El ataque de las clases dominantes tiene por objeto melancolizarnos y fragilizarnos, llenarnos de impotencia y depresión...Por Fernando Fabris Lic. y Dr. en Psicología, para La Tecl@ Eñe







Neoliberalismo
Lo imperceptible en la subjetividad de hoy 


El neoliberalismo necesita de la fragmentación subjetiva en las víctimas a la vez que del carácter perverso que apunta a la vulneración de la subjetividad individual y colectiva. El macrismo encarna la figura del cinismo perverso dotado de una enorme capacidad de poder para realizar ese destructivo ataque sobre la subjetividad.


Por Fernando Fabris Lic. y Dr. en Psicología,  para La Tecl@ Eñe


La subjetividad colectiva es una dimensión psicológica de la praxis social que se relaciona  a estratos profundos del ánimo colectivo, las estructuras del sentimiento e imperceptibles vivencias que todos tenemos sobre nosotros, los otros y el mundo que compartimos. Las personas somos distintas unas de otras pero compartimos sin embargo ciertos denominadores comunes, ante los que reaccionamos de distintos modos. 

En la década del noventa predominó un modo de subjetividad fragmentada. Se había anunciado una revolución productiva pero lo que ocurrió fue una insidiosa perforación de la dignidad del trabajo, una enorme desestructuración de la vida cotidiana de millones de personas.  Nos sentíamos divididos en pedacitos y llegamos a no saber quiénes éramos y si lo que creíamos ser tenía algún tipo de valor. En aquel tiempo se extendieron patologías nuevas como la bulimia, los ataques de pánico, las depresiones, los infartos y las muertes súbitas, producto de la sobreadaptación a las exigencias laborales o la interminable angustia de la desocupación. También se incrementaron las perversiones narcisistas y las actitudes cínicas y psicopáticas, sobre todo en quienes tuvieron a su cargo la ejecución del ajuste económico y social. 

A pesar de ello, y luego de un tiempo,  logramos salir de la fragmentación y el vacío, al que nos había empujado el experimento político neoliberal de Menem y De la Rúa. Una siempre demorada acumulación de poder popular se expresó a través de puebladas que aquí y allá forjaron la vivencia de ser sujetos grupales de poder. Fue así que recuperando la autoestima se produjo en 2001 una inolvidable rebelión en la que confluyeron muchos sectores sociales que habían estado divididos y dispersos. Emergió en ese momento, un modo de subjetividad integrada. Sabíamos otra vez quienes éramos, aunque el sufrimiento acumulado  no hacía sencillo ese reconocimiento. La mejora paulatina de las condiciones socioestructurales facilitó durante algunos años ese proceso de integración. Hacia 2008 se produjo una confrontación que fue definida desde las clases dominantes como una grieta. Pero era, más allá de la exaltación típica en los modos de expresión,  una tensión inherente a toda sociedad donde se discuten intereses contrapuestos. Los festejos del Bicentenario, en 2010, marcaron un elevado punto de integración subjetiva que se manifestó como una subjetividad colectiva historizante. Ya no era el aquí y ahora de la inmediatez posmoderna lo que importaba sino que la historia y el futuro eran nuevamente computados a la hora de vivir el presente.

Hacia 2012  comenzó a instalarse en las capas más profundas de la subjetividad colectiva una cierta ambigüedad de fondo. Por un lado, existía la sensación de que algo nuevo estaba naciendo. Pero no se llegaba a distinguir si lo que nacía era bello o se trataba de algo en realidad monstruoso. Hace poco tiempo atrás, en junio de 2017, en un grupo de investigación que permite ver algunos aspectos psicológicos de la vida social, se dramatizó una escena en la cual un conjunto de personas caminaba,  concentradas cada una en lo suyo, mientras que uno de los participantes proporcionaba imperceptibles golpes con los cuales iba dejando fuera de juego, uno a uno, a todos los otros participantes. En el análisis,  el público indicó que el golpe de puño significaba “matar la indiferencia”. Se negaba algo evidente: matar la indiferencia no puede consistir en matar a los sujetos indiferentes. No era la indiferencia sino los propios sujetos quienes quedaban inmovilizados por un golpe invisible y certero.

El evidente contenido de la situación representada y la notable negación que realizaba el público, permite postular la actuación de un mecanismo de defensa: la renegación de un ataque del que se es objeto o del que se es sujeto. Esta renegación tiene dos partes: la percepción de ese ataque y la negación (renegación) de su significado. Se trata de un riesgoso mecanismo ya que la vulneración percibida y enseguida denegada se internaliza, produciendo fragilidad y fragmentación subjetiva en la víctima a la vez que estabilización del carácter perverso del ataque que apunta  a la vulneración subjetiva. 

