultas del triunfo de Alfonsín en 1983, la fórmula del PJ, -Luder-Bittel- no logró imponerse. En verdad, durante la larga noche dictatorial, el peronismo perdió la brújula y entonces, erró el camino. Por sus conductas fue referenciado con el pasado al que nadie quería volver.

Así como Nicolas Casullo señalaba que de haber ganado Luder en 1983 no se hubieran investigado las violaciones a los derechos humanos, de haber ganado Menem en 2003 tampoco hubiéramos asistido a la reivindicación de una generación masacrada por pensar distinto, esa generación que merced a las luchas internas del peronismo en la década del 70, recién tuvo la posibilidad de conducir una gestión de gobierno en un contexto histórico absolutamente distinto, sin olvidar la memoria de sus propias equivocaciones, esa generación a la que no pudieron torcerle el brazo las tapas de Clarín, ni las corporaciones, ni los centros financieros internacionales, la generación que asumió con coraje el tiempo del cambio, la que en palabras de Néstor Kirchner, desde aquel discurso fundacional, vino a proponer el sueño.

El menemismo duró diez años. Un tiempo nada despreciable a la hora de medir su capacidad para encarnarse y sobrevivir a la dinámica de la política argentina, tan proclive a soportar largos procesos sean de facto o de derecho.

Cuando el neoliberalismo surgido con bríos comenzó a dar señales de agotamiento, el gobierno de la Alianza llegó para maquillar de formalismo la institucionalidad democrática. Nunca se mostró tan clara la actitud gatopardista de un gobierno que se fue de boca clamando por un cambio que no estaba dispuesto a realizar.

La crisis de 2001 demostró no solo la vulnerabilidad del sistema democrático sino también, la inexistencia de un poder popular dispuesto a resolver la gobernabilidad desde la propia política. Se habló del fin de ciclo de la política; se iban a ir todos, pero más temprano que tarde, todos volvieron, porque desde la política, en el marco de aquella hecatombe, no se había construido poder popular.

Una primera cuestión a debatir se impone señalar que el menemismo, pese a sus diez años de gobierno, no se propuso trascender ni mucho menos trabajar para sostener las piedras filosofales de su traición. No hubo convicción sostenida para generar cuadros intelectuales de peso más allá de las “bondades económicas” que algunos técnicos le dispensaron al experimento de la convertibilidad.

No debe olvidarse que en 2003, Menem aún concitaba cierta atención en un sector importante de la población lo cual le permitió alzarse con un 23 % de votos favorables, es decir, votos que pese a los diez años de su gobierno, el fracaso de la Alianza y los sucesos de diciembre de 2001, constituían un capital electoral con peso propio.

Sin embargo, es historia conocida su renuncia a disputar la segunda vuelta electoral con Nestor Kirchner, a sabiendas que ese escenario no hubiese hecho más que reconfirmar el fin de su influencia política dentro del movimiento peronista. Un político de fuste no podía defender una decisión como esa sin reconocer que su predicamento había mermado.
Resulta contrafáctico elucubrar el resultado al que se hubiera arribado en esa segunda vuelta, pero no es tan errado arriesgar un 65% para Kirchner y un 35 % para Menem. El sentimiento antiMénem era entonces muy fuerte.

Lo que hoy está claro es que las mayorías populares dieron por agotado aquel retorno y, en ese fracaso asomaba la carencia de un proyecto político. El menemismo ya había demostrado cual era su esencia, ¿acaso podía esperarse algo distinto? Un debate que no debe rehusarse –en el campo de la historia y las ciencias sociales- nos lleva a interrogarnos si el menemismo, en 2003, había logrado constituirse como alternativa (1) política, ya sea como una línea interna dentro del movimiento peronista o como un mero brazo ejecutor de políticas neoliberales, usurpando simbolismos históricos que seguían fuertemente arraigados en la memoria popular.

Cabe puntualizar que el menemismo no se dedico a construir política en favor del peronismo. Los escasos dirigentes que hoy se referencian con aquel ciclo no tienen prestigio ni militancia territorial para incidir en las decisiones del movimiento; menor relevancia tienen las usinas de pensamiento o los intelectuales que entonces le aportaron masa crítica.
Puede afirmarse que el legado de aquella experiencia hoy lo ostenta el macrismo, con el apoyo de dirigentes residuales ( Santilli, Ritondo, Reutemann, etc.) que no pueden explicar “su peronismo” al servicio de una opción neoliberal en pleno siglo XXI.

