La ola de pulsión totalitaria nos acecha y a su impulso el Estado de Derecho se derrumba, la República cruje, la democracia se pervierte (Dr. E. Raúl Zaffaroni)
El
macrismo, la eternidad y la pulsión antijurídica
Por E. Raúl Zaffaroni para
La Tecl@ Eñe
Se despliegan sobre el mundo fuertes pulsiones de totalitarismo corporativo, en que los gerentes de masas de dinero inexistente
en billetes y de las que tampoco son los dueños, están ocupando el lugar de la
política (o tomando a los políticos como rehenes), mientras acumulan riquezas
que los erigen en la nueva aristocracia planetaria.
América Latina, dada su posición geopolítica subordinada, sufre
este nuevo embate del colonialismo en su versión correspondiente a las primeras
décadas del siglo XXI y, por ende, su “ceocracia” también es de menor nivel,
como lo fueron otrora los colonizadores originarios provenientes del sur
español, “cristianizados” a golpes poco antes.
Por ende, nuestra “ceocracia” es mucho más desprolija que las de
los países-sede de las corporaciones transnacionales. También es mucho menos
informada que nuestra vieja oligarquía que, al menos dio lugar a un “gorilismo
ilustrado”. La decadencia salta a la vista incluso en los tradicionales medios
herederos de esa oligarquía, que mentían desde el siglo XIX con la
elegancia propia de la época, pero que últimamente imitan los modos torpes de
los mentirosos del siglo XXI.
Se cierra el círculo de control monopólico de la comunicación
masiva acallando las voces opositoras, invocando una libertad de empresa que en
realidad es posibilidad de monopolio y que se rebautiza como “libertad de
expresión”. El estigmatizado “6,7,8” era una voz en un contexto plural, pero
hoy se impone una sola voz: la del oficialismo. Quien pretenda alzar una voz
diferente, cada vez más carecerá en el futuro de cámaras y micrófonos, todo en
nombre de la “libertad de información”.
No es nueva la táctica de
invocar discursivamente un valor positivo para negarlo fácticamente. Es la
vieja táctica de todos los vendepatrias, que siempre invocaron la democracia,
la libertad, la República, la Constitución, el derecho, etc., y en nombre de
estos valores cometieron las peores atrocidades de nuestra historia, coronadas
con el bombardeo a la Plaza de Mayo en 1955 y los crímenes de lesa humanidad en
la última dictadura.
Ahora, en nombre de la sagrada libertad de expresión no
vemos más el despreciable “6,7,8”, porque a partir de este momento todos
debemos creer lo que dice Macri: estamos viviendo el mejor momento de nuestra historia.
¿Acaso no se vivía en el “paraíso socialista” con Stalin? ¿Acaso no estaba
Hitler ganando la guerra? ¿Acaso no estábamos echando a los ingleses de las
Malvinas? ¿Los desaparecidos no estaban en París? ¿Maldonado no paseaba por el
borde de un río y decidió zambullirse? ¿Milagro Sala no tiene una mansión? ¿Las
“off shore”, la información privilegiada para comprar dólares a término, los
blanqueos millonarios no son acaso vulgares mentiras?
La ola de pulsión totalitaria nos acecha y a su impulso el Estado
de Derecho se derrumba, la República cruje, la democracia se pervierte. Todo
para llevar a cabo un programa propio de vendepatrias: bajar salarios para
aumentar ganancias y renta financiera, reducir carga fiscal a los que más
tienen, malvender lo poco que otrora no se vendió, contraer deuda astronómica
con celeridad, celebrar tratados que aseguren nuestra dependencia del poder
financiero mundial, reducir universidades, no malgastar en investigación. Sólo
falta cambiar el Preámbulo: “para nosotros, para nuestra posteridad y para
todos los ricos del mundo que quieran explotar el suelo argentino”.
El programa se complementa
haciendo gala de poder represivo, inventando procesamientos, estigmatizando
opositores, exponiendo algunos a la picota, injuriando a pueblos originarios,
amenazando y persiguiendo a jueces (por primera vez en la historia el propio
Presidente reclama la necesidad de jueces “propios”), desacreditando y
debilitando al sindicalismo por cualquier medio, maniobrando horarios para
impedir la incorporación de senadores al Consejo, clonando procesos (algunos
inverosímiles), manteniendo presos políticos (Milagro y sus compañeros),
invirtiendo el principio de inocencia (todo ex-funcionario es sospechoso),
encubriendo con argumentos pseudojurídicos conmutaciones de penas a condenados
por delitos de lesa humanidad (2 x 1), desconociendo tratados internacionales
(Fontevecchia), pretendiendo nombrar jueces máximos sin acuerdo del Senado,
proyectando reformas al Consejo de la Magistratura para garantizar mayoría
oficialista, violando la autonomía del Ministerio Público para manejar la
impunidad, echando a todo el personal del Ministerio Público para nombrar a los
amigos, aumentar las tarifas esquivando todo control público, desacreditando a
los laboralistas como mafiosos. Y podríamos seguir, quizá con el “blanqueo” y
otras maniobras.
Todo esto se lleva a cabo con un nivel de omnipotencia que se
acompaña con una paralela pretensión de “eternidad”. Como es sabido, esto es
normal en la infancia y hasta cierto punto en la adolescencia, por la inmadurez
propio de esa etapa evolutiva, pero en los adultos se llama “alienación” y es
patológico: sólo los locos pueden creer que el poder (político o económico) es
eterno. En este mundo nada es eterno, e incluso la “eternidad” es algo anterior
al tiempo, porque el tiempo mismo siempre es finito.
“Todo fluye” decía el viejo Heráclito, y el poder político –y más
en nuestro país- fluye rápido, demasiado rápido a veces, aunque la impaciencia
y la depresión se apoderen de algunos conciudadanos. Esta pesadilla pasará, sin
duda, pero hay un daño que puede perdurar y no es sólo el económico (de por sí
arduo pero no imposible de remontar), sino el cultural, el que hace a nuestros
hábitos, costumbres, pautas de comportamiento, tolerancia, prudencia, respeto
al otro. En una palabra: esto daña nuestra cultura de convivencia, lesiona
nuestra co-existencia.
En
efecto: todo esto va a pasar, como pasaron otros momentos peores. Hoy estamos
en una etapa de resistencia, pero cuando esto pase, el problema es cómo queda
nuestra confianza en el derecho. Nuestro pueblo, precisamente por la perversa
invocación de valores positivos para pisotearlos y pasarlos por las cloacas de
los peores intereses plutocráticos, desconfía históricamente del derecho. No
obstante, fue posible crear una incipiente cultura jurídica, pero estos hechos
la debilitan.
Esto es particularmente grave,
pues cuando una sociedad pierde la confianza en el derecho y en las
instituciones, los arroja lejos como una herramienta inservible, como un
martillo sin mango o una tijera sin filo, pero en ese caso la alternativa al
derecho es la violencia, en la que siempre pierden los más humildes, aunque
triunfen, porque aún en ese caso habrán puesto el mayor número de vidas e
integridad física.
Es momento de resistir defendiendo nuestra cultura jurídica,
reafirmando que esto no es más que la perversión del derecho pero no el
derecho. Es posible que esto funcione, pese a la histórica desconfianza, pero
nada garantiza que cuando esto pase se neutralicen todas las pulsiones
antijurídicas que se están sembrando, o sea, que el daño se pueda revertir por
completo. Esperemos que eso sea posible y que los esfuerzos de contención
tengan éxito, pero de cualquier modo, no olvidemos nunca que esas pulsiones
serán en resultado indeseable de la alienación de quienes hoy se consideran
“eternos”, y cuya inmadurez patológica lesiona nuestra cultura jurídica.
Fuente:
La
Tecl@ Eñe
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