Argentina: La lenta e
inevitable retirada del kirchnerismo
Carlos Abel
Suárez para revista Sin
Permiso
Fuente:
http://www.sinpermiso.info/
“Sólo
cuando no sabemos lo que sucederá podemos tener esperanza. La certeza es lo que
nos hace desgraciados”. Héctor
Tizón. (1995) Luz
de las crueles provincias.
El resultado del balotaje no sorprendió. El
triunfo de Mauricio Macri había sido anticipado por todas las consultoras de
opinión, muy desacreditadas por sus anteriores pronósticos, pero esta vez
confirmadas por la percepción de la calle. El escrutinio, todavía provisorio,
dio 51,40% de los votos para Macri y 48,60% para el candidato oficialista; el
voto en blanco, al que habían convocado las agrupaciones de izquierda y
centroizquierda – expulsadas del juego electoral en el primer turno – no se
contaron o se esfumaron. Como en toda polarización extrema que supone una
segunda vuelta electoral, hay votos vergonzantes tanto para Scioli como para
Macri, candidatos con un perfil muy parecido: pocas veces se ha visto eso en
una elección presidencial.
Hubo un voto bronca que apoyó a Macri: voto
asqueadamente antikirchnerista. El caudal propio de Macri, que promueve un
novedoso y competitivo partido de centroderecha, inédito en la vida política
argentina, ronda alrededor del 30%. En efecto, es lo que Macri
obtuvo en las PASO (primarias abiertas y obligatorias): 30,07% (6,5
millones de votos). Subió al 34,33% en la primera vuelta, para llegar al 51,40%
del triunfo en la segunda vuelta.
Scioli fue marcado por la derrota desde las PASO,
cuando siendo único candidato del gobierno logró el 38%. Frustración muy seria,
habida cuenta de que se descontaba llegar a la meta de un 40% que podía definir
la elección en primera vuelta si la diferencia con el segundo alcanzaba el 10%
de los votos (conforme al artilugio inventado por Carlos Menem y convalidado
por la oposición para asegurarse la reelección en 1995).
La derrota del domingo pasado fue anticipada el
pasado 25 de octubre, en la primera ronda electoral, cuando Scioli bajó al
36,86%, perdiendo Buenos Aires, provincia que ha gobernado los últimos ocho
años y principal distrito electoral del país. Perdió, además, en la Capital
Federal, Santa Fe, Córdoba, Mendoza y en bastiones tan emblemáticos del
peronismo como Jujuy. Pésimo augurio para un Scioli al que las expectativas y
las encuestas le eran ya francamente adversas. Sin embargo, remontó en el
último tramo apelando a la táctica del vale todo.
Ya se ha dicho desde Sin
Permiso, analizando la primera vuelta (ver aquí y aquí), que la campaña electoral reveló, por
encima de cualquier otra valoración, la estupefaciente decadencia de la cúpula
política dirigente argentina: de sus ideas, de su discurso, de sus (inexistentes)
programas. Consignas y promesas electorales tan incumplibles como
incongruentes, que no consienten explicación ni, menos, fundamentación. Ambos
candidatos se atricheraron en una suerte de libreto pergeñado por unos asesores
de imagen que, a su vez, abrevan en encuestas, focus
group y técnicas de
mercadeo. Con muchas más semejanzas que diferencias –los millonarios
Macri y Scioli han sido amigos personales durante largos años—, los
candidatos ofrecieron el primer debate de la historia en un país cuyos favoritos
electorales siempre lo habían rehuido, dejando el atril de la polémica vacío.
Basste decir que el “debate” superó el rating de la final del último mundial: fue
una gran puesta en escena de la que nada se pudo sacar en claro. Macri, más
seguro en su estilo, esa amalgama de new age y pseudobudismo zen. Scioli,
por momentos, rescatando el discurso K puro y duro: arengas en defensa de los
trabajadores que ni él mismo puede siquiera dar a entender que es capaz de
creer.
