Ensayo muy recomendable.. ¿Por qué las medidas económicas de Perón eran “populistas” pero el New Deal de Roosevelt –en el que Perón se inspiró– era apenas “keynesiano”? ¿De qué hablamos cuando hablamos de populismo?
Por Ezequiel
Adamovsky, Doctor en Historia por
University College London (UCL) y Licenciado en Historia por la Universidad de
Buenos Aires, es Investigador del Consejo Nacional de Investigaciones
Científicas y Técnicas (CONICET, Argentina) y ha sido Investigador Invitado en el
Centro Nacional de Investigaciones Científicas (CNRS) en Francia. Actualmente
es profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Es autor de varios
libros, entre otros: Historia de la clase media argentina (2009), para Revista Sin Permiso
En discusiones políticas y en los medios, el
concepto “populismo” suele mencionarse como una amenaza. Sin embargo no existen
en el mundo movimientos que así se autodefinan. El historiador Ezequiel
Adamovsky hace un recorrido cronológico sobre el término, arrancando en la
Rusia de 1800, pasando por América Latina e incluyendo el sentido positivo que
le dio Ernesto Laclau. ¿Sirve una categoría que se le puede aplicar tanto a la
coalición de izquierda griega de Syriza como a sus enemigos del movimiento neonazi?
Anfibia entra de lleno en el debate académico: cree el autor, "como
concepto para entender la realidad, el populismo se ha extinguido".
Por todas partes se
habla del “populismo” en los debates políticos y en los medios. No hay día en
que no leamos columnas en la prensa norteamericana, europea o de América Latina
que nos adviertan sobre alguna amenaza “populista” en algún lado, de
Venezuela a Grecia, de España a Argentina. Incluso dentro de los Estados Unidos
se suele acusar a algunos políticos de ser “populistas”. Es como si fuera una
especie de plaga desconocida: está por todas partes y nadie puede explicar del
todo cómo se ha expandido tanto. ¿Pero qué quiere decir “populismo”? ¿Existe
realmente una “amenaza populista” que esté afectando a las democracias de todo
el planeta?
“Populismo” y el
adjetivo “populista” fueron términos académicos antes de transformarse en
expresiones de uso común. A su vez, como muchos otros conceptos académicos,
nacieron como parte de vocabularios políticos de algún país en concreto.
“Populismo” fue utilizado por primera vez hacia fines del siglo XIX para
describir un cierto tipo de movimientos políticos. El término apareció
inicialmente en Rusia en 1878 como Narodnichestvo, luego traducido como
“populismo” a otras lenguas europeas, para nombrar una fase del desarrollo del
movimiento socialista vernáculo. Como explicó el historiador Richard Pipes en un estudio
clásico, ese término se utilizó para describir la ola
antiintelectualista de la década de 1870 y la creencia según la cual los
militantes socialistas tenían que aprender del Pueblo, antes que pretender
erigirse en sus guías. Pocos años después los marxistas rusos comenzaron a
utilizarlo con un sentido diferente y peyorativo, para referirse a aquellos
socialistas locales que pensaban que los campesinos serían los principales
sujetos de la revolución y que las comunas y tradiciones rurales podrían
utilizarse para construir a partir de ellas la sociedad socialista del futuro.
Así, en Rusia y en el movimiento socialista internacional, “populismo” se
utilizó para designar un tipo de movimiento progresivo, que podía oponerse a
las clases altas, pero –a diferencia del marxismo– se identificaba con el
campesinado y era nacionalista.
Aparentemente sin
conexión con el precedente ruso, “populismo” surgió también como término
político en los Estados Unidos luego de 1891, para referir al efímero People’s
Party (Partido del Pueblo) que surgió entonces, apoyado principalmente por los
granjeros pobres, de ideas progresistas y antielitistas. Tal como en Rusia, el
término también refirió allí a un movimiento rural y a una tendencia
antiintelectualista; utilizado por los oponentes del nuevo partido, también adquirió
de inmediato una connotación peyorativa. Como mostró Tim Houwen,
“populismo” permaneció como un vocablo poco utilizado hasta la década de 1950.