El kirchnerismo, por su parte, exhibe una vitalidad asombrosa, luego de transcurridos doce años de gestión ininterrumpida, durante la cual debió validar su endeble legitimidad de origen en sucesivos liderazgos que hoy, no solo consagran una fortísima legitimidad de ejercicio, sino que lo sitúan en un óptimo escenario proclive a la profundización del proyecto iniciado en 2003.

La situación actual encuentra al movimiento nacional ante un panorama inédito, esto es, su máxima conductora, dueña de una imagen y popularidad en creciente ascenso, en el final de su mandato e impedida de ser reelecta por disposición constitucional, tiene a su cargo la responsabilidad de mantener unido y organizado un movimiento de masas del cual depende el futuro de la Argentina.
Esta singularidad tan relevante para el porvenir de la nación, no es visualizada por los egos –de compañeros y dirigentes- que apuestan a un internismo infantil para dirimir la sucesión de Cristina Fernández de Kirchner.
Cuando se esboza la presencia de un panorama inédito, se propone reflexionar sobre la tarea de concebir los pasos que debe dar la conducción estratégica en el llano, en la hipótesis de mantenerse apartada de la elección venidera.

La experiencia más lejana en el tiempo se encuentra en el exilio padecido por el General Perón y los intentos desplegados desde el propio movimiento para neutralizar su influencia en las decisiones cotidianas del peronismo proscripto. La fallida jugada que ensayara Vandor para quebrantar el vínculo popular de un liderazgo en ausencia que, seguía indemne en la memoria popular, fue fulminado a tiempo, aunque ello hoy deba ser leído en un contexto político tan distinto como el que luego enfrentaría el viejo líder con la conducción de Montoneros y los abordajes que a posteriori han sido realizados en torno a la experiencia menemista y al kirchnerismo actual.
El interrogante que se yergue desafiante es el siguiente: ¿Será Cristina capaz de contener al kirchnerismo “unido y organizado” consolidando en la práctica esa consigna?

Como siempre, la preocupación que enfrentan los liderazgos carismáticos consiste en saber cómo se contienen las fuerzas que, con sus matices, conviven en un espacio que se fue construyendo, en la experiencia kirchnerista con militancia y apoyo popular, en tanto que en el menemismo, solo se mantuvo mediante un apoyo pasivo que luego fue virando hacia el fastidio en sus postrimerías.

Caracterizar como inédita la etapa que se avecina, a fuerza de reiterativo, tiende a practicar un ejercicio sobre lo trajinado. Los logros de un modelo que algunos seguirán objetando ya forma parte de un tiempo histórico que la militancia futura llevara en sus alforjas y sabrá defender cuando tenga que batallar ideas en los debates que se aproximan.

Si algo caracteriza al kirchnerismo es haber formado una cantera de cuadros políticos que a la vista, reúnen las condiciones para continuar con el proyecto iniciado en 2003.

Inevitable resulta que en un año electoral, y existiendo tamaña oferta dirigencial propia no haya ocurrido lo que finalmente ocurrió, esto es, la sana ambición de disputar los más altos cargos ejecutivos nacionales y provinciales.

También es cierto que dichas aspiraciones, siendo validas eran muchas y no todas llegarían a perfilarse como probables. Nuevamente, la conducción debió sugerir la conducta a seguir –el baño de humildad- con buen criterio y esto, lo supieron comprender aquellos que tienen asumido la responsabilidad de dirigir al conjunto, una cualidad del liderazgo que como nadie, Cristina, ejerce con experiencia, apoyo, virtudes y solidez.
Aquí resurgen palabras que parecían olvidadas y formaban parte del olvidado léxico peronista. El “verticalismo” asoma en los comentarios insidiosos del poder mediático y hasta de simpatizantes o militantes que se resisten a digerir las decisiones de la conducción estratégica.