Como si una mediocre actuación pudiese borrar el
hecho de que llegó a la política de la mano de Menem, de la pizza y el champan
farandulesco de los 90. En realidad, toda la carrera de Scioli, diputado por la
Capital puesto por Menem en un distrito que le era esquivo; paso por el
cavallismo; secretario de Turismo y Deportes en la breve gestión de Adolfo
Rodríguez Saá, luego confirmado por Eduardo Duhalde; vicepresidente de Néstor
Kirchner; y finalmente, gobernador de Buenos Aires durante dos períodos; toda
su “carrera” no tiene otro secreto que el de su circunspecta moderación, sus
pocas palabras y muchas sonrisas, su pasado de estrella de la motonáutica, y
esa la tragedia de dar contra un farallón y perder el brazo. Empresario él
mismo, habitual de la farándula de las celebridades, bien mirado siempre por
los grupos patronales. De ese papel pasó, sin cámara de descompresión, a ser un
soldado de Cristina y su entorno, en un diseño de campaña que le hacía perder
el centro del escenario a manos de Macri, que no tuvo que adaptarse a ningún
otro papel que no fuese el suyo.
El balance del kirchnerismo
La primera señal del hartazgo de una parte mayoritaria
de la sociedad con el kirchnerismo se expresó en las elecciones parlamentarias
de 2013. El triunfo de Sergio Massa en la provincia de Buenos Aires,
en elecciones que el oficialismo había transformado en la madre de todas las
batallas, constituyó una inequívoca señal negativa para el reinado del
kirchnerismo. Al cerrar la posibilidad de Cristina reelecta
indefinidamente, la Cristina “eterna” que proclamaban sus fanáticos, obligó a
buscar candidatos. Tras dedicar medios materiales, toda la prensa
oficialista y hasta los servicios de inteligencia a cepillarse a Massa —astilla
del mismo palo, y por lo mismo, más peligroso: tras la fractura del FPV, se
constituyó en un imán para los tradicionales barones del justicialismo bonaerense—,
se probó con varios aspirantes. Y se terminó por defecto con la candidatura de
un Scioli fuertemente condicionado por el pequeño entorno de Cristina.
No dejó de operarse al mismo tiempo mismo tiempo en
la oposición: había que encontrar a quien pudiese ser el mejor oponente.
Las PASO, que han sido armadas para hacer las veces de filtro
antidemocrático, limpiar los partidos ideológicos y asegurar un bipartidismo,
se encargaron del resto y encumbraron a Macri. Supuestamente, era el candidato
ideal; jamás los había acusado de corruptos. Tampoco lo hizo en campaña. Y
habían convivido razonablemente durante los últimos ocho años mientras el
ingeniero gobernaba la ciudad autónoma de Buenos Aires. Pero como en esas
peleas amañadas en las que “paquete” tiene que tirarse a la lona en el sexto
round, el muchacho hizo su propio juego hasta llegar a convertirse en la
esperanza blanca.
La manipulación de los datos oficiales a partir de
la intervención del INDEC ayudó en la reelección de Cristina Fernández en
2011, fundamentalmente porque el boom de los precios de las materias primas
seguía firme y la soja, el principal producto exportable, registraba los
mejores precios de su historia. Empleo y salarios se habían recuperado en
relación a la terrible depresión de 2002, mientras que la inflación, ya
en cuesta arriba, todavía era soportable y empujaba algo la expansión del
consumo y la sensación de bienestar de las clases medias. A su vez, la
repentina y reciente muerte de Néstor Kirchner creó un clima favorable a la
continuidad de su viuda, dándole la vuelta al revés electoral de la provincia
de Buenos Aires en 2009, cuando la lista de diputados –que encabezaba el propio
líder del movimiento— fue derrotada.
Pero esta vez, con la inflación trepando a más del
25% anual, con valores a veces más altos de la canasta básica alimentaria,
continuar insistiendo en el maquillaje oficial de los números era un insulto a
la inteligencia. Con cuatro años de estancamiento de la economía, de la
industria y del sector privado, en general, sin crear puestos de trabajo, y en
algunos rubros –frigoríficos, informática, lácteos, automotriz,
maquinaria agrícola– con fuertes retrocesos, una parte de la sociedad la tenían
en contra.