Sólo entonces fue adoptado por la academia –entre otros por el sociólogo Edward
Shils– aunque con un sentido completamente novedoso. En la formulación de
Shils, “populismo” no refería a un tipo de movimiento en particular, sino a una
ideología que podía encontrarse tanto en contextos urbanos como rurales y en
sociedades de todo tipo. “Populismo” para Shils, designaba “una ideología de
resentimiento contra un orden social impuesto por alguna clase dirigente de
antigua data, de la que supone que posee el monopolio del poder, la propiedad,
el abolengo o la cultura”. Como un fenómeno de múltiples caras, tal “populismo”
se manifestaba en una variedad de formas: el bolchevismo en Rusia, el nazismo
en Alemania, el Macartismo en Estados Unidos, etc. Movilizar los sentimientos
irracionales de las masas para ponerlas en contra de las élites: eso era el
populismo. En otras palabras, “populismo” pasó a ser el nombre para un conjunto
de fenómenos que se apartaban de la democracia liberal, cada uno a su
modo.
En las décadas de
1960 y 1970 otros académicos retomaron el término, en un sentido algo
diferente, aunque conectado con el anterior. Lo utilizaron para nombrar a un
conjunto de movimientos reformistas del Tercer Mundo, particularmente los
latinoamericanos como el peronismo en Argentina, el Varguismo en Brasil y el
Cardenismo en México. A pesar de que algunos de estos académicos valoraban
positivamente la expansión de nuevos derechos para las clases bajas que había
venido de la mano de estos movimientos, su tipo de liderazgo era el rasgo
distintivo: era personal antes que institucional, emotivo antes que racional,
unanimista antes que pluralista. En este sentido, se medían con la vara
implícita de las democracias “normales” (es decir, liberales) del Primer Mundo.
En eso, estos trabajos se conectaban con los de los académicos como Shils:
implícitamente compartían una mirada normativa sobre cómo se suponía que debían
ser y lucir las verdaderas democracias.
Así, en el mundo
académico el concepto de “populismo” mutó de un uso más restringido que refería
a los movimientos de campesinos o granjeros, a un uso más amplio para designar
un fenómeno ideológico y político más o menos ubicuo. Para la década de 1970
“populismo” podía aludir a tal o cual movimiento histórico en concreto, a un
tipo de régimen político, a un estilo de liderazgo o a una “ideología de
resentimiento” que amenazaba por todas partes a la democracia. En todos los
casos, el término tenía una connotación negativa.
Para complicar
incluso más las cosas, el filósofo post-marxista Ernesto Laclau propuso un
sentido más para nuestro término, completamente diferente a todos los
anteriores. La influyente obra de Laclau planteó la necesidad de reemplazar la
noción de “lucha de clases”, entendida como una oposición binaria fundamental
que se generaba por la propia naturaleza de la opresión de clases, por la idea
de que en la sociedad existe una pluralidad de antagonismos, tanto económicos
como de otros órdenes. En tal escenario, no puede darse por sentado que todas
las demandas democráticas y populares van a confluir como una opción unificada
contra la ideología del bloque dominante. El plano político tiene un papel
fundamental a la hora de “articular” esa diversidad de antagonismos. Y los
discursos aquí son fundamentales, ya que son ellos los que “articulan” las
demandas diversas, produciendo un Pueblo en oposición a la minoría de los
privilegiados. Así entendido, el Pueblo es un efecto de la apelación discursiva
que lo convoca, antes que un sujeto político pre-existente. En esta visión
política, la articulación de un Pueblo en oposición al bloque dominante, es
decir, el ordenamiento de una variedad de demandas en una oposición binaria, es
fundamental para la “radicalización de la democracia” (una expresión que, para
Laclau, tenía un sentido positivo). En uno de sus últimos trabajos, Sobre la
Razón Populista (2005), Laclau utilizó el término “populista” para nombrar ese
tipo particular de apelaciones políticas que recortaban un Pueblo en oposición
a las clases dominantes. “El populismo comienza –escribió– allí donde los
elementos popular-democráticos son presentados como una opción antagonista
contra la ideología del bloque dominante”. Pero en verdad esa etiqueta no era
indispensable. Laclau podría haber llamado al estilo específico de apelación
política que le interesaba de otro modo, por ejemplo, “popular-democráticas” o
alguna otra variante, en lugar de “populistas”. Pero el hecho es que decidió
llamar a eso “populismo”, con lo cual, contrariamente a los académicos del
pasado, le otorgó a ese término un sentido positivo. En su filosofía, el
“populismo” era el nombre de la necesaria y esperada “radicalización de la
democracia”. Como consecuencia de la propuesta teórica de Laclau, por primera
vez algunos referentes e intelectuales de ciertos movimientos políticos (por
caso el kirchnerismo en Argentina y Podemos en España) comenzaron a llamarse
“populistas” a sí mismos, desafiando de ese modo el sentido común según el cual
ser “populista” era algo malo. Y a su vez, eso alimentó a los liberales,
dándoles más motivos para creer que existe una “amenaza populista” acechando la
ciudadela de la democracia.