Como todos sabemos hoy, Durán Barba lo afirma, en la economía y la política tiene un enorme peso la subjetividad. Y es probable que la escena que comentamos simbolice la estrategia política y mediática oficialista. Esta estrategia explota una banalidad que nunca dejó de existir. Pero también apunta a vulnerabilizar, culpabilizar, deprimir, melancolizar y fragmentar a otra parte de la población que advierte estupefacta que el gobierno actual es un gobierno de ricos para ricos (como ya lo percibe hoy el 70 % de la población). La política actual, como toda política neoliberal,  apunta a perforar el piso de la autoestima y dignidad básica de los ciudadanos, como ya lo hicieron otros gobiernos neoliberales. Con ese fin la violencia estatal (PepsiCo, Docentes, Cresta Roja hace un año y medio atrás) es mostrada en los medios, de modo obsceno.  Con ese hechos apuntan a satisfacer los deseos de un 20 o 30 % de la población que de un modo u otro disfruta del hecho de que los pobres, los locos, los viejos, los putos, las mujeres, los trabajadores, los jóvenes, los niños, los indios y los negros ocupen el lugar del que nunca, según consideran, deberían haberse asomado.  Pero también apuntan a vulnerabilizar al otro 70 % que ya está reconociendo el ataque del que está siendo objeto.  
El capitalismo, pero mucho más aun el neoliberalismo, es cruel. No le importan los sujetos. Solo le importan los objetos y las reglas abstractas de la economía que regulan el “libre” intercambio de las mercancías. La ejecución de este tipo de políticas requiere un sujeto apto. Un tipo de personalidad que ya fue estudiada y es especialmente apta para ejecutar las políticas neoliberales. Se trata de personas que se presentan como moralizadores, dando lecciones de rectitud. Pero son especialistas en ataques destructivos a los más débiles que no sienten culpa, remordimientos o escrúpulos. Mienten sin problemas ya que son incapaces de imaginar que alguien podría no mentir (algo parecido a las personas que acusan a todos los otros de ladrones sin dificultad, porque perciben que ellos mismos llegarían a robar, si estuvieran en posiciones hacerlo). La apariencia puede ser emotiva pero se trata de sujetos de fría racionalidad. No tienen compasión. Son nadie en un sentido psicológico (aunque no en un sentido económico). Van por todos los lugares, porque no tienen ninguno. Utilizan la desgracia del otro para sacar provecho. No son responsables de nada de lo que no funciona. Lo que sale mal es siempre por los otros.  En el fondo sienten una gran envidia porque nunca dejan de percibir una sensación de vacío, que no pueden alejar de ningún modo.

Todos estos rasgos corresponden a un modo de subjetividad estudiada por Marie-France Hirigoyen, a la que denominó “perversidad narcisista”. Esa perversidad no tiene nada que ver con una elección sexual ya que subraya otra cuestión muy distinta, un modo de vínculo: un ataque a la dignidad del otro, una vulneración de su identidad con el fin de controlarlo y destruirlo. La técnica es paralizar a la víctima y luego provocarla hasta que reaccione. Allí es fácil confirmar que es el otro el que está loco. Se desestabiliza a la futura víctima una y otra vez, pegándole donde le duele. Y luego se lo recuerda, manteniendo así el trauma. Este permanente intento de la vulneración del otro es una defensa (cínica) que “salva” al perverso narcisista de la psicosis y del derrumbe depresivo que podría sobrevenir si fracasa su conducta.   

¿Para qué sirve saber esto? Para darle realidad a la existencia del ataque del que  estamos siendo objeto. Para no melancolizarnos, para que no llegue a ser eficaz la estrategia de vulneración. El ataque económico y social es también un ataque simbólico (a través de la posverdad de la comunicación de los monopolios mediáticos).
Es difícil de creer. Parece increíble. Pero no es extraño que sea real: está en la esencia inhumana de la política neoliberal, de la acumulación por desposesión como lo analizan figuras tan distintas como Francisco, el Jefe de la Iglesia Católica y el geógrafo marxista David Harvey. 

Es clave registrar las consecuencias del daño, en primer lugar cómo se desorganiza la vida cotidiana de millones de personas. Confrontar con el poder destructivo. Y reconocernos víctimas de un enorme y disimulado ataque. Descubrir que quienes atacan no tienen corazón. No hay ternura posible cuando su fundamento, el reconocimiento del otro como otro, no llegó a ser parte del equipaje existencial originario.  Como dice Marie-France Hirigoyen, es necesario aceptar que se es víctima de una manipulación y nombrar-con-todas-las-letras el ataque percibido y a veces renegado. Salir de la ambigüedad y descubrir la tergiversación y el silenciamiento cotidiano que instrumentan los medios monopólicos de comunicación monopólicos.
Aun hoy gran parte de la violencia de la que somos objeto no la registramos y la frustración se  expresa como violencia hacia los otros cercanos y hacia nosotros mismos. Eso genera una tensión permanente así como depresión y bronca. Se trata de una situación cuasi onírica que impide reconocer el ataque, aún hoy, a pesar de los innumerables signos que dan cuenta de ello.

Si no analizamos y rechazamos finalmente la violencia de la que estamos siendo objeto,  puede ocurrir que de la actual ambigüedad manipulada descendamos a la condición de sujetos fragmentados. El ataque de las clases dominantes y los monopolios representados en cada uno de los ministerios,  tiene por objeto melancolizarnos y fragilizarnos. Llenarnos de impotencia y depresión. Si logran esto habrán construido el requisito subjetivo del neoliberalismo: la fragmentación subjetiva y vincular. Entonces volveremos a no saber quiénes somos y si lo que de hecho somos tiene algún valor. “En la política y la economía hay un enorme componente de subjetividad”.  Como dijo una participante: “Son cosas muy comunes y cotidianas que no podemos saber qué significan”. Tengamos en cuenta: “Un puño anula, implacablemente, uno  por uno”.


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