El estado económico y financiero que deja el
kirchnerismo es muy malo. No es, desde luego, la crisis 2001-2002, que
precipitó la caída de Fernando de la Rúa; ni la hiperinflación del final de
Raúl Alfonsín y el primer año de Menem. Pero sí hay algunos indicadores
similares a los registrados a mediados de los 90. Las crisis y recesiones son
parecidas, pero tienen sus rasgos propios. La pobreza según ingresos, que
para el kirchnerismo es más baja que la de Suiza, para otros estudios de buena
base metodológica y mayor honradez intelectual se ubica entre el 28% y el 30%;
es decir, entre 11 y 12 millones de personas la padecen. A finales de 2014, un
26% de los hogares percibía algunos de los planes sociales. Los precios
relativos están distorsionados, el déficit público ronda el 7% del PBI,
con subsidios mal diseñados al consumo y a los servicios públicos que
terminan beneficiando a los sectores medios y altos de la sociedad. Luego de
varios años de superávit comercial, la balanza cerrará negativa este año, el
Banco Central agotó sus reservas y los fondos de jubilaciones, que correctamente
Kirchner rescató tras el fracaso del sistema privado, han terminado siendo una
caja al servicios de intereses políticos y caprichos (poco transparentes) de
los funcionarios.
El ministro Alex Kicillof, que calificó a los
opositores como devaluadores compulsivos, asumió en noviembre de 2013 con un
dólar oficial a 6,0475 pesos; hoy está a 9,6900, es decir, subió el
60,23%. Con un dólar en el mercado negro (informal) rayando los 16 pesos.
Las devaluaciones han degradado el tejido social, impactando sobre los
que no tienen cómo defenderse. Penoso calvario para muchos argentinos y fuente
de enriquecimiento extraordinario para unos pocos. Kicillof logró estar en el
cuadro de los 20 ministros más devaluadores de toda la historia argentina, que
no es poco mérito. Pese a ello, el dólar quedó retrasado frente a los precios
internos, lo que provocó el quebranto de las economías regionales: otra de las
maravillas de su ajuste “heterodoxo”. Porque la mayoría de sus colegas, a
izquierda y derecha, coinciden en un punto sobre la gestión de los ministros de
Economía del kirchnerismo, salvando a Roberto Lavagna que se fue en 2005: todos
pecaron de impericia. Así como a su antecesor Hernán Lorenzino lo
recordaremos por su asombroso “me quiero ir”, a Axel lo perpetuaremos por no querer medir la pobreza
para “no estigmatizar a los pobres”. La incompetencia ha sido sólo
para la macro, pero no para pasar “data” e información privilegiada a amigos,
familiares o empresas vinculadas. La puerta giratoria no se detiene. No todos
llegaron a la cota del ex ministro y ahora vicepresidente Amado Boudou, pero al
recorrer la lista de beneficiarios de la compra de dólares a futuro que realizó
el Banco Central –obtenida gracias al allanamiento realizado por el juez
Bonadío— vemos que están todos, incluso el mejor amigo de Macri, que no se
quedó fuera del curro: si la justicia convalida, pagaremos los 40 millones de
argentinos.