El término
“populismo” tenía entonces una dinámica expansiva ya en sus usos académicos.
Pero al volverse de uso común, especialmente en las últimas dos décadas, se
descontroló completamente. Casi cualquier cosas puede ser llamada “populismo”
en la prensa de hoy. “Populista” se ha vuelto una especie de acusación banal
que se lanza simplemente para desacreditar a cualquier cosa o adversario,
buscando asociarlo así con algo ilegal, corrupto, autoritario, demagógico,
vulgar o peligroso. Algunos gobiernos latinoamericanos que en los últimos
tiempos no se alinearon con Estados Unidos o con el FMI son por supuesto los
blancos preferidos. Venezuela, Nicaragua, Argentina, Bolivia, Paraguay, Ecuador
y Brasil son o han sido atacados por la amenaza “populista” que proyectan sobre
las democracias de la región. Y uno pensaría que ya entendió a qué se refiere
el término, pero entonces comprueba que también Silvio Berlusconi –que no era
ningún enemigo de los norteamericanos y mucho menos de los grandes empresarios–
era un “populista”. ¿Y por qué? Para la revista The Economist, porque su
gobierno se apoyaba en lazos de “patronazgo y
corrupción” o, como
otro comentarista argumentó, porque Berlusconi hablaba “en el
lenguaje del hombre común de la calle”. Según el New York Times, en
Europa es “populista” cualquiera que quiera poner límites
a la migración interna o sea euroescéptico; con esos dos rasgos ya
alcanza para ganarse el mote. El líder italiano Beppe Grillo es por supuesto un
“populista” ya que critica al
establishment político italiano. No importan las ideas que uno tenga
en cualquier otro asunto: si uno habla como la gente común, si critica a
Estados Unidos, si tiene problemas con el curso que está tomando la Unión
Europea o con su establishment político local, uno es un “populista”. Y no
importa si se trata de un izquierdista radicalizado o de alguien de extrema
derecha. En Grecia, según nos informan, Syriza es por supuesto “populista”.
Pero también lo son sus enemigos
del movimiento neo-Nazi Amanecer Dorado. Las ideas de ambos grupos
son totalmente opuestas en todas y cada una de las maneras posibles, pero sin
embargo ambos se las arreglan para pertenecer a la misma familia política.
Ambos son de “los populistas”.
De toda esta
proliferación de significados, uno creería al menos entender que, comoquiera
que uno lo defina, el “populismo” es un fenómeno político. Pero sin embargo las
cosas no son tan sencillas. Porque economistas como Rudiger Dornbusch y otros
opinan que existe también un “populismo
macroeconómico”, según el cual son “populistas” aquellos que tienen
una mirada económica que “prioriza el crecimiento y la distribución del ingreso
y no se preocupa suficientemente por los riesgos de la inflación y del déficit
en las finanzas, por las limitantes externas y por las reacciones de los
agentes económicos frente a políticas agresivas que afectan el mercado”. Este
“populismo macroeconómico” parecería referir entonces a un tipo específico de
políticas económicas. Y sin embargo, en los debates recientes cualquier tipo de
comentario o idea que no sea total y completamente amigable hacia los
empresarios recibe el mote de “populista”. La Cámara de Comercio de los Estados
Unidos declaró recientemente que son “populistas” todos los que tratan de “eliminar el
sistema de capital libre y abierto.” A Obama se lo acusó de serlo sólo por
decir que le gustaría
que los millonarios paguen un poquito más de impuestos. El Wall
Street Journal llamó
“populista” a Hilary Clinton porque
dijo que el Congreso debería “enfocarse en la creación de empleo y en los
ingresos de las familias de clase media”. Eso era todo lo que el diario
necesitaba escuchar. De hecho, para ese periódico, la mera
preocupación por el tema de la “desigualdad de ingresos” es síntoma de la
enfermedad del “populismo” (porque los ingresos de cada cual son un asunto
privado, claro).
Bien entonces. El
“populismo” es un fenómeno político y también económico. ¿Así sería?