Nunca más compleja e intrincada la ingeniería electoral que se practicara durante estos días para elaborar una fórmula potable que pueda enfrentar el desafío de ganar la crucial elección de octubre.
Desde personalismos varios hasta el armado de fórmulas que puedan contener al conglomerado kirchnerista, todo se forja en la alquimia electoral. Heredar un liderazgo fuerte requiere convicciones fuertes y un protagonismo que debe cimentarse con propuestas y hechos. Estos años de haber vivenciado una experiencia colectiva de construcción cultural permite a cada militante y/o simpatizante sentirse con derecho a pensar el futuro y a trabajar para seguir mejorando esa imagen del futuro.
La definición de la fórmula Scioli-Zanini por el FPV para las PASO del próximo 9 de agosto ha obrado como catarsis en el kirchnerismo, literalmente, el impacto parece haber provocado una purificación de las pasiones del ánimo mediante las emociones que provoca la contemplación de una situación trágica.
Hemos asistido durante doce años a la magia de esperar que Cristina eche mano al as en la manga que hiciera posible diluir cualquier intento de fulminar el proyecto, sin embargo, en esta ocasión, se alzan voces condenatorias frente a una decisión que nadie puede juzgar ideada sin su intervención directa. Esto no es malo, después de todo, se trata de la conductora del movimiento nacional e históricamente las decisiones trascendentales se han resuelto en mesas chicas, ámbitos de opinión cerrados o secretismo a secas. No es una novedad ni una señal de alarma.

Las referencias al menemismo introducidas en estas líneas solo persiguen efectuar una consideración de lo hoy puede sopesarse como experimento político a la luz de los aprendizajes recorridos en estos doce años de kirchnerismo. ¿Acaso el fin del mandato de Cristina signifique el ocaso de su influjo en el universo del movimiento político nacido en mayo de 2003? Se olfatea un temor fundado respecto a que Scioli venga a derrumbar lo construido en esta etapa. No es el propósito de estas meditaciones conjeturar sobre las bondades o reservas de su figura. En el caso particular de quien suscribe basta con referir que no era el precandidato elegido, pero ha mutado el marco en el que todos venían imaginando o esperando decisiones sustanciales.

No habla bien de la formación política e ideológica de la militancia kirchnerista reducir o simplificar las decisiones o consensos a los que se arribara en el seno de la conducción estratégica, buscando demonizar una formula o lapidar a un dirigente discutiendo sobre mitos, lealtades o barbaridades como apelar al recurso del voto en blanco y jugar a perdedor para propiciar un retorno a las piedras filosofales en 2019.
Sobre las interpelaciones del porvenir quedan abiertas todas las que lleven a sostener nuevos debates y abordajes sobre lo acontecido en estos doce años tan llenos de mística y realizaciones.

Retomando las apreciaciones iniciales sobre la memoria yerma del menemismo y la vitalidad presente del kirchnersimo, no debieran agitarse temores e incertezas relativas a lo que se desconoce. Con todo lo intrigante que puede resultar proseguir este proyecto, la existencia de una generación que ha sembrado sus convicciones en tierra fértil debe oficiar como un reservorio de nuevas y más profundas capacidades que posibiliten seguir impugnando las falencias del poder real.

Algunos intelectuales que por estos días también expresaban sus reservas sobre ciertos nombres con justas aspiraciones presidenciales en la interna del FPV, debieron acomodar sus impresiones a la ingeniería electoral que a fuego lento cocinaba la decisión que finalmente termino sorprendiendo a propios y ajenos.

Los cuestionamientos más duros a Scioli le endilgan su paso por el menemismo sin ponderar que su ligazón con el proyecto kirchnerista fue legitimada por el voto popular y esta razón, en principio, es la más poderosa para aspirar a suceder a Cristina. Claro que se podrá objetar su modo, su carisma, su tiempismo, su estilo, pero eso no puede ser alterado porque forma parte de su esencia. Tanto él como Randazzo tenían el derecho de aspirar a la sucesión presidencial. No cabe aquí ejercer comparaciones sobre las gestiones de ambos en los cargos ejercidos porque siendo distintos los contextos y las responsabilidades que se asumen, son distintos los resultados que ambos pueden levantar como logros.
No es el objeto de estas líneas, deconstruir como se arriba a la formula Scioli-Zannini, aunque si se puede fantasear con una composición de lugar presente y futura, en la que también se articula el pase de Randazzo a la provincia de Buenos Aires fundado en la mejor garantía para asegurar la victoria de las PASO en un distrito vital.