No obstante, la herencia del kirchnerismo es algo
más que la corrupción. Dilapidó una oportunidad histórica, contando con todas
las mayorías políticas necesarias y recursos materiales suficientes, para
encarar reformas estructurales, ya fueran mínimas: las necesarias para modificar
el rumbo de la economía y, a su través, de la dinámica política. Por ejemplo,
una reforma tributaria y financiera, cambiando las reglas que impuso José
Alfredo Martínez de Hoz bajo la dictadura, vigentes hasta hoy. O, por
otro ejemplo, la reforma de la infraestructura de transporte público y de
cargas, energías renovables, salud, educación, etc. Se optó, sin embargo, por
recomponer un sistema político periclitado que había quedado gravemente tocado
en 2001, particularmente el de los barones y sátrapas que manejan la política
en algunas zonas desde 1983. No sólo se rehabilitó a los barones y a lo peor de
la burocracia sindical, sino que se ayudó a consolidar una burguesía
prebendaria de amigos y, por acción u omisión, se reprimarizó la economía, con
la sojización y la megaminería como pilares de un neodesarrollismo
asistencialista y clientelar. El mejor programa social, la Asignación Universal
por Hijo, no fue una iniciativa del kirchnerismo, pero todos aplaudimos su
puesta en marcha en circunstancias de grave aumento de la miseria infantil. Sin
embargo, se negaron a discutir su conversión en Ley, que era la forma de
consagrarla como derecho y universalizar de verdad (ahora no todos los niños la
reciben) y de garantizarle una financiación autónoma, que no dependa de la
simple firma de un decreto que otro decreto pueda luego anular de un plumazo.
El balance de la gestión kirchnerista deja también
manchas en el campo de la cultura. La estrategia del miedo,
instrumentada por el kirchnerismo como recurso de última instancia (“nosotros o
el caos”) fue una parte fundamental del “relato” fundacional. Lo
inusual del populismo kirchnerista es el grado de impacto que tuvo
en la clase media, particularmente entre intelectuales y estudiantes
universitarios. Comunicados de autoridades universitarias, Facultades,
Institutos intimando a votar a Scioli, fueron frecuentes en esta campaña
electoral, algo ausente en la vida política e intelectual del país en
cualquier tiempo en que haya estado vigente el Estado de derecho. El relato
único, la agresión y hasta la persecución de quienes piensan diferente del oficialismo,
la estigmatización del voto en blanco como un voto por el “imperialismo”, tuvo
consecuencias negativas, que ya comienzan a ser reconocidas como un
componente de la derrota. Una derrota que inicia la retirada de ese insólito
desembarco de Carl Schmitt y Ernesto Laclau en la política y las universidades
gestionadas por el kirchnerismo.
Como en todo fin de ciclo hay quienes tienen la
habilidad de readaptarse rápidamente al cambio. Varios reflexionarán con
seriedad y estarán codo a codo en futuras luchas, mientras otros quedarán
en el terreno de la fe. En estos casos vale recordar a Zhou Enlai,
seguramente el más culto de los comunistas chinos. Cuando en los años 60 le
preguntaron sobre las enseñanzas de la Revolución Francesa para nuestro tiempo,
el entonces primer ministro contestó que aún era demasiado pronto para tener
una opinión definitiva.
Lo que viene con Macri
El presidente electo acaba de anunciar un gabinete
de gerentes. Poca presencia de radicales y del fragmentado partido de Elisa Carrió.
Muy pocos veteranos. Estamos frente a un recambio generacional. Empero, Lino
Barañao, el ministro de Ciencia y Tecnología de Cristina Fernández, continuará
en su cargo. Según Macri, se trata del premio por su buena gestión. Cristina,
en una ceremonia pública de tono patético dijo que lo “autorizaba” a seguir.
Una suerte de pase futbolístico a préstamo. En realidad, Barañao no es de ella
ni de Macri; más allá de sus méritos académicos, es el Messi de Monsanto. Para
numerosos académicos de prestigio internacional, el glifosato (con el que se fumigan las
plantaciones de semillas transgénicas) es un tóxico cancerígeno; para Barañao,
causa el mismo daño que tomar soda. Parecido a lo sucedido con la
contaminación de la Barrrick Gold, en la provincia de San Juan. El gobernador José
Luis Gioja dice que el derrame de agua con cianuro de la mina Veladero no causa
ningún daño, que el agua se puede tomar, mientras que los
científicos aseguran que se arruinaron los glaciares y se contaminó el curso de
los ríos sanjuaninos causando daños irreparables en las personas y en la
agricultura. Estas políticas siguen; no hay riesgo de que a Macri se le
ocurra prohibir el glifosato o la megaminería a cielo abierto.
