HUMANISMO: Un término que utilizamos mucho en Nos Disparan desde el Campanario, no solo desde la filosofía sino como idea y propuesta política. Alguna vez pensamos que estaba fuera de moda,a vista del poco interés, hasta nos lo hicieron sentir arcaico. La brillante pluma de Horacio González revive su trascendencia colocándolo en un lugar cardinal dentro del entramado socioeconómico. No es hora de golpearse el pecho, el hora de leerlo con atención.
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Las palabras tienen la extraña
característica de burlarse de nosotros, sus tímidos usuarios. Hay un momento en
que se apoderan de nuestras pobres lenguas y nos abandonan como niños de pecho,
dejando que las sigamos usando aun cuando poco o nada signifiquen. No obstante,
se mantiene firme la expresión “capitalismo”, pues al sentirse confirmada en la
historia –ese suelo irrebatible que da verdad tácita de forma amarreta, no a
cualquiera ni a cualquier cosa que sea-, sigue y sigue. El socialismo, su
enterrador, no hizo poco para cumplir su papel. Pero en sus más decididos
aspectos, tropezó con formas políticas más drásticas que las que le permitía el
contacto fraterno que siempre tuvo con el pensar libertario, y en sus
formulaciones más débiles, adoptó las de las socialdemocracias europeas de
comienzos del siglo XX, que quisieron vivir de su dulcificación. Postuló crear
grandes sindicatos que tuvieran afortunadas negociaciones con las poderosas
empresas, de modo de ir inclinando progresivamente del lado rico al lado más
necesitado, el reparto de la renta nacional o internacional. Esto último si
tenemos en cuenta el keynesianismo de Bretton Woods, que aun siendo más
generoso que lo que mostró su criatura, el FMI, también boyaba en las aguas del
capitalismo de posguerra.
Aliado a las sucesivas reformulaciones tecnológicas, aun sin
dejarnos abismar por una teoría energética del desarrollo de la humanidad, el
capitalismo ha marcado la hora mundial en los dos últimos siglos, desde el
combustible de carbón al motor de explosión, y de éste a las economías
digitales. El capitalismo es su tecnología, y ésta es su pensamiento y su
sensibilidad última. Han cambiado las formas de plusvalía que tan
meticulosamente analizó Marx en 1867, pues no son ahora las de la producción
directa de excedentes no remunerados del trabajo, sino que se amplían a las
esferas jurídicas, simbólicas, comunicacionales y subjetivas. Por esto último,
entiendo también una “tecnología” –no lo que abusivamente denomino Foucault de
ese modo, una forma del cuidado de sí mismo- sino a una alianza entre la
inmaterialidad de la existencia colectiva y la matriz de innovaciones sobre la
materialidad de los consumos. Entendiendo por consumo una forma del tiempo, de
circulación y de pensamiento. Allí está ahora la plusvalía. Lo que no conocemos
ni reconocemos en nosotros mismos de aquello que somos capaces de concebir o
imaginar. En esa brecha el capitalismo reaparece no con la forma de una
mercancía objetiva sino bajo el llamado de una construcción imaginaria del yo.
Rehace, incluso, la vida popular en casi toda su extensión.
El ideal capitalista, de borrar lo humano bajo un conjunto de
abstracciones vivas –sustraídas de los ex vivientes que ofertaron a él su
cuerpo desnudo-, parece haber triunfado en configuraciones que trasladan la
idea de máquina a la idea de experiencia humana. Lo humano se sujeta ya a la
experimentación total, en vez de situarse como depositario último del orden de
las tecnologías.
No ocurre esto con una coacción visible, sino con el suave arrullo
de millones de imágenes, a veces de fina orfebrería, y otras veces, midiendo
las microcélulas de nuestros sentimientos a través de mega estadísticas que
usurpan lo cotidiano a través de una desconocida matemática que traza destinos y
experiencias vitales. No se trata, entretanto, de evadirnos de imágenes ni
entrar en los pesares de una persecución imaginada, que nadie nos hace, porque
de por sí, ya estamos sitiados. Vivimos como fugitivos sacándonos selfies.
Creo un error denominar “capitalismo serio” a cualquier proyecto
popular, justificándolo en las conocidas dificultades mundiales: poblaciones
mutantes, náufragos que huyen, imperialismo de la circulación digital, ciudades
vaciadas en favor de la productividad de la circulación de máquinas y
subjetividades, vidas populares arrancadas de su cuajo, intereses políticos
quebrados en su autonomía interna, ilegalidad como forma económica suprema. No
hay neoliberalismo sin capitalismo. Y ésta es una apuesta grandiosa a la
ilegalidad de toda operación sobre los flujos financieros, afectivos y
políticos.
Creo también que esta nueva
situación –donde crecen todo tipo de peligros-, no se resuelve postulando
una variante de tal o cual socialismo. También él se convirtió en palabra que
intenta salvarse por la vía de la seriedad. Pero sus vástagos son portadores de
un nombre sin sujeto. Una nostalgia también puede ser negociable. La prueba la
tenemos entre nosotros.
Una nueva forma de unidad para combatir estos rostros del terror
que producen, mancomunados, las alianzas financieras, comunicacionales,
jurídicas y estado-represivas, no debe tener un nombre fijo que ya ha hecho su
tránsito, por más venerable que sea. Ante este capitalismo, una unidad
social-política no es una sumatoria de pedazos subsistentes, por más que los
estimemos como nadie y nos sigan respirando a nuestras espaldas. Los
escuchamos. Pero es necesario correr la mirada hacia otros ámbitos, no digo
novedosos en su brazada total –no creo que exista ese tipo de novedad-, sino novedosos
en un nuevo uso de una parte dormida de viejos diccionarios. Lo novedoso sería
despertar de otra manera una palabra distraída en nuestra lengua embarrada.
