El presente exhibe la fractura entre una elite primermundizada y cosmopolita que “disfruta de su trabajo”, para la que el gobierno macrista ha elaborado un discurso motivacional con apelaciones de autosuperación, y un amplio contingente suburbanizado y hundido, que mira a Cristina.
Capital y trabajo en tiempos de Macri, Por José Natanson,
para Le Monde diplomtique
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Aunque
probablemente Jeremy Rifkin se haya apurado en pronosticar su final, el mundo
del trabajo experimenta cambios acelerados. Consecuencia de la robotización de
los procesos productivos, la liberalización del comercio y la deslocalización
–el 70 por ciento de los celulares y el 60 por ciento de los zapatos que se
consumen en el mundo se producen hoy en China– , el universo de los
trabajadores de los países industrializados se ha ido heterogeneizando hasta
configurar dos planetas distintos, que viven uno al lado del otro pero cada vez
más desconectados entre sí.
De un lado, una
elite profesional ultracalificada que se desempeña en los núcleos dinámicos de
investigación y desarrollo, políticamente sensible a las propuestas
liberal-progresistas, tolerante y cosmopolita, que valora la diversidad, ama
conocer otras culturas y cuando viaja elige los vinos del lugar. Del otro, una
masa de trabajadores excluidos por la disminución del empleo industrial,
condenados a la tercerización y la precariedad de regímenes de trabajo de corto
plazo, inestables y mal pagos, que ya no se organizan en función de ciertas
destrezas u ocupaciones sino en torno a “bloques de tiempo”, que es lo que
compra una compañía de limpieza, vigilancia o incluso atención al público
cuando los contrata.
Los nuevos empleos creados por las industrias del
conocimiento en áreas dinámicas como el software, la biotecnología o los
segmentos avanzados del sector servicios no alcanzan a compensar el
encogimiento del trabajo fabril puro y duro. El fenómeno excede al problema de
la desocupación: en Estados Unidos, por ejemplo, el desempleo es de apenas el
4,7 por ciento, cerca del umbral de pleno empleo, pese a lo cual la desigualdad
y la pobreza aumentan. En una mirada general, el desplazamiento de las
industrias del centro a la periferia, a México, Europa del Este o Asia, produjo
una “periferización” del Primer Mundo: alcanza con caminar las calles
post-apocalípticas de los antiguos barrios industriales de Detroit o cruzar el Périphérique y penetrar los suburbios
parisinos para chocarse con la monotonía de bloques gigantescos de monoblocs
deprimentes cuya realidad se acerca más al Lugano del Pity Alvarez que a las
deslumbrantes metrópolis post-modernas situadas a pocos kilómetros de
distancia.
El quiebre, desde los 80, de lo que Robert Castel
definió como “el compromiso social del capitalismo industrial”, agudizado unos
años más tarde por la desaparición del socialismo como alternativa política,
habilitó una hegemonía laboral desreguladora que fue consolidando este sector
social desesperado, cuyo malestar ha comenzado a politizarse. De hecho, algunas
de las novedades más impactantes de la política mundial, los últimos “momentos
María Antonieta”, como el Brexit, el triunfo de Donald Trump o el ascenso de
Marine Le Pen, se explican en parte por esta modificación subterránea del mundo
del trabajo.
Y
por la incapacidad de las elites para registrarla: cuando la candidata del establishment demócrata Hillary Clinton convocó a
Jon Bon Jovi y Bruce Springsteen para un acto de campaña en Filadelfia estaba
buscando exhibir la adhesión de dos artistas populares que en su momento
supieron expresar como pocos el sentir de la clase obrera norteamericana: Bon
Jovi, el hijo de un peluquero de Nueva Jersey y una ex conejita Playboy, y
Springsteen, “el cantante del pueblo”. El problema es que a esa altura ambos
eran ya millonarios multipremiados y que las masas trabajadoras habían decidido
su voto por Trump –y reorientado sus gustos musicales hacia Lady Gaga–.