La primera sorpresa postelectoral fue la renuncia
de Ernesto Sanz, que estaba anunciado como futuro ministro de Justicia. Además
renunció a la presidencia de la Unión Cívica Radical (UCR) y se va de la
política. Nadie cree los motivos aducidos en su carta de despedida:
ayudar a su mujer a cultivar el huerto familiar. Ni el Pepe Mujica lo hizo. Artífice
de Cambiemos, en tanto que presidente de la UCR, Sanz se jugó a cara o
cruz la suerte de su histórico partido para imponer el acuerdo con Macri
enfrentando la estrategia de otras líneas internas del radicalismo.
Algunas fuentes dicen que Macri fue poco generoso con el radicalismo para
cargos de primera fila, y aquí podría radicar la causa de su paso al costado.
Por ahora, sólo conjeturas.
En pocas semanas se podrán sacar algunas
conclusiones del paquete de medidas económicas que Macri enviará como proyectos
iniciales al Congreso, anuncios y la confección de un nuevo Presupuesto para
2016 (el elaborado por Kicillof es un dibujo fantástico). Todo indica que el
ajuste es inevitable, lo que también valía para Scioli, como todos sus asesores
admitían.
La reacción de los llamados mercados ante el
triunfo de Macri fue de euforia moderada. Ya quedó dicho que Scioli o Macri,
Macri o Sioli, ambos, eran buenos para los que mandan de verdad, los grupos que
deciden en la economía argentina. Todo se reducía a preferencias subjetivas,
más amigo de uno que del otro, negocios conversados o de quienes decían en voz
alta que preferían a Scioli porque suponían que tendría una mayor
gobernabilidad, en cuando podría controlar mejor la interna peronista.
La promesa de levantar el cepo cambiario en los
primeros días de gobierno supone una devaluación, sobre la que hay apuestas y
numerosos negocios a futuro.
La situación económica que enfrenta el próximo
gobierno es grave. Ahí, en ese breve diagnóstico, termina el acuerdo de los
economistas del establishment. Algo
que podría decir también quien no sabe nada de economía ni de cuentas públicas
con sólo ver cuánto aumentó el pollo: un 30% el lunes después de las
elecciones, tras un salto de casi un 5% en los combustibles
¿Puede Macri imponer un paquete de austeridad
neoliberal, tipo shock? Parece
evidente que no hay condiciones políticas ni sociales para que tal ocurra en
los próximos meses. La atroz experiencia argentina con el fundamentalismo
neoliberal todavía está fresca. Todos reivindican el papel del Estado como
regulador, aunque bien sabemos sobre los usos del Estado. Así como habrá
continuidad en el neodesarrollismo extrativista que propició el kirchnerismo,
así también seguirán los programas sociales focalizados, tal como prefiere el
Banco Mundial. Habría que mostrar a Macri el vídeo donde en campaña electoral
prometía el ingreso universal incondicional (renta básica) “para todos y
todas”. Esta semana ya ha dicho que tiene los instrumentos para identificar con
precisión dónde están los focos de la pobreza.
El
círculo rojo y varios dinosaurios
Macri no representará, como muchos piensan, una
derecha salvaje, como el Menem de los 90. Si lo intentara de arranque, le
estallaría la coalición, primero, y luego su propio partido, que tiene todavía
la impronta parroquial. Por lo menos hasta fines de 2017, al no contar con
mayoría parlamentaria, tendrá que vivir negociando con diversas fracciones del
peronismo, gobernadores y varios de los que hasta el día 10 cuentan como tropa
disciplinada del kirchnerismo, pero que después tienen que ver cómo se
encuadran, porque algunos nunca han vivido en la intemperie. Un gobierno que
marchará sometido a fuertes presiones de quienes él mismo bautizó en la campaña
electoral como el “círculo rojo”, traducido: los dueños o apoderados de los
principales grupos económicos. Pudo aguantar cuando lo presionaron para
que, antes de las PASO, ampliara su base de alianzas para definir cuanto antes
la elección. Contuvo el embate, puso él los candidatos y le fue bien. Tiene un
crédito abierto. Los del círculo rojo saben además que a Macri no hay que
enseñarle a usar los cubiertos y a distinguir el vaso del agua del vaso de la
copa del vino, como decían despectivamente de Menem en la Unión Industrial,
hasta que se afeitó las patillas y descubrieron que era un rubio de ojos azules
y gran jugador de golf.
