Fuente: La Tinta.com
Frases de la
mitología oficialista, traducidas al castellano
El relato
oficialista se construye con frases guionadas que sus funcionarios más
encumbrados repiten disciplinadamente. Traducir cuatro de ellas al idioma de
los argentinos y del sentido común sirve para descifrar las dificultades económicas
que procuran disimular y, de paso, actualizar el estado de ciertas cuestiones
relevantes que se abordaron en ediciones anteriores de esta columna.
Por Sebastián Soler
para El cohete a la luna
Con el diccionario
en la mano para saber de qué hablan:
“No necesitamos
volver a salir al mercado internacional de deuda este año”
(Léase: “Necesitamos pero ya no podemos”)
de Luis Caputo,
Ministro de Finanzas
La última vez que
el gobierno argentino emitió bonos en el exterior fue hace tres meses: nueve
mil millones de dólares, la mitad a diez años de plazo y 6% de interés, que
terminaron de empalagar el apetito de los inversores internacionales por la
deuda argentina.
Desde
que gobierna Mauricio Macri, el stock total de la deuda externa
argentina ha crecido 30%. En 2016 y 2017, nuestro país vendió en el
exterior bonos en moneda extranjera por US$ 60.000 millones, lo que lo
convierte en el mayor emisor de deuda soberana de todos los países emergentes,
duplicando el volumen emitido por Arabia Saudita que figura segunda. A esa
cifra se le deben sumar los US$ 12.000 millones colocados por las provincias
porque, en la práctica, sus títulos están protegidos por una garantía implícita
de la Nación debido al riesgo de contagio de un default provincial.
El empacho de deuda
argentina que aqueja a los mercados a causa de semejante ingesta potencia las
consecuencias negativas para el plan financiero del gobierno del aumento de la
tasa de interés en los Estados Unidos y la turbulencia bursátil desatada por
los arrebatos proteccionistas de Donald Trump y las indiscreciones informáticas
de Mark Zuckerberg.En los tres meses transcurridos desde que Caputo vendió esos
nueve mil millones, el riesgo país argentino saltó 17% (347 a 418 puntos
básicos por encima de la tasa del bono del gobierno estadunidense), retornando
a niveles que había testeado por última vez antes de las PASO. Si el
ministro necesitara, perdón, quisiera repetir hoy esa operación, el mercado le
demandaría un rendimiento más cercano al 8% que al 7%, fulminando el supuesto
logro de financiarnos a “las tasas más bajas de la historia”.
Los síntomas de la
saturación del mercado de deuda argentina se multiplican: la postergación de la
licitación de los primeros proyectos viales de participación pública privada,
que debía realizarse el 3 de abril, porque las empresas interesadas no pueden
cotizar su financiación a tasas tolerables; la necesidad del gobierno nacional
de ofrecer tasa variable con cláusula gatillo para conseguir financiamiento en
pesos de corto plazo o recurrir nuevamente a préstamos en dólares a tasa
variable mediante repos de bancos internacionales que le deben algún favor; el
fracaso de las emisiones de acciones de empresas argentinas en Wall Street.
Los funcionarios, y
no pocos analistas serios, plantean que el mercado local tiene la profundidad
suficiente para completar con emisiones locales en pesos el resto de los fondos
necesarios para cubrir el déficit fiscal de este año. Ese razonamiento soslaya
que con endeudamiento local en pesos no se puede atender la incontenible
demanda de dólares, que genera el principal riesgo de crisis de la economía
argentina.
Lo cual nos conduce
a la siguiente frase…
“El tipo de cambio flotante es el guardián
de que la economía real no va a sufrir frente a los cambios en el mundo”
(Léase: “Y el tipo de cambio controlado es el guardián de que la economía real no nos lleve puestos”)
de Federico Sturzenegger,
Presidente del Banco Central
El año
pasado el endeudamiento externo aportó aproximadamente la mitad de los
dólares que se necesitaron para atender la demanda neta de divisas de
gobernantes y gobernados por los pagos de intereses de la deuda, el déficit
comercial, el ahorro en moneda extranjera y los gastos de turismo y tarjetas en
el exterior. La otra mitad provino de las ventas de dólares de los extranjeros
y argentinos que apostaron al carry trade (o bicicleta financiera) con atraso
cambiario en un año electoral.
Todos los números
de esa ecuación han empeorado en el primer bimestre de 2018. El
déficit comercial acumulado en los dos meses fue US$ 1.872 millones, siete
veces peor que el saldo negativo de US$ 268 millones registrado en el primer bimestre
de 2017. Es prematuro proyectar a todo el año las cifras de un par de
meses pero nadie duda de que el déficit comercial al final del ejercicio
superará largamente el muy mal resultado de 2017 (US$ 8.471 millones en
contra). Las compras netas de dólares de los argentinos para ahorro crecen (en
el primer bimestre de 2018 llegaron a US$ 2.233 millones por mes, 17% más que
el promedio mensual de US$ 1.845 millones de 2017), mientras que las ventas de
dólares de los extranjeros para inversiones especulativas disminuyen (en el
primer bimestre su promedio mensual fue US$ 393 millones, menos de la mitad de
los US$ 827 que ingresaban por mes en 2017).
Al no contar con el
“auxilio” pleno de los ingresos de moneda extranjera por los canales del
endeudamiento externo y la inversión financiera, el Banco Central enfrentó el
mes pasado una alternativa muy poco grata pero ineludible: mantener la
fidelidad al credo liberal a costa de una devaluación descontrolada y una
disparada inflacionaria o desdecirse de los compromisos retóricos
enunciados desde el primer día de la gestión y suplantar la flotación libre del
dólar con intervenciones casi diarias, que ya insumieron más de dos mil
millones de dólares de reservas y casi todo el resto de la confianza del
establishment financiero.
Las autoridades del
Banco explicaron sin sonrojarse en el último Comunicado de Política Monetaria
la decisión de sacrificar su orgullo ideológico en el altar del realismo
pragmático: El Banco Central “continuó interviniendo para sostener el valor de
la moneda, en la convicción de que una depreciación mayor a la ya ocurrida no
estaría justificada ni por impactos económicos reales ni por el curso planeado
de su política monetaria y que, de no evitarse, tendría el potencial de
ralentizar el proceso de desinflación”. Traducido: el mercado se
equivoca, toquetear la tasa de interés no alcanza, y si no frenamos el dólar
ahora la inflación se nos escapa del todo.
Hasta ahora el
Banco Central intervino en catorce de los últimos veinte días hábiles con
ventas promedio diarias de más de cien millones de dólares y le resultará
difícil disminuir ese ritmo y esos volúmenes sin arriesgar una devaluación
fuerte mientras aportes equivalentes del sector privado no reemplacen el suyo.
Es una dinámica y una apuesta que a los argentinos nos resulta tristemente
familiar. Continuará.
Y ya que estamos en
el tema de las flotaciones libres, recordemos otra frase…
“En lo que hace a
las naftas… en la Argentina vamos a pagar lo que vale en el mundo el
combustible: si en el mundo baja, los precios van a bajar; si en el mundo sube,
los precios van a subir”
(Léase: “Si en el
mundo el petróleo sube, el precio de la nafta va a subir. Si en el mundo el
petróleo baja, festejen si el precio de la nafta no sube igual”)
de Mauricio Macri,
Presidente de la Nación
Desde octubre del
año pasado, las empresas petroleras pueden fijar el precio de sus naftas libremente
sin que el Estado reglamente o supervise los aumentos, como sucedía
con distintas modalidades hasta entonces. Pero los consumidores tenemos, o
mejor dicho, teníamos, una expectativa más razonable que realista de que sus
políticas de precios respetaran el augurio del presidente o, en caso de que así
no lo hicieran, que el gobierno las persuadiera de acatarlo. Hasta ahora no ha
sucedido así.
La empresa YPF
aumentó 4,1% el precio de su nafta el 24 de enero, el mismo día quel precio
internacional del petróleo Brent, que es el valor de referencia doméstico para
ese insumo, alcanzó su pico máximo en lo que va del año de US$ 70,75. Dos
semanas más tarde, YPF volvió a aumentar el precio de la nafta 3,5% a pesar de
que el precio del Brent ya había caído tres dólares.
Durante el mes de
febrero el precio en dólares del Brent, ajustado por la devaluación del peso,
llegó a caer más de 9% pero ni YPF ni ninguna otra empresa bajó el precio de la
nafta aunque sea un centavo. Uno imagina la respuesta del vocero de la
empresa si se lo consultara al respecto: “Estamos esperando que se confirme la
tendencia”. En la segunda quincena de marzo, la tendencia le dio el gusto
cuando el precio del petróleo volvió a escalar hasta los US$ 69 dólares.
Por supuesto, ya
hay supuestos especialistas que advierten sobre la necesidad de que la nafta
aumente otra vez por “la nueva suba” del petróleo cuando, en realidad, lo único
que ha ocurrido es que su precio, ajustado por el valor local del dólar, ha
vuelto a ser virtualmente el mismo que tenía el 24 de enero cuando YPF lo aumentó
por primera vez en el año. Dado lo acuciado que está el gobierno por el repunte
inflacionario, no se puede descartar que, esta vez sí, influya sobre las
empresas para que posterguen cualquier incremento al menos hasta mayo. Pero por
las dudas yo llenaría el tanque.
Y ya que estamos en
el tema de la inflación, cómo olvidarnos que…
“La inflación está
bajando”
(Léase: “El cinismo es intraducible”)
de Mauricio Macri,
Marcos Peña, Nicolás Dujovne y siguen las firmas.
Y en este caso las
palabras sobran.
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