Odio
a los indiferentes, Antonio Gramsci
Hace ahora 70 años, el 27 de abril de 1937, moría
Antonio Gramsci en un hospital penitenciario, apenas 6 días después de haber
recobrado formalmente la libertad, tras cumplir, en situación penosísima, más
de 10 años de cárcel de los más de 20 a que le condenó un tribunal
mussoliniano. Acaso sea Gramsci hoy, junto con Walter Benjamin, el clásico del socialismo
marxista más manipulado por las “humanidades” académicas olvidadizas de la historia del movimiento obrero
europeo. Para conmemorar su muerte - dada a conocer al mundo por las emisoras
de radio de la Barcelona revolucionaria - hemos elegido un característico texto
suyo de juventud (publicado por vez primera el 11 de febrero de 1917 e inédito
en castellano) que, entre varias otras, tiene la virtud de no ser fácilmente
pasible de manoseo pseudoacadémico.
“Odio a los
indiferentes. Creo que vivir quiere decir tomar partido. Quien verdaderamente
vive, no puede dejar de ser ciudadano y partisano. La indiferencia y la abulia
son parasitismo, son bellaquería, no vida. Por eso odio a los
indiferentes.
La indiferencia es
el peso muerto de la historia. La indiferencia opera potentemente en la
historia. Opera pasivamente, pero opera. Es la fatalidad; aquello con que no se
puede contar. Tuerce programas, y arruina los planes mejor concebidos. Es la
materia bruta desbaratadora de la inteligencia. Lo que sucede, el mal que se
abate sobre todos, acontece porque la masa de los hombres abdica de su
voluntad, permite la promulgación de leyes, que sólo la revuelta podrá derogar;
consiente el acceso al poder de hombres, que sólo un amotinamiento conseguirá
luego derrocar. La masa ignora por despreocupación; y entonces parece cosa de
la fatalidad que todo y a todos atropella: al que consiente, lo mismo que al
que disiente, al que sabía, lo mismo que al que no sabía, al activo, lo mismo
que al indiferente. Algunos lloriquean piadosamente, otros blasfeman
obscenamente, pero nadie o muy pocos se preguntan: ¿si hubiera tratado de hacer
valer mi voluntad, habría pasado lo que ha pasado?
Odio a los
indiferentes también por esto: porque me fastidia su lloriqueo de eternos
inocentes. Pido cuentas a cada uno de ellos: cómo han acometido la tarea que la
vida les ha puesto y les pone diariamente, qué han hecho, y especialmente, qué
no han hecho. Y me siento en el derecho de ser inexorable y en la obligación de
no derrochar mi piedad, de no compartir con ellos mis lágrimas.
Soy partidista,
estoy vivo, siento ya en la consciencia de los de mi parte el pulso de la
actividad de la ciudad futura que los de mi parte están construyendo. Y en
ella, la cadena social no gravita sobre unos pocos; nada de cuanto en ella
sucede es por acaso, ni producto de la fatalidad, sino obra inteligente de los
ciudadanos. Nadie en ella está mirando desde la ventana el sacrificio y la
sangría de los pocos. Vivo, soy partidista. Por eso odio a quien no toma
partido, odio a los indiferentes”.
Fuente: Revista Sin
Permiso
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