El conflicto es a la política como esta a su solución, y ambas hacen a su construcción




Hace un tiempo afirmábamos que la política había sido parida a partir del conflicto durante los albores tribales, acaso en  medio de una relación social espontánea y promiscua en donde el ser humano no tuvo mayor posibilidad de resistirse ante semejante y lógica tentación. Determinar al líder del clan, tomar la decisión sobre quiénes componían el cuerpo de cazadores y quiénes de agricultores, escoger los momentos oportunos para desarrollar ambas actividades más otras adicionales como la fabricación de armas y  herramientas, analizar y planificar los movimientos migratorios, el destino final de estos procesos y los basamentos de convivencia dentro de la tribu, componían entre muchos otros incisos, una batería de dilemas que era necesario resolver a través de la política. En ocasiones se remediaban de manera violenta llegando al ostracismo del opositor y sus seguidores o directamente al extremo de la vida, en otras oportunidades el líder imponía condiciones sin que medien mayores dificultades producto de las certezas, el don de mando y el respeto que imponía su figura. Con el correr del tiempo, y más allá que los ordenamientos civilizatorios fueron progresando en cuanto a los mecanismos políticos, el conflicto pervive como combustible del progreso social.
El conflicto es a la política como esta a su solución. Imposible pensar un desarrollo político y social nacido a partir de un repollo voluntarista, la política es una respuesta al conflicto, su silueta está determinada por sus vitaminas y minerales, y en el centro de la escena está el hombre eyaculando sus urgencias y deseos.  Los que laboran con ahínco para estigmatizar la vitalidad que propone el conflicto sostienen el solapado intento de disminuir las fortalezas que la política debe tener en su sangre proponiendo un formato edulcorado, eminentemente gestionalista. Se persigue una génesis política débil, sin anticuerpos, sin posibilidad alguna de respuesta ante la puja y la pulsión extrema, una suerte de ordenamiento político en donde los grises dominen la escena, en donde no existan los blancos y negros, en donde las desigualdades sean aceptadas como una necesidad y que la política domesticada y débil conceda buenamente esa necesidad. Sólo a partir de la fortaleza del ADN que propone el conflicto la política no tendrá forma de aceptar cándidamente tal propuesta gestionalista.
El conflicto siempre se transforma en savia política creadora cuando es visualizado, cuando puede ser explicado dialécticamente, cuando no deja resquicios para ser refutado, y alcanza niveles de conciencia social que no permite ser disipado ni siquiera por el esfuerzo que hacen los medios dominantes por ocultarlo. Es aquí, en el poder real, en donde encontramos al verdadero enemigo del conflicto, ergo al encarnizado adversario de un desarrollo pleno y fuerte de la política. Por eso no nos debe extrañar que desde hace una buena cantidad años aparece el término consenso como sinónimo de virtuosismo político. Sofisma absoluto si observamos los consensos políticos, sociales y económicos a los cuales se arribaron durante la década de los noventa, espejo de los actuales, y las consecuencias que tuvieron y tienen para las mayorías populares.

Por otro lado y por añadidura, acaso inercialmente hace rato que la construcción política tradicional ha quedado en el pasado. Las fuerzas aspirantes de antaño junto a sus dirigentes solían armar costosas caravanas que duraban meses en función de solventar y divulgar su proyecto político.
Caminos polvorientos, calores insalubres, tormentas, verbenas y barro eran moneda corriente para aquellos que estaban convencidos y concientizados sobre la propuesta social que traían dentro de sus maletas. Y dejaban en cada ciudad y en cada pueblo el testimonio viviente de su presencia legando en los vecinos un convite político y la representación tangible de su ideario.
Y nacía el caudillo local. Figura trascendental e imprescindible para la construcción política regional. Acaso un local, una casa de encuentro, un poco de dinero para cubrir los gastos y el contacto permanente con la población eran los materiales iniciales para desarrollar el boceto. La historia, la filosofía, la sociología, la economía, el mundo del derecho laboral, social e individual, el riesgo de la militancia, eran incisos insoslayables en medio de acalorados debates, momentos en donde esa construcción política lograba la brillantez que el mundo de las ideas le obsequia desinteresadamente desde el inicio de los tiempos.
Pero como bien afirmó el periodista dorreguense Carlos Madera Murgui, hoy la política se construye a paquete cerrado. Aquel trabajo militante y de campo se ha terciarizado. Se adquieren, so pretexto de cambiar determinadas inercias, sospechosas certezas electorales. El campo de las ideas no forma parte del debate, sólo los titulares, los zócalos de los noticieros y las declamaciones de ocasión, el mutuo arrastre es la savia que motoriza el acuerdo. La conveniencia como instrumento, la comunión como excusa. Y de pronto los Massa, los Macri, pasando por encima de sus propios adherentes dejan de lado todo tipo de construcción política y redireccionan sus cuantiosos recursos a favor de esos paquetes cerrados, volátiles, difusos, apolíticos. Ergo, lo que no pudimos hacer nosotros, lo terciarizamos, que los hagan ellos, sin que medie la lectura de posibles contradicciones y contraindicaciones.
En la actualidad la territorialidad política se la observa como una suerte de  PYME cuya cotización comienza a tener peso meses antes de los comicios en función de los votos obtenidos en la anterior compulsa. Por eso hablamos de sospechosas certezas y paquetes cerrados. En política uno más uno no siempre es dos. Las agrupaciones modernas con aspiraciones nacionales no caminan la Patria, no hacen política, no debaten programas ni herramientas, menos ingresan al mundo de la ideas y la diversidad, adquieren “circunstancias y coyunturas” locales bajo el módico traslado de partidas, sumas que en lugar de invertir en un trabajo de campo personalizado, concreto y cívico, lo redireccionan diagramando un formato mucho más digno de la reingeniería empresarial que de la política real. Lo más triste es que este formato político se ha desarrollado y ha logrado aceptación y consenso en todos los segmentos de la actividad, a lo largo y a lo ancho del país. Las fuerzas provinciales son PYMES de las fuerzas nacionales y las fuerzas municipales son PYMES de las primeras.
Sospecho que a la vejez viruela y hay cosas que no las entiendo. Soy de la época en donde una heladera o un auto se fabricaban para que durasen mucho tiempo si se cuidaban, cosa que hoy, por más esmero que uno ponga, no ocurre. La inmediatez, la velocidad, el videoclip y la practicidad son valores per-se, tienen capital incluido, olor a billete, cotizan en bolsa.
Soy de la época cuando el piloto y el copiloto eran los mecánicos y andaban de sucios overoles tiempos en los cuales el auto para correr en Turismo Carretera, tanto en los semipermanentes como en rutas improvisadas, se desarrollaba artesanalmente en los pueblos, con capitales sufridos; hablo de cenas, donaciones, esfuerzo colectivo, colectas, peñas. Hoy para puntear en Turismo Carretera, en una pista cerrada con todas las medidas de seguridad, hay que tener un chasista, un motorista, proveedor universal de autopartes, de gomas, de combustible, etc. y mucha publicidad, y acordar con el mundo mediático una cuota para que muestren el vehículo. En fin, un sistema terciarizado que le ha quitado a la actividad el encanto y la pasión de antaño. La identificación y el grado de pertenencia pasa solamente por cuatro formatos exteriores que en nada se corresponden en su interior con las marcas alentadas. El mismo motor puede estar cubierto por cualquiera de los plásticos. Da igual. Lo importante es ganar, no interesa el cómo. Después de tanto mentir nos suicidamos con una verdad y encima, luego de mucho lamentarnos,  buscamos culpables y terminamos preguntándonos cómo llegamos a este punto sin retorno.


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