El esfuerzo de Cristina en el último tramo de su mandato no puede ser leído sino como la imperiosa necesidad de asegurar la continuidad del proyecto. Las consabidas usinas del descrédito se ocuparan de canibalizar el tránsito hacia octubre cuando vean perdida la posibilidad de entronizar al candidato del establishment. Este esfuerzo no puede ni debe ser subestimado cantando loas al voto en blanco o pretendiendo buscar las causas en un verticalismo con más olor a naftalina que a conducción estratégica.
Volver a las cuestiones de táctica y estrategia remiten a la conducción política del primer peronismo y no es malo. Tampoco es malo aggiornar el arte de la conducción a los tiempos que corren demostrando una alta cuota de pragmatismo y decisión política en el escenario nacional como internacional.

La presidenta ha dado sobradas muestras de estar a la altura de los desafíos que le demanda el alto ejercicio de su cargo. Dicen los compañeros que se la va a extrañar y esto es un lamento compartido, pero cuando manifestó, ante el poder de la Plaza de Mayo que la escuchaba atentamente, con razonado temor por el futuro, que iba a pasar lo que nosotros quisiéramos que pase, nos estaba empoderando para salir a interpelar con la madurez adquirida, cualquier intento de torcer lo conseguido en estos doce años.
Esta sentencia tan preclara no puede ser confrontada con la decisión de la fórmula presidencial que algunos impugnan por considerarla una traición al proyecto.
Si algo caracteriza al kirchnerismo es su capacidad de recrearse ante la adversidad.

Este presente, lejos de encontrarlo en una de las habituales disputas de poder táctico, lo descubre definiendo una estrategia superlativa, enriquecido de militancia, saberes, sueños y deseos de continuar construyendo una patria más inclusiva.
Once años de nuestras vidas. Nadie mejor que cada uno, con su conciencia, en el silencio de las razones o en la algarabía de un pueblo feliz, para pensar lo que hicimos, lo que falta, lo que estuvo mal, lo que hay que mejorar, pero siempre dejando jirones, como Evita, convencidos que no se nos regala nada, que se lucha día a día, que la construcción del poder popular como herramienta de transformación política, no es un galimatías, ni mucho menos una utopía, está al alcance de nuestras manos y de nuestras ideas, es más, lo hemos visto en estos once años.
1-“El menemismo sintetiza las ideas económicas del neoliberalismo con un proyecto político neoconservador. Lo sorprendente del caso es que Menem pudo poner en práctica un “ajuste estructural” extremadamente duro sin precipitar conflictos políticos y sociales inmanejables –excepto algunos brotes virulentos pero fugaces, como en Santiago del Estero y algunas otras provincias y sin que, al menos hasta ahora, se pusiera en cuestión la estabilidad institucional de lo que, a pesar de sus múltiples y graves imperfecciones, sigue todavía siendo una democracia capitalista.” Peronismo y Menemismo – Avatares del populismo en la Argentina – Atilio Borón – La singularidad del experimento menemista – Ediciones El cielo por asalto – 1995, pag 17
2-“Para el “vandorismo” los partidos políticos eran una competencia, ya que el mismo proponía a los sindicatos como únicos intermediarios entre el pueblo y el poder militar. El “vandorismo” nunca propuso como reivindicación el retorno al estado de derecho y a las instituciones democráticas. Desde ya que descartamos la pretendida justificación de sus conductas como producto de las tácticas dictadas por Perón desde el exilio. Entendemos que el rol fundamental que jugó Perón fue el de mantener la unidad del movimiento y que más allá de ese rol no podía determinar respuestas a las circunstancias locales y cotidianas de la lucha.” EL 4161 BLOGSPOT.COM.AR ERNESTO CANCECO – 23-02-2008
Jorge Dossi
Fuente: Página Popular





Comentarios

  1. ♥ Impresentable18 de junio de 2015, 7:37

    Es el vuelo bajito del peronismo, Sala. El puto vuelo bajito, rutinario y predecible.

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  2. Hoy me siento idiota. Pero si los inteligentes son los que hoy festejan...prefiero quedarme idiota nomás...
    No soy soldado, ni practico verticalismo alguno. Tengo convicciones y seguiré defendiéndolas. No fui yo quien cambió...ni quién cerró la puerta...

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