Pero
volvamos al punto. La metamorfosis profunda del mundo laboral es una tendencia
mundial que, con todos sus matices y notas al pie, se replica en los países en
desarrollo, entre ellos el nuestro. Las diferencias radican en que en
Argentina, producto de su industrialización inconclusa, un sector de la
sociedad nunca llegó a integrarse plenamente a los procesos de desarrollo,
siempre se mantuvo excluido. Y también en el hecho de que, frente a la ausencia
de un Estado de Bienestar al estilo europeo, el impacto social de la
neoliberalización del trabajo comenzó a sentirse ya en los 90, por lo que su
respuesta, el giro a la izquierda de comienzos de siglo, fue también anterior.
Como
en Estados Unidos, el principal problema no es tampoco aquí el desempleo: el
hecho de que según la última medición del Indec la desocupación (7,6 por
ciento) sea casi cuatro veces menor que la pobreza (30,3) confirma que la
cuestión no pasa tanto por el trabajo en sí como por el poder de compra del
salario y los niveles de protección.
Por
eso vale la pena poner en cuestión las perspectivas liberales que, de Macron a
Macri, ensayan respuestas orientadas exclusivamente a la capacitación de los
trabajadores, a partir de la idea de que el problema reside en un desacople
entre la demanda de la economía, que exige trabajadores con más estudios o con
otros estudios o más flexibles, y la calificación de la fuerza laboral. Aunque
por supuesto es importante, en el contexto de una economía en permanente y
acelerada mutación, apostar a la capacitación permanente para mejorar la
competitividad, este enfoque ignora la mutación estructural del mundo del
trabajo descripta más arriba. Y, quizás sin proponérselo, produce una
transferencia de la carga por vía de una individuación de la responsabilidad,
que en un mágico pase de manos se traslada de una economía incapaz de proveer
empleo de calidad a toda la población a la situación personal de los
trabajadores, que si no consiguen empleo es porque no estudian.
Pero
además, y este aspecto es central, la reconfiguración laboral ha llevado a un
desdibujamiento de la relación capital-trabajo, afectada por el hecho de que en
el capitalismo de hoy el principal valor económico ya no reside tanto en la
posesión de activos físicos como en el conocimiento, que es un capital pero no
lo parece. La consecuencia es que este vínculo ha perdido la nitidez que
adquirió desde la Revolución Industrial y que, borroneado en un mundo sin
chimeneas, resulta cada vez más difícil de apreciar.
Sin
embargo, vale la pena hacer el esfuerzo. Sucede que, más allá de las
transformaciones recientes, la relación entre quienes controlan los medios de
producción, sean éstos una planta siderúrgica, un campo de diez mil hectáreas o
un algoritmo, y los que viven de vender su fuerza de trabajo en el mercado, sea
ésta la posibilidad de limpiar una oficina, operar a un paciente o programar
una computadora, sigue siendo fundamental a la hora de explicar el funcionamiento
económico de las sociedades actuales.
Las estadísticas globales confirman que la
relación se ha desbalanceado. Consecuencia de las transformaciones de las
últimas tres décadas, el polo capital ha ido ganando cada vez más peso en
comparación con el polo trabajo. Esta tendencia, que en Argentina comenzó a
mediados de los 70 y se profundizó en los 90, fue parcialmente revertida
durante los años del kirchnerismo, para retornar ahora, fortalecida por un
gobierno que la estimula: la participación de los asalariados en el PBI, que
había pasado de un piso del 24,5 por ciento en 2002 hasta tocar un 37,6 por
ciento en 2013, cayó 3 puntos, al 34,3, durante el primer año de gestión
macrista.
Esto
es consecuencia de una serie de decisiones de política pública: la disminución
del salario real, que cayó entre 5 y 10 por ciento el año pasado y que, a
juzgar por las paritarias, parece difícil que se recupere; la reorientación del
modelo económico hacia actividades como las finanzas, la minería y el agro,
competitivas y superavitarias en divisas, pero más intensivas en capital que en
trabajo y con serias limitaciones para crear empleo de calidad, en contraste con
la retracción de ramas socialmente más inclusivas, como la industria, la
construcción y el comercio. Y, por último, dos o tres guadañazos de política
económica decididos al inicio del mandato, entre los que sobresale el combo,
único en el mundo, de devaluación y baja de retenciones.