Lamentablemente la saga continúa. Porque a todo lo anterior hay que agregar la
idea que presentó hace tiempo Jim McGuigan, adoptada luego por muchos otros,
según la cual existe también un “populismo
cultural”, que sería aquél que valoriza la cultura popular por sobre
otras formas de cultura “seria”. Está visto: el “populismo” ha penetrado todas
las áreas de la vida social.
En todos estos usos
variados, “populismo” parece poco más que un latiguillo que busca dar
credibilidad conceptual a nociones más antiguas y menos sofisticadas, como
“demagogia”, “autoritarismo”, “nacionalismo” o “vulgaridad”. Se utiliza con
frecuencia simplemente para desacreditar ciertas ideas o decisiones de política
económica heterodoxas, asociando a las personas o gobiernos que las llevan
adelante a cosas desagradables, como el nazismo o la xenofobia. Para decirlo en
otras palabras, “populismo” es un término que mete en una misma bolsa cosas que
no pertenecen a un mismo conjunto y, al mismo tiempo, crea barreras mentales
que nos impiden comparar cosas que son perfectamente comparables. ¿Por qué se
agruparía bajo una misma etiqueta a los gobiernos sudamericanos que están
construyendo la UNASUR y que en general tienen leyes benignas para la
inmigración, con los xenófobos y racistas de la derecha euroescéptica? ¿Por qué
aplicar impuestos a los ricos es “populismo” si lo hace un gobierno
latinoamericano, pero sólo una medida “socialdemócrata” si lo hace Noruega?
¿Por qué las medidas económicas de Perón eran “populistas” pero el New Deal de
Roosevelt –en el que Perón se inspiró– era apenas “keynesiano”? ¿Así que la
corrupción y el patronazgo son rasgos populistas? ¿Entonces por qué en España
lo son los muchachos de Podemos, pero no los corruptísimos del Partido Popular?
Suele asociarse a Argentina con Venezuela como dos formas extremas de
“populismo”. Pero en realidad, en términos de estilos políticos, arreglos institucionales
y políticas concretas, el gobierno kirchnerista se parece más al del Frente
Amplio uruguayo que al de Maduro. ¿Por qué entonces rara vez se dice que
Uruguay forma parte de la “amenaza populista”? No hay motivo concreto, como no
sea el hecho de que Uruguay continúa siendo un país amigable para los
norteamericanos.
“Populismo” se ha
convertido en un término de combate profundamente ideologizado. Su valor como
concepto para entender la realidad, si alguna vez lo tuvo, se ha extinguido. En
los usos actuales, puede referir a una familia de ideologías, a una variedad de
movimientos políticos, a un tipo de régimen, a un estilo de gobierno, a un
modelo económico, a una estética o a un tipo particular de apelación política.
Todo eso mezclado y sin ninguna claridad analítica. “Populismo” funciona
obviamente como término peyorativo, orientado a desacreditar a quienes se lo
aplica. Pero más importante que eso: se supone que las categorías con vocación
taxonómica deben agrupar fenómenos sociales similares para hacerlos más
comprensibles. No hay nada malo en ello –de hecho es algo fundamental –, pero a
condición de que se agrupe a los fenómenos según los rasgos propios que posean.
Como categoría taxonómica, “populismo” hace exactamente lo contrario. El único
rasgo que comparten todos los fenómenos que son catalogados con esa etiqueta no
es algo que son, sino algo que no son. Se los agrupa no por sus rasgos en
común, sino simplemente porque ninguno de ellos (cada uno a su modo y por
motivos diferentes) se corresponde con el tipo de movimientos, estilos,
políticos o políticas que los liberales occidentales tienen a apreciar. En los
debates actuales, “populismo” significa no mucho más que ser amistoso con
la clase baja –sea en términos de políticas concretas o simplemente de manera
discursiva– o tomar medidas (o tener “estilos”) que desagradan a las élites
políticas, económicas o culturales. Porque, supongamos por un momento que
manifestar cercanía hacia la clase baja fuera algo que se aparta de los ideales
de las democracias “normales”, esto es, las que supuestamente dejan que el
“pluralismo” oriente una negociación cordial de todos los intereses sociales,
sin preferencia por ninguno. Y supongamos que tal desviación fuera tan
importante que requiriera todo un concepto para nombrarla: no es “democracia”
sino “populismo”. Aceptemos todo eso por un momento. ¿Cómo es entonces que no
hay un concepto, una taxonomía específica, para nombrar la desviación opuesta,
es decir, las ideas, actitudes, estilos o políticas que manifiestan cercanía
con las clases altas y producen desagrado a las clases bajas? ¿Cómo es que tal
apartamiento del ideal del pluralismo es simplemente una de las variantes
aceptables de la democracia y no reclama una etiqueta especial que nos advierta
sobre el peligro que implican? En la ausencia de respuesta a esas preguntas, la
pretensión normativa del concepto de “populismo” queda perfectamente
clara.