Macri cuenta con una ventaja política importante:
su fuerza política gobierna la Ciudad de Buenos Aires y la provincia de Buenos
Aires. Tiene aliados en Córdoba, donde arrasó electoralmente, y también en
Santa Fe. En conjunto, componen la zona que concentra la mayoría de la
población del país, las principales empresas y la pampa húmeda. Mejor dicho:
una ventaja política, si cumple con mínimas expectativas; un volcán, si pedalea
en el aire.
Hay amigos que valen por varios enemigos. El mismo
día que el centenario y conservador diario La Nación anunciaba el resultado de los
comicios, publicó un editorial titulado No más venganza, tan
extemporáneo como provocador, en donde con un argumento pseudosofisticado e
incongruo apuntaba a que había que poner fin a los juicios a los militares de
la dictadura. No era la primera vez que el matutino abordada el tema, ya sea
por notas de opinión o cartas de lectores de familiares de los represores
procesados o condenados. Macri había adelantado en su primera conferencia de
prensa que no interferiría en la labor de la Justicia y que los juicios
continuarían. El tiro por elevación de La Nación le salió por la culata. La reacción
fue inmediata y extensa. Nació de los mismos trabajadores del diario, que en
asamblea rechazaron públicamente el editorial, una reafirmación en los hechos
de la libertad de conciencia, con pocos antecedentes, al contar con la adhesión
de columnistas destacados que a su vez manifestaban su malestar en las
redes sociales. Una saludable respuesta y repudio que acompañaron el Sipreba
(Sindicato de Prensa de Buenos Aires), personalidades de los derechos humanos,
la cultura y la política. El presidente de la Corte Suprema de Justicia de la
Nación, Ricardo Lorenzetti, salió esa misma tarde a recordar que los
Derechos Humanos son una política de Estado en la Argentina.
El futuro no está despejado de dificultades y
conflictos a corto plazo. Pero sería muy importante para la construcción de una
corriente de izquierda, de un sindicalismo independiente y democrático, tener
un buen diagnóstico de la situación y escapar de las visiones teológicas como
de la peste.
La clase dominante argentina fue siempre europea
(ahora más yanqui, en el futuro será ¿china?) en sus gustos y vanidades, pero
provinciana en la visión del mundo. No hay mucha conciencia de las dificultades
que van a enfrentar con un modelo de desarrollo tan primitivamente centrado en
las materias primas y los recursos naturales. Macri ya anunció que
cambiará la orientación de la política exterior; el Mercosur ya venía de capa
caída, y dependerá de la recuperación de Brasil que pueda ser relanzado. Poco
es lo que se sabe, más que las declaraciones contra Venezuela y la
defenestración de los acuerdos con Irán, que fueron los únicos anticipos de
política exterior que apenas balbuceó durante la campaña. Si es que ya no
lo están haciendo, van a salir el mismo 10 a negociar el default con los fondos
buitres, para acceder al financiamiento internacional que pueda recomponer las
reservas y levantar el cepo. Todas jugadas de alto riesgo.
Siguiendo los consejos de su asesor electoral, el
ecuatoriano Durán Barba, y de una asesora que lo habría supuestamente instruido
en el budismo zen, Macri seguirá por el camino del medio, mientras pueda.
A cada uno de sus futuros ministros y colaboradores les regala la biografía de
Mandela, y recomienda calurosamente su lectura. Como modelo no está mal, pero
tendría que haber pasado 27 años en la isla de Robben y en Pollsmor y en el
Comité Central del partido comunista de Sudáfrica (SACP). Algo complicado para
una historia contrafáctica.
Comentarios
Publicar un comentario