¿Qué
motiva al macrismo a hacer estos cambios? Hay varias explicaciones, no
necesariamente excluyentes. La primera es la voluntad oficial de mejorar la
rentabilidad de las empresas como vía para impulsar la inversión privada y con
ello echar a andar nuevamente la rueda de la economía. La segunda es la
convicción de que la “destrucción creativa” propia del capitalismo permitirá
compensar los puestos de trabajo desaparecidos en las ramas improductivas con
nuevas oportunidades laborales en sectores más competitivos. La tercera es la
intención de beneficiar a un sector social del cual forma parte.
Sea por ideología económica, convicción
futurista o conveniencia de clase, lo cierto es que, en contraste con un
kirchnerismo que reaccionaba activamente cuando detectaba una empresa que
suspendía o despedía trabajadores, el macrismo apuesta al lassez faire. Como sostienen
Marshall y Perelman en su estudio sobre la historia de las negociaciones
colectivas en Argentina, los contextos de repliegue del Estado limitan las
estrategias sindicales centralizadas que generan “negociaciones imitativas”,
bajo las cuales los gremios tienden a actuar de manera coordinada y los
salarios se homogeneizan (incluso, como sucedió a menudo en la Europa de la
posguerra, para moderarlos). Además no se perfila un sindicato capaz de liderar
políticamente al resto, como ocurrió con los ferroviarios en la etapa
agroexportadora de principios del siglo XX, la UOM en el período de sustitución
de importaciones y Camioneros desde los 90, lo que dificulta aun más las
posibilidades gremiales de acordar una estrategia única. La posición de los
principales sindicatos industriales frente al gobierno de Macri, que muchos
juzgan excesivamente concesiva, se explica en parte por esta correlación de
fuerzas.
El
giro macro de la política económica derrama en la realidad micro de los
trabajadores y sus familias. El reequilibrio de la relación-capital trabajo no
es una abstracción; es un dato concreto que se refleja en la vida cotidiana. El
aumento del desempleo, la persistencia de un amplio sector en negro y la
debilidad sindical significan también trabajadores más temerosos y por lo tanto
más proclives a aceptar una baja de salarios, el pase a la informalidad o
vacaciones anticipadas. Este nuevo contexto regresivo, que no fue producto de
un golpe de Estado sino de una elección perfectamente democrática, se
sobreimprime sobre la crisis del mundo laboral analizada más arriba. Y
profundiza, aquí como en el Norte desarrollado, la fractura entre una elite
primermundizada y cosmopolita que “disfruta de su trabajo”, para la que el
gobierno macrista ha elaborado un discurso motivacional con apelaciones de
autosuperación, y un amplio contingente suburbanizado y hundido, que mira a
Cristina.
Buena nota...
ResponderEliminar"La primera es la voluntad oficial de mejorar la rentabilidad de las empresas como vía para impulsar la inversión privada y con ello echar a andar nuevamente la rueda de la economía."
Si tal cual...aunque la siguen fugando y cada vez mas. Ahora le dio vuelta la cara los Morgan Boys...muyo...
"la participación de los asalariados en el PBI, que había pasado de un piso del 24,5 por ciento en 2002 hasta tocar un 37,6 por ciento en 2013, cayó 3 puntos, al 34,3, durante el primer año de gestión macrista."
Veremos como queda este indice luego de la Revolucion de la Alegria
Muy buen y lúcido artículo.
ResponderEliminarVos sabés Daniel que desde hace un tiempo he limitado los artículos de Natansón en el blog debido a que algunos compañeros me han dado con un caño. Y yo creo, que más allá de su "bienpensante progresismo deber ser" el tipo disparada cuestiones no pensadas por las mayorías que ayudan mucho a razonar. Este es el caso. Fijate como troca el tema de la división social profundizando el concepto, no instalándose solamente en el campo del odio, sino eminentemente lo hace desde el lugar de pertenencia sin llegar al clasismo. Abrazo
EliminarDesde ya que me asombró, sumado como estoy a esos compañeros por cierto prejuicio sobre él. Necesariamente lo voy a repensar a partir de este contenido que refleja exactamente lo que concluís en tu comentario y que es justamente el haberse parado en ese lugar para hacer tan lúcida descripción lo que me atrapó.
EliminarAbrazo Gustavo!