Lo que quiero
decir, en resumidas cuentas, es que “el populismo” no existe. No hay ninguna
“amenaza populista” al acecho de nuestras democracias. De hecho, no hay una
sino varias amenazas que pesan sobre la vida democrática. Y también existen
varios modelos de democracia posibles. “Populismo” nos hace creer que este
escenario complejo de múltiples opciones y diversos peligros en verdad es
sencillo. Se trataría de un escenario dividido en dos campos claramente
distinguibles: por un lado la democracia liberal (la única que merece ser
llamada “democracia”) y por el otro la presencia fantasmal de todo lo que no se
corresponde con ese ideal y, por ello, debe rechazarse de plano. En otras
palabras, “populismo” nos invita a cerrar filas alrededor de la democracia
liberal (es decir, una democracia de alcances limitados tal como gusta a los
liberales) para combatir a un solo monstruo compuesto por todo lo demás, en
cuyo cuerpo indiscernible conviven neonazis, keynesianos, caudillos
latinoamericanos, socialistas, charlatanes, anticapitalistas, corruptos,
nacionalistas y cualquier otra cosa sospechosa. Y el problema es que esa forma
de razonamiento nos impide ver dos hechos fundamentales. Primero, que dentro de
esa masa de elementos “populistas” hay algunos que definitivamente son una
amenaza a la democracia, pero también ideas, experimentos políticos y
organizaciones que tienen el potencial de ofrecer formas mejores y más
sustantivas de democracia para las sociedades modernas. Y segundo, que el
propio liberalismo, con sus valores individualistas, su ethos productivista y
su compromiso irrestricto con los intereses de los empresarios es, de hecho,
una de las mayores amenazas que corroen las democracias actuales.
Fuente: Revista Sin
Permiso
EL ESTADO NO PUEDE INTERVENIR DIRIGIENDO LA ECONOMIA MENOS REASIGNANDO O REINYECTANDO DINERO DONDE CONSIDERA NECESARIO,
ResponderEliminarSEGUN REZA EL MANDAMIENTO NEOLIBERAL.
PEEEROO, EL ESTADO DE USA HA PERMITIDO QUE SE LE INSTALE UN SOBREESTADO BANQUERO PIRATA INGLES.
QUE IMPRIME SIN RESPALDO Y ASIGNA EL DINERO A QUIEN SE LE DA LA GANA O SEA ELLOS MISMOS, LA BANCA PIRATA.
ES MUY BONITO SER BANQUERO PIRATA Y KEYNESIANO
EL POPULISMO APTO SOLO PARA LA BANCA PIRATA.
LA REPARTIJA PARA UNOS POCOS.
(el comentario fue pegado por error primero en la nota siguiente)
¿ERA KEYNESIANISMO EL NEW DEAL?.
ResponderEliminarLA "TEORÍA GRAL..." DE KEYNES ES PUBLICADA EN 1936. + DE 6 AÑOS DE DESATADA LA CRISIS.
LAS POLÍTICAS DE F.D.R. TIENEN MÁS DE BISMARKIANAS.
LA SALIDA DE LA CRISIS TIENE QUE VER + CON LA 2ºGUERRA QUE CON EL NEW DEAL.
EN RESUMIDAS CUENTAS EL ASUNTO SIEMPRE FUE EL MISMO.
ResponderEliminarLOS GRUPOS Y CORPORACIONES HUMANAS CADA CUAL TRATA DE LLEVAR AGUA A SU POSO. Y LO DE LAS IDEOLOGIAS ES SOLO EN LO QUE LES CONVIENE.
Y AHORA EXISTEN EN LA RESERVA FEDERAL DE USA LOS DIOSES DE LA ECONOMIA, QUE IMPRIMEN LA RIQUEZA DE LA NADA Y LA HACEN LLOVER DONDE ELLOS QUIEREN, O SEA ELLOS MISMOS.
HAY OTROS DIOSES QUE SE HAN AVIVADO E IMPRIMEN EUROS Y YUANES DE LA NADA.
HAGASE LA RIQUESA Y LA RIQUEZA SE HIZO VHAH SE IMPRIMIO