Propongo la palabra humanismo, con el agregado de la palabra
crítico. Es palabra al parecer gastada. Pero su gasto, creo recordar, fue
bueno. Y entonces, puede seguir siendo invocada al servicio de lo que desde
siempre está llamando, a lo humano sin más. Pero no sin crítica. Lo humano que
se sabe a sí mismo en medio de una decisión, de una indagación sobre sí mismo,
de una intervención cesárea que comprueba su subsistencia pensante, sintiente y
productiva. Nada es proyección de un sujeto hacia afuera si simultáneamente no
lo alberga la inquietud de reponer en su sí mismo lo que abandona hacia lo
comunitario.
Humanismo crítico, entonces. Un pensar sobre sí que reúna un deseo
de retomar hilos abandonados de una historia. No una solución progresista o
izquierdista o desarrollista de izquierda –como sea, y sin despreciar ninguna-,
sino un anticapitalismo que no actúe ni a ciegas ni se llame a sí mismo
“serio”. Pero todo él, dicho de manera propicia para crear ámbitos que nucleen
a los que sin saberlo, ya han transitado por este humanismo crítico, el otro
nombre que respira hacia adentro para decir anticapitalismo. Pero decirlo bajo
el signo de economías existenciales y existencias culturales que buceen en
otros barrios de la vida histórica, popular e intelectual.
Para ese tránsito, hay obvios
antecedentes en el mundo. Pero solo quiero mencionar los de nuestro país, que
están inmersos en su propia historia y se confunden con ella. Solo que hay que
rescatarlos de su uso “capitalista”. Daré ejemplos. El último Alberdi, del
Crimen de la Guerra en adelante, sacándole su prematuro amor por los síntomas
de la primera globalización y sus fobias contra las poblaciones que preexisten
a la gran inmigración. No es poco lo que hay que hacer allí. Ayuda el primer
Alberdi, el de la filosofía romántica como sujeto social y jurídico de un país.
Carlos Astrada, con su idea de los mitos propiciatorios y su crítica a las
escatologías. Una y otra, contradictorias, son un horizonte a desbrozar.
Revisión del tema del honor: desde el Decreto de
supresión de honores de
Mariano Moreno al “renuncio
a los honores y no a la lucha” de
Evita. La tesis del cacique Oberá, Resplandor
del Sol, gran leyenda que va desde Martín Del Barco Centenera a
José María Ramos Mejía, como índice primigenio de libertad sudamericana.
El krausismo del yrigoyenismo, extirpado de sus vaguedades. El
humanismo social del primer peronismo, retirado de sus catecismos obligatorios.
El periódico La Montaña de José Ingenieros y Leopoldo Lugones
(1897). El tema del traidor y del héroe,
de Borges. La feminista Fenia Chertkoff, el coronel Chilavert en la batalla de
Caseros. Las discusiones sobre la obra Ollantay, tal como fue retomada
por Ricardo Rojas. La izquierda sin sujeto, filosofar primero de León
Rozitchner y la Correspondencia Perón-Cooke. El humanismo invertido de los Cuentos fatales (Lugones) y Los 7 locos (Arlt). La literatura colonial
revisada y criticada a la luz de la literatura gauchesca, criticada ésta
también considerando sus proyecciones contemporáneas.
José Ingenieros extirpado de su momento cercano a crear una “raza
argentina” y tomado en su momento latinoamericano. El humanismo dadaísta de
Cortázar que atraviesa postreramente el tercermundismo. El José Martí de
Martínez Estrada. La Carta de Walsh a las juntas. El solicitante descolocado y Eva Perón en la hoguera de Leónidas Lamborghini. Moisés
Lebensohn y César Tiempo. La
imposibilidad de creer, de Macedonio Fernández. Los artículos de
Raúl Scalabrini Ortiz en la revista Qué. Fermín Chávez. Arturo Jauretche.
Hernán Benítez. La revista De Frente,
de Cooke. Adán Buenos Ayres de Marechal. Tartabul, de David Viñas. Respiración Artificial de Piglia, Runa de Rodolfo Fogwill. Leonardo Favio,
Quinquela Martín y Gorriarena, Alejandra Pizarnik y Liliana Maresca. Las obras
de Carri, Laclau y Casullo. Estilos
tecnológicos de
Oscar Varsavsky. Rodolfo Puiggrós y Hernández Arregui. Silvio Frondizi. Esteban
Echeverría y Héctor Agosti. Bayley, Viel Témperley, Mastronardi y Juan
Laurentino Ortiz, J. J. Saer y Di Benedetto. Hugo del Carril y Elías
Castelnuovo. Alfredo Varela. Contorno. Cristianismo y revolución. Poesía Buenos
Aires. Pasado y presente. Cuchi Leguizamón, Castilla, Yupanqui, Homero
Manzi, Cobián y Cadícamo, Homero y Virgilio Espósito. Spinetta. Los martirologios
antiguos y presentes.
El menú es variado, como se ve. E incompleto. Nada tomado al pie
de la letra y todo sujeto a revisión. La historia social, económica,
tecnológica e intelectual argentina debe ser reescrita. Una nueva bitácora. Si
no les gusta tengo otra. Todo nos interesa porque a todo quieren destruir,
desautorizar, despreciar.
El terror nos abarca, en forma sutil a todos, a otros los alcanza
con sus balas para las que pide justificación popular. Ante eso, deberemos
pedirle audiencia a estos cables de alta tensión del memorial argentino –que
no se agotan aquí-, que deben ser de consulta obligatoria. Yacen allí a
la espera un humanismo crítico, de naturaleza social frentista, que aglutine
memorias y esfuerzos para desatar las lianas de gaseoso terror que van
queriendo esparcir desde las farmacitys